jueves, 19 de julio de 2012

COOPERACIÓN ENTRE INDIVIDUOS VERSUS SELECCIÓN NATURAL


La evolución, por definición, es fría y despiadada: selecciona a quienes tienen éxito y descarta a quienes fracasan. Podría esperarse que un proceso de este tipo sólo favoreciera a rasgos de personalidad que sirvan para ayudar al propio individuo y no a los demás. Sin embargo, se puede observar conducta cooperativa en muchos ámbitos, y que las personas se ayuden unas a otras es un fenómeno común. Por tanto, una cuestión importante a resolver hoy en día en la ciencia es cómo la conducta cooperativa pudo surgir y prosperar con el aparente respaldo de la evolución.

Unos científicos del Instituto Max Planck de Biología Evolutiva en Plon, Alemania, la Universidad de Harvard, en Cambridge, Massachusetts, Estados Unidos, y la Universidad de Ámsterdam en los Países Bajos, han desarrollado un nuevo modelo que combina dos explicaciones posibles (la reciprocidad y la estructura poblacional) y han llegado a la conclusión de que tanto la repetición como una población adecuadamente estructurada son factores esenciales para la aparición y el avance evolutivo de la cooperación.

Los investigadores sostienen que la mejor manera en que las sociedades humanas pueden alcanzar niveles altos de conducta cooperativa es si sus individuos interactúan repetidamente, y si las poblaciones exhiben al menos un cierto grado de estructuración.

El equipo de Julián García, del citado instituto, abordó la cuestión de cómo podría evolucionar una conducta cooperativa, y usó para ello un modelo que tiene en cuenta dos tipos de individuos: los "cooperantes", que pagan el precio de ayudar a los demás, y los "desertores", que evitan pagar ese precio aunque sí obtengan beneficios de los cooperantes con los que interactúen. En general, todos los individuos de una población se beneficiarían más si participaran en la cooperación, pero desde el punto de vista de un individuo, recibir ayuda y evitar ayudar a otros es más beneficioso. Si sólo se tiene en cuenta eso, la selección siempre favorecerá a los desertores, y no a la cooperación.

Los autores del nuevo estudio se han valido de la estructura poblacional y la reciprocidad para explicar por qué, a pesar de lo anterior, ha evolucionado la cooperación. En las poblaciones estructuradas, los cooperantes son más propensos a interactuar con otros cooperantes, y los desertores con otros desertores. La reciprocidad implica la repetición de las interacciones y por tanto se basa en la experiencia adquirida en episodios de cooperación (o intentos fallidos) anteriores. En otras palabras, los cooperantes acaban identificando a los desertores y rehúsan volver a intentar cooperar con ellos debido a las malas experiencias previas; el resultado es que los desertores acaban marginados.

En el pasado, ambos enfoques habían sido examinados de forma separada.

Usando simulaciones por ordenador y modelos matemáticos, el equipo de Julián García ha desarrollado un nuevo modelo que toma en cuenta ambos conceptos. Trabajando con este modelo, García y sus colaboradores han descubierto que la reciprocidad por sí sola no es suficiente, y que es necesaria una estructura poblacional para poder alcanzar un nivel alto de cooperación. Cuando hay cierta reciprocidad, el nivel medio de cooperación aumenta porque los individuos de un mismo tipo son más propensos a interactuar entre sí.

Sin la estructura poblacional, la cooperación basada en la repetición es inestable. Esto es especialmente cierto para los humanos.
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