lunes, 13 de agosto de 2012

ZAVALA CATAÑO, EN PRISIÓN



Danilo Sánchez Lihón

“Hay que luchar porque en la tierra
un nuevo día amanezca”
Víctor Zavala Cataño


I. LA VISITA

A.

Hace poco más de un año, el 27 de marzo del año 2011, Día Mundial del Teatro, decidí visitar a Víctor Zavala Cataño en el penal Miguel Castro Castro, que es una de las más temibles prisiones del Perú, ubicada en el extremo este de Lima, en donde termina el tablazo donde se asienta la capital del Perú y comienzan los cerros inhiestos de roca, cascajo y neblina.

Es él un hombre de teatro, dramaturgo, actor, profesor universitario y artista legendario, quien desde hace veintiun años sufre prisión continua, como preso político.

Llegar hasta él es como tocar una fibra honda y herida, triste y a la vez apasionada, de lo que es el Perú dulce y cruel. Es sentir en carne viva el drama y la aventura del anhelo de forjar un Perú distinto, con impaciencia y descalabro, con indignación sacrosanta de sublevarse ante tanta miseria y ante tanto miserable.

Mientras viajo en el ómnibus por calles polvorientas, recuerdo la espectacular y admirada puesta en escena de su obra “El gallo”, por el director teatral Hernando Cortés, en un escenario emblemático y central como el de La Cabaña, allá por la mitad de los años 60.

B.

Víctor Zavala Cataño realizó la proeza de que en los mejores escenarios, antes reservados para la alta aristocracia de las letras limeñas que tiene sus aires, sus gestos y sus bucles, que selecciona con sutil refinamiento sus temas y hasta los moños que debe lucir la gente, en algún momento lo hayamos visto inundados de ponchos, chullos, trenzas y polleras.

Como también del modo de hablar, candoroso y jocundo, de la gente del ande, de peones, labriegos y cargadores de bultos también con su dejo; una homérica popular pisando firme en las tablas, antes reservadas para lo áureo, nobiliario y que supiera a blasonado.

¿Qué portento había ocurrido para que de la noche a la mañana todo eso cambiara? ¿Y se representaran obras en donde los campesinos que eran inicialmente maltratados pronto terminaban reivindicando sus derechos, venciendo a los poderosos, aporreando a sus verdugos y avizorando la aurora para un país victorioso que inauguraba un tiempo nuevo de justicia e igualdad?

Esta proeza se debía a un hombre que puso calidad en el teatro y que impuso una óptica y una propuesta ideológica distinta. Logró darle a la escena peruana de la década del 70 y 80, una fisonomía como no se había visto nunca antes: hacer que las grandes salas, los grandes actores y los grupos de teatro, atildados, profesionales y galantes, hicieran teatro campesino. Una hazaña y un territorio liberado sin que se hubiera disparado una sola bala ni que hubiera bajas, ni muertos ni heridos ni contusos.

C.

Alguna vez lo vi fugazmente acompañado de Luis Figueroa en el bar El Palermo, escoltados ambos de dos hermosas damas, de primoroso color capulí, ojos almendrados y actitud arrobada. Hasta en eso eran peculiares y distintos.

Era un artista de éxito, consagrado y quien ya podía vivir de prebendas y halagos, si lo hubiera querido. Podría haberse convertido en un señorito o en un señorón, en áulico del poder y en un cortesano del sistema, medrando agazapado en las academias, en los mostradores de las editoriales o en los pasadizos de los medios de comunicación.

Tenía para eso condiciones y estampa, que no lo tienen otros que sin embargo no han tenido escrúpulos para allegarse y ser rastreros. Él prefirió otros caminos, abruptos, peligrosos y hasta mortales.

Eso sí, me conmueve el sacrificio de una obra de arte que pudo ser más amplia, contundente y transformadora para el Perú de base. Me conmueven ¡veintiún años en prisión!

Me conmueve el drama de una familia: esposa, hijos, nietos, que sin duda toda su vida han visto a su padre o ubicado a su ser querido en una prisión. Me conmueve esa dimensión de leyenda que él tiene.

Me conmueve y fortalece su coherencia, su tajancia y su renuncia. Porque todo su teatro arribaba al resultado que él ahora padece. Y este ser consecuente emociona y remece.

D.

Así como me resulta increíble pensar que en estos tiempos haya escritores que sufren cárcel, ¡desde hace veintiún años!

Creía ingenuamente que eso ocurría en épocas bárbaras, primitivas y bestiales, en que se encarcelaba a quienes sabían sentir y pensar con autenticidad y se les hacía sufrir mil calamidades.

Pensaba que eso ocurrió, pero era historia de épocas oscuras, arcaicas y remotas.
Pero heme aquí ya conversando con él, en la biblioteca del pabellón 2A del penal de máxima seguridad del estado, el Miguel Castro Castro. Encuentro en él a un ser dulce, humano, cordial, claro en sus ideas, sin cortapisas ni ambages.

Encuentro en él a un ser convicto y confeso no de crímenes sino de ideas. Encuentro en él a un ser convencido, que piensa que si la vida hay que sacrificarla por las causas justas del pueblo, está bien.

He aquí palmaria la inmolación, para que sirva de ejemplo, de proclama y de consigna. Y de constancia de que aún en estos tiempos hay seres que lo sacrifican todo por sus anhelos de una patria mejor.

He aquí entonces estar al lado de un ser cabal y un hombre íntegro.

II. LA ENTREVISTA

1.

– Víctor, ¿hace qué tiempo sufres prisión?


– Primero fue un año, de 1987 a 1988, para después volver a ingresar el año 1991 que se prolonga hasta ahora, que es veinte años continuos, que sumados hacen 21 años. Antes estuve en el penal de Yanamayo, a 3,800 metros de altitud, que es una cárcel gélida e inhumana en el departamento de Puno.

– ¿Y, cómo te sientes?

De acuerdo al diagnóstico, acerca del estado de mi salud, debería estar postrado, sin levantarme de la cama. Padezco de diverticulitis al colon, que es previo al cáncer. En su estado actual es una enfermedad feroz y agobiante, con la cual la vida se torna en una pesadilla y en un desastre, porque postra y limita. Debieran operarme, pero entiendo que el propósito es matarme, no recibiendo la atención médica debida. Y, de otro lado, padezco de los ojos, pudiendo ver con uno en solo un 50 por ciento y con el otro me va peor, veo apenas la cuarta parte dolencia esta que también está pendiente de operación. Sin los ojos no puedo leer ni escribir, que es lo que más me apena y martiriza.

– ¿Y la parte anímica, Víctor?

– Firme, sólido, invencible. Sé que la vida es un proceso que abarca nacer, crecer y morir. Eso lo entiendo. Y todo eso es una evolución.

2.

– En estos veinte años, estando aquí preso, sintiendo la injusticia y la impotencia, ¿has llorado?


– Jamás. Yo estoy de pie, incólume. Nada me ha vencido, nada me ha doblegado, nada me ha hecho arrepentirme. Estoy enfermo, es cierto, pero esa es la naturaleza de la vida, siendo la intención de mis captores, y de quienes quieren que yo sufra, la de matarme de ese modo, dejando que la enfermedad melle y desangre mi cuerpo. Pero mi espíritu es luchar.

– ¿Te sientes culpable de algo?

– De nada. Yo no inventé la pobreza ni la miseria de mi país. Yo las he encontrado aquí arraigadas, desde hace siglos. Lo que no puedo ser es insensible ni indiferente a ella. He escrito y he denunciado la explotación del hombre por el hombre y los abusos que se cometen, aspirando un mundo mejor para mi pueblo. No soy un desquiciado. Lo son aquellos que piensan que la miseria es normal, que hay que convivir con ella. Que a unos les ha tocado ser pordioseros y víctimas y a los otros adinerados y victimarios. Quienes piensan distinto a ese modelo no son ni locos, ni extremistas ni seres delirantes ni desquiciados. El que se rebela contra la pobreza, atroz e infame, es más bien un ser moral. Mi teatro y mi arte no podían ser indolentes a este hecho.

3.

– ¿No sientes, acaso, que has sacrificado tu vida, tu arte, tu familia, tus amigos y toda tu realización personal?


– Soy conscientye que sii debo pagar con mi vida y con otras exigencias y abnegaciones esta protesta y posición, ¡está bien! Entonces pago gustoso esa cuota y sacrificio. Y dejo como herencia esta oblación a las nuevas generaciones.

– ¿Qué se te imputa?

– Crímenes que jamás he cometido. Me dieron pena como dirigente máximo. Y cuando a alguien se le coloca en ese nivel, ya no se le juzga sino que ya solo se le condena. Y simplemente se le hace cargo de todo, achacándole lo mínimo y lo máximo. Por eso, yo no he sido juzgado sino simplemente condenado.

– ¿Estar en la cárcel, teniendo tanto qué hacer, es una expiación que debe ser explosiva? ¿No es así?

– Lo es. Pero jamás he lanzado un quejido ni menos me he retractado de sentir y pensar como siento y pienso; ni mucho menos me he arrepentido de nada.

4.

– ¿Qué es para ti el Perú, Víctor?


– El Perú es una propuesta a cumplir, un desafío que afrontar. Es un país convulso, hermoso y formidable, que tiene que reencontrar su porvenir y su grandeza. En cualquier momento el Perú volverá a ser magnífico, en la medida en que haya organización de las masas y conciencia social en el pueblo que se desarrolle en el contexto de nuestra cultura, que es pujante y asombrosa.

– ¿Y la actual situación, que te parece?

– Esto va a cambiar. Mi visión del Perú es una visión del futuro. Hay fuerzas ocultas que anuncian grandes cambios y transformaciones. Los sucesos de Bagua y Moquegua así lo atestiguan, y nos dan muestra de una nueva conciencia en sectores que antes no se hubiera imaginado que lo tuvieran, como las comunidades nativas. ¿De dónde han extraído esas lecciones? ¡Esto va a cambiar, tiene que cambiar! Ya lo vemos que está cambiando, cuando las poblaciones salen al frente a defender sus tierras, el agua de sus acequias y lagunas, y sus derechos en general.

5.

– ¿Cómo nació tu afición por la literatura?


– En mi comunidad, libro que encontraba era libro que leía, devoraba todo. Texto que cayera en mis manos lo asimilaba. Mi hermano que ya estudiaba en Lima me envió “La madre”, de Máximo Gorki, que me fascinó tanto que lo leí varias veces sea encerrado en m i cuarto o vagando por los caminos, y me dio un rumbo muy claro para lo que yo quería hacer y escribir.

– Y ¿lo primero que escribiste?

– Fue una obra de teatro escolar, que era una recreación del cuento Paco Yunque, de César Vallejo. Se presenta a un maestro leyendo a sus niños aquel relato, pero ahí en su clase están todos los personajes del cuento: Humberto Grieve, Paco Yunque, Paco Fariña, todos. Al final de la lectura Paco Yunque rompe a llorar inconsolable, sollozando de sentimiento, pero todos lo consuelan y lo alientan, diciéndole: ¡No llores Paco Yunque! Es una obra muy simple, pero a la vez muy enternecedora. Es como imaginar todo lo ocurrido en el Perú, que alguien nos lo cuente, vernos involucrados en ello, llorar y que alguien nos consuele. Ganó el Concurso de Teatro Escolar que organizaba el Teatro Universitario de San Marcos y que dirigía el profesor Guillermo Ugarte Chamorro.

6.

– Y ¿cuál crees que es la razón para que el teatro campesino que tú propusiste, creaste y le diste camino, haya tenido tanto impacto e influencia?

– En él se juntaban muchos factores. Por ejemplo, en aquel tiempo el teatro era un discurso hacia adentro, un alegato más bien psicológico. El teatro campesino en cambio es un discurso hacia afuera, hacia el problema social. Todo sale de adentro hacia afuera. Borramos la idea de escenario, de local y de tabladillo. Al final lo presentamos en la calle, en el suelo, en el llano; a veces en una hondonada, con los campesinos alrededor, sentados en los cerros, repitiendo nosotros varias funciones al día.

– Unos entraban y otros salían.

– ¿No! Quienes veían la primera función no se querían mover y veían la segunda y la tercera puesta en escena, causando aglomeraciones. Fue época de muchas salidas a provincias. Mi obra “La yunta”, por ejemplo, se estrenó en las alturas del centro del Perú, en Ahuac. Y nos dimos el lujo de citar mediante boletines de prensa, que publicaron los periódicos de Lima, a su estreno en esas alturas de Huancayo. Como es lógico una dificultad para llegar, pero Jorge Acuña a la hora en que salíamos a actuar entró gritando: “Aquí estoy, ah” “Aquí estoy, ah” “¡Que conste que he venido desde Lima, ah!”. Tuvo que trepar la cordillera de los andes para asistir al estreno de la obra.

7.

– Marcó mucho, ¿no es cierto?

– Habían tantos grupos de teatro campesino que se creó una Federación Nacional de Teatro Popular, y que era en realidad de teatro campesino. En el Festival de Teatro del año 1981, que se realizó en Cerro de Pasco, de treinta grupos, 18 eran de teatro campesino, tanto que un comentarista del exterior dijo: “¿Tanto poncho y tanto chullo en el teatro peruano?”

– Ahora, ¿a qué te dedicas aquí, Víctor?

– A escribir y leer, aunque ahora seriamente limitado por este problema de los ojos, sin que pueda hacerlo como antes. Sin embargo, he escrito mucho. Tengo obras por publicar. Tengo ahora una visión panorámica de muchos hechos y cosas.

– Y la familia ¿bien?

– Toda mi familia está íntegra, indemne e indestructible. Y esto ocurre cuando los motivos por los cuales se sufre cárcel son de conciencia. En un preso común la familia acaba el día en que el sujeto entra a la cárcel. Lo sé porque converso con gente de otros pabellones. En un preso político como yo, la familia permanece fiel e intachable. Por ejemplo, estando en Yanamayo, que es puna desalmada, con un frío gélido, y para llegar a ese penal hay que hacer un viaje de varios días, hasta ahí sin embargo iba a verme mi familia, cuando la visita duraba únicamente treinta minutos. Y era después de un lapso 15 días.

8.

– ¿Sufriste escaseces y privaciones en tu infancia?

– Yo me rebelo no por haber sufrido privaciones sino por ver sufrir a los demás. Yo soy de extracción campesina, pero de comunidad y de condición media. Mi padre tenía tierra y toros para arar los campos, lo cual otorga una posición. El único resentimiento que guardo es que nos castigaba a sus hijos como un gamonal flagela a sus peones. Hasta un día en que mi madre, que era dulce y pequeña, se le cuadró y él retrocedió. Pero cuando voy a trabajar a Huamanga, a dirigir el teatro de la universidad, salíamos todos los fines de semana a la parte rural y ahí veía cuadros desgarradores de miseria humana extrema. En una de esas tantas ocasiones encontramos en plena puna una covacha donde vivía un campesino con sus cuatro hijas, enfermas todas de tuberculosis. La madre había muerto escupiendo sangre y todos ellos también tosían y salpicaba sangre. Estaban tan afectados, tanto que parecían cadáveres. Sin embargo, porque así es nuestro campesino, nos ofrecieron su comida. Nadie del grupo aceptó, por su puesto. Al contrario, se salieron. Pero, yo sí. ¿Qué era esa comida? Agua con unas cebadas flotando, con una pizca de sal. Era su alimento de todo el día. Prácticamente, ¡nada! Ni una papa, ni un maíz, ni alberja. Yo cogí el plato que me sirvieron y lo devoré, como un juramento, como una promesa, como una inmolación. Era como morir, ir directo al hospital o al panteón. Fue esa mi elección. Pero ahí juré estar con ellos, ponerme de su lado, asumiendo y compartiendo su destino. Lo contrario hubiera sido limitarme a mirarlos y tenerles compasión. Ahí asumí hacerme carne y aliento de su destino, junto a ellos pase lo que pase. Y aquí estoy.

REFLEXIÓN

A.


En el momento de despedirnos Víctor quiere acompañarme hasta la puerta final del pabellón, y así lo hace. Me presenta a todo compañero que encuentra a su paso.
Y me conmueve la deferencia y el respeto con que me tratan, especialmente de él, su cariño y su distinción. Porque, yo me digo: ¿quién soy para una persona como él, que lleva veinte años preso?

Ya afuera, siento para mí este día como decisivo y memorable. Y se me hace muy nítido que la literatura no solo son textos, sino las imágenes fascinantes y legendarias de la vida de los autores.

Para apreciarlo basta sintonizar con algunos pasajes del acontecer vital de César Vallejo, José María Arguedas, Ciro Alegría, José Carlos Mariátegui, vidas de titanes y gladiadores de fábula.
Respecto a la trayectoria de Víctor Zavala Cataño la encuentro solo comparable a la vida de Guamán Poma, aquel indio lacuaz, irredento y pugnaz, quien nació el año en que los españoles ingresaban al Perú, perdió toda su hacienda por escribir con su sangre una denuncia, arriesgando su posición por su afán justiciero, que le deparó ser perseguido, encarcelado y finalmente olvidado.

Encuentro en él la misma pasión, la misma pertinacia y el mismo delirio, en cuanto a su adhesión a los desposeídos, a su proeza creativa, al sacrificio de su vida y a su aureola mítica.

B.

Solo falta una página por agregar en esta vida legendaria. Y es: que salga libre por acción de quienes desde el arte, las humanidades y el civismo, podemos solidarizarnos con la gestión, el reclamo y el compromiso que pongamos en ello.

Para que quede en la historia que el pueblo organizado pudo romperle sus cadenas, en honor al teatro que hizo o hace, a la obra grandiosa que alcanzó a realizar, no solo por la calidad inmensa que tiene como documento estético, sino por su autenticidad, su repercusión y su moral profunda.

Hagamos que las generaciones nuevas y las del futuro, con las páginas que él ha escrito en su obra y en su vida, se llenen de orgullo y fortaleza.

Y que sepan que es designio de los escritores no poder callar. Que escriben, declaran, proclaman. Y en eso su vida entra en peligro y corren riesgos y padecen cárcel.

Pero qué hermoso es ver la coherencia entre lo que se escribe y se paga con la vida; considerando que los escritores son francotiradores del verbo, de la palabra y de las ideas; no de balas, ni de bombas ni de instalazas. No es su ejercicio ni dominio las mortíferas armas de guerra, sino aquellas que crean vida y abren nuevos horizontes como él los ha abierto.

C.

Como movimientos culturales, como intelectualidad alerta, como generación histórica sensible y consciente, breguemos porque Víctor Zavala Cataño salga a curarse, a concluir y consolidar la gran obra de teatro campesino, legado y patrimonio del Perú eterno, en lo cual está agregando a la calidad estilística de su obra el ejemplo de ser consecuente, al solidarizarse con lo más dolido y sufrido del Perú.

Porque hay algo más que ser célebres y es ser hombres honestos. Hay algo más que los éxitos y son los principios. Y hay algo más que la calidad literaria y es ser coherentes con una realidad dramática como es la del Perú. Y fortalecer todo esto es pedagógico, educativo y formativo de conciencia social.

Quedará en las páginas indelebles del Perú que el autor del teatro campesino sea liberado. Y, a la inversa, quedará como un baldón y un bochorno que él fenezca y no hicimos nada por defenderlo. Porque de lo que sí estoy seguro es que él quedará como una página proverbial, como el paradigma de un escritor encarcelado por sus ideas. Y que todo esto lo sufrió por ser fiel al pueblo, a aquel Perú pendiente por redimir, el de los pobres y desposeídos, siendo su coherencia un valor nacional que la sociedad del futuro lo sabrá reconocer.

D.

Él ya hizo su parte, ahora corresponde que nosotros hagamos la nuestra, reclamar que él salga libre a curar sus enfermedades, porque esa es una razón mínima de Derechos Humanos, que nos corresponde poner en vigencia por ser inherentes a la especie humana.

Que salga libre y culmine su proyecto creativo y que el teatro campesino tenga su corolario, como la mejor épica teatral del Perú de la segunda mitad del siglo XX; que se sustenta además en las legítimas aspiraciones de ser un país más justo.

Seamos y hagámonos grandes en esta página de la historia, en razón del glorioso teatro campesino que él delineara y dejara como una realización para el Perú y América, ya que dicha expresión se forjó aquí, irradió aquí y gracias a un hombre proveniente de una comunidad campesina del Perú profundo, la de Huamantanga.

En razón de todo ello, solicitemos el indulto para Víctor Zavala Cataño, pidámoslo en razón del centenario de José María Arguedas.

Hagamos todo ello, para que la historia sea compasiva no con él sino con nosotros. Para que en la Tierra y en el Perú, como él lo expresa: “un nuevo día amanezca”.

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