jueves, 15 de noviembre de 2012

LA CRISIS TERMINAL ES UNA CRISIS ESTRUCTURAL QUE NECESITA DE UNA TRANSFORMACIÓN ESTRUCTURAL





István Mészáros [1]



Cuando   se   enfatiza   la   necesidad   de   una   transformación estructural radical debe quedar claro desde el principio que ello no es un  llamado a una Utopía no  realizable. Al contrario,  la  característica distintiva  primaria  de  las  utopías  modernas  era precisamente la proyección de que la mejoría pretendida en las condiciones de vida de los trabajadores  podía  ser  alcanzada  en  el  ámbito  de  la  base estructural  existente de las sociedades criticadas. Así, Robert Owen de New Lanark, por ejemplo,  que tenía una sociedad comercial básicamente insustentable con el filósofo liberal  utilitarista  Jeremy Bentham,  intentó  con  ese  espíritu  la  realización  general  de  sus esclarecidas reformas sociales y educacionales. Ella pedía lo imposible. Como  también  sabemos, el altisonante principio moral “utilitarista” “el mayor bien para el mayor número” se redujo a la nada desde su defensa por Bentham. El problema para nosotros es que, sin una  evaluación  adecuada de la naturaleza de la crisis económica  y social  de  nuestros  días  –que  ya  no  puede  ser  negada  por  los defensores  del  orden  capitalista,   aun  cuando  ellos  rechazan  la necesidad  de  una  transformación  mayor–, la probabilidad de éxito a este respecto es  insignificante.  El  fin  del  “Welfare  State”,  en  el pequeño número de países privilegiados donde una vez fue instituido, ofrece una lección que nos hace reflexionar sobre ello.      
 
Voy a comenzar citando un artículo reciente de los editores del más  completo  diario  de la burguesía internacional, The Financial Times (“US budget impasse”, The  Financial  Times, 2 June 2011). Hablando de la peligrosa crisis financiera, reconocida por los propios Editores como peligrosa, ellos terminan el artículo con estas palabras: “Ambos lados [Demócratas y Republicanos] son culpados por un vacío de liderazgo y  deliberación responsable.  Es  una grave falta de gobierno y más peligrosa de lo que Washington cree ser”.  Eso es todo lo  que  tenemos  como  sensatez  editorial  sobre  la pertinente cuestión de la  “deuda  soberana”  y  los  crecientes  déficits  económicos.  Lo que torna el  editorial del Financial Times aún más vacío que el  vacío  de liderazgo deplorado por el diario es el ruidoso subtítulo de ese mismo artículo:  “Washington  debe  dejar  de  posar  y  comenzar  a  gobernar”.

Como si editoriales como ese pudiesen significar algo más que asumir determinada actitud en nombre de “gobernar”; pues la grave cuestión en  juego es la deuda  catastrófica  de  la  “casa  todo-poderosa” del capitalismo global, los Estados Unidos de América, donde tan sólo la deuda  del  gobierno  (o  sea,  sin  agregar  deuda  privada  individual  y Corporativa)  ya  se  cuenta  muy  por  arriba  de  14  billones  de  dólares, conforme lo proyectado en grandes números iluminados en la fachada de  un  edificio  público  de  Nueva  York,  indicando  la  incontenible tendencia creciente de la deuda.          
   
El punto que yo deseo enfatizar es que la crisis que tenemos que enfrentar  es  una  crisis estructural profunda y cada vez más grave, que necesita la adopción de cambios  estructurales de  gran alcance, con el objetivo de alcanzar una solución sustentable. Se debe también enfatizar que la crisis estructural de nuestro tiempo no se originó en 2007 con la “explosión de la burbuja inmobiliaria de los Estados Unidos”, sino que, por lo menos, cuatro décadas antes. Yo hablé sobre ello, en estos mismos términos, en los años de 1967 (en “As tarefas a nossa  frente”), mucho antes de la explosión de Mayo  de 1968 en Francia; y escribí en 1971, en el Prefacio a la Tercera Edición de la “Teoría  de la enajenación en Marx” [Editorial Era, 1ª edición 1978, México], que los  acontecimientos  que  se  estaban  desenvolviendo “caracterizaban  dramáticamente   la   intensificación de  la crisis estructural global del capital”.  

A este respecto, es necesario aclarar las diferencias relevantes entre tipos o modalidades de crisis. No es indiferente si una crisis en la esfera social puede ser considerada una crisis periódica/coyuntural o algo mucho  más  fundamental  que  eso.  Pues  obviamente,  la  manera de lidiar con una crisis estructural fundamental no   puede ser conceptualizada en  términos de las categorías de crisis periódica o coyuntural.  La diferencia crucial entre esos dos tipos de crisis, marcadamente contrastantes, es que la crisis periódica o coyuntural se desenvuelve y es más o  menos  solucionada  con  éxito  dentro  de  la estructura  establecida,  en  cuanto  la  crisis  fundamental  afecta  a  la propia estructura en su totalidad. 

En  términos  generales,  esa  distinción  no  es  simplemente  una cuestión acerca de la aparente gravedad de esos tipos contrastantes de crisis. Una crisis periódica o coyuntural puede ser dramáticamente severa,  como  fue  la  “Gran  Crisis  Económica  Mundial  de  1929-1933” habiendo  sido  con todo  capaz de  una  solución  dentro de   los parámetros del sistema dado. Y del mismo modo, pero en el sentido opuesto, el   carácter   “no-explosivo” de una crisis estructural prolongada, en contraste con las “grandes tempestades” (en palabras de  Marx) a través de las cuales las crisis  coyunturales y periódicas pueden ellas mismas librarse y solucionarse, puede  conducir  a estrategias fundamentalmente mal concebidas, como resultado  de  la interpretación  errónea de la ausencia de “tempestades”, como si tal ausencia fuese una evidencia   impresionante de la estabilidad indefinida del “capitalismo organizado” y de la “integración de la clase obrera”. 

Se  debe  enfatizar  bien:  la  crisis  en  nuestros  días  no  es comprensible sin que sea referida a la omnipresente estructura social global. Eso significa que, con el fin de aclarar la naturaleza persistente y  cada  vez  más  grave  crisis  en  todo  el  mundo  de  hoy,  debemos enfocar  nuestra  atención  en  la  crisis  del  sistema  del  capital  en  su integralidad,  pues la crisis del capital que ahora estamos experimentando es una crisis estructural omniabarcante.

Veamos, pues, resumiendo cuanto sea posible, las características que definen la   estructura que definen la  crisis estructural que nos preocupa. 

“La novedad histórica de la crisis de hoy se torna manifiesta en cuatro aspectos principales:  
1        –  su carácter es universal, en lugar de ser restringido a una esfera particular (por ejemplo, financiera o comercial, o afectando éste o aquél rubro particular de la producción, aplicándose a éste o aquél tipo de trabajo, con su gama específica de habilidades o grados de productividad, etc.);

 2  –  su  objetivo  es  verdaderamente  global  (en  el  sentido  más literal y amenazador del termino), en lugar de estar limitado a un conjunto particular de países (como fueron todas las principales crisis del pasado);

3 – su escala de tiempo es extensa, continua  -o si se prefiere, permanente- en lugar de limitada y cíclica, como fueron todas las crisis anteriores del capital; 

 4   –   en   contraste   con   las   erupciones   y   colapsos   más espectaculares    y    dramáticos del pasado,  su modo de desenvolvimiento  podría  denominarse  como  reptante,  con  la condición de que de cara al futuro, no se puede excluir que haya las convulsiones más fuertes o violentas: es decir, cuando se le acabe  la  gasolina  a  la  compleja  maquinaria  ahora  activamente anclada en la    “administración de la crisis” y en el “desplazamiento”  más  o  menos  temporal  en  que  las  crecientes contradicciones pierdan su fuerza… 

[En    este    punto],    se    vuelve    necesario    tejer    algunas consideraciones  generales  sobre  los  criterios  de  una  crisis estructural, así como sobre las formas en que puede ser prevista su solución. 

En  términos  más  simples  y  generales,  una  crisis  estructural afecta  a  la  totalidad  de  un  complejo  social,  en  todas  las  relaciones  entre  sus  partes  constituyentes  o  subcomplejas,  así como  con  otros  complejos  a  los  cuales  esta  vinculada.  Al contrario, una crisis no-estructural afecta sólo algunas partes del complejo en cuestión y, así, no importando qué tan grave puede ser en lo que se refiere a las partes afectadas, en tanto no puede poner en riesgo la sobrevivencia continua de la estructura global. Consecuentemente, el  desplazamiento  de  las  contradicciones sólo   es   posible   cuando   la   crisis   fuese parcial, relativa   o internamente administrable por el sistema, requiriendo solamente alteraciones  -por  muy  importantes-  dentro  del  propio  sistema relativamente   autónomo.   Justamente   por   eso,   una   crisis estructural  pone  en  cuestión  la  propia  existencia  del  complejo global involucrado, postulando su trascendencia y sustitución por un complejo alternativo.

El mismo contraste se puede expresar en términos de los límites que todo   complejo   social   específico   resulta   tener   en   su inmediatez, en determinado momento, cuando son comparados a aquéllos más allá de los cuales no puede ir.
De  este  modo,  una  crisis  estructural  no  se  refiere  a  los  límites inmediatos, sino a los límites últimos de una estructura global...” [Cita de la Sección 18.2.1 de Beyond Capital. Edición en español Más  allá  del  capital.  Editorial,  Hermanos  Vadell,  Venezuela, 2001.) 

De  este  modo,  en  un  sentido  bastante  obvio,  nada  puede  ser más serio que la   crisis estructural del modo de reproducción sociometabólico del capital, que define  los  límites  últimos  del  orden establecido.  Sin  embargo,  aunque  profundamente  grave  en  sus parámetros generales de gran importancia, a juzgar por la apariencia, la  crisis  estructural  puede  no  parecer  de  importancia  tan  decisiva cuando  es  comparada  a  las  vicisitudes  dramáticas  de  una  crisis coyuntural mayor. Las “tempestades” a través de las cuales las crisis coyunturales se descargan son bastante paradójicas, en el sentido de que, en su modo de desdoblamiento, ellas no sólo se descargan (y se imponen), sino también se solucionan, dadas las circunstancias, hasta donde sea  viable.  Ellas  pueden  hacer  eso  precisamente  por  ser  de carácter parcial, lo que no pone en cuestión, los límites máximos de la estructura global establecida. Al mismo tiempo, sin embargo, y por la misma  razón,  sólo  pueden  “resolver”  los  problemas  estructurales subyacentes  hondamente  arraigados  —que  necesariamente  tienen que hacerse valer una y otra vez en forma de las crisis coyunturales específicas— de una manera estrictamente parcial y, en lo temporal, también sumamente limitada. Es decir, hasta que sobre el horizonte de la sociedad se aparezca la siguiente crisis coyuntural. 

Por  el  contrario,  en  vista  de  la  naturaleza  inevitablemente compleja y prolongada de la crisis estructural, que se desenvuelve en el tiempo histórico en un sentido epocal y no episódico/instantáneo, lo que decide el punto es la interrelación acumulativa de la totalidad,  aun bajo  la  falsa  apariencia  de  “normalidad”.  Es  así  porque  en  la  crisis estructural todo está en juego, incluidos los últimos límites omniabarcantes del orden establecido, del cual ya no es posible que exista  una  instancia  en  particular  “simbólica/paradigmática”. Si no comprendemos las conexiones e implicaciones sistémicas generales de  los  eventos  y  desarrollos  específicos,  perderemos  de  vista  los cambios realmente significativos y las correspondientes palancas para una  potencial  intervención  estratégica  que  los  afecte  de  manera positiva,  en  pro  de  la  necesaria  transformación  sistémica.  Nuestra responsabilidad social, por consiguiente, exige tener una conciencia incondicionalmente crítica de la  interrelación  acumulativa  que  va  surgiendo, en lugar de andar buscando garantías reconfortantes en el mundo de la normalidad ilusoria hasta que la casa se nos derrumbe sobre nuestras cabezas. 

Es necesario enfatizar aquí que, por casi tres décadas después de  la  segunda  guerra  mundial, la expansión  económica  desarrollada en  los  países  capitalistas  dominantes  generaron  la  ilusión,  incluso hasta en algunos intelectuales de izquierda, de que la fase histórica de “capitalismo en crisis” había sido superada, dando lugar a lo que ellos llamaron “capitalismo organizado avanzado”.   Quiero   ilustrar este problema citando algunos pasajes del trabajo de uno de los mayores intelectuales del siglo XX, Jean-Paul Sartre, por quien, como ustedes saben por mi libro sobre Sartre, tengo la más elevada consideración. Sin  embargo,  el  hecho  es  que  la  adopción  de  la  noción  de  que, superando  el  “capitalismo  en  crisis”  y  convirtiéndose  en  “capitalismo avanzado” el orden establecido creó grandes dilemas para Sartre. Eso es  aun  más  significativo,  porque  nadie  puede  negar  la  búsqueda completamente comprometida de Sartre    por una solución emancipatoria  viable,  ni  su  gran  integridad  personal.  En  relación  a nuestro  problema,  tenemos  que  recordar  que,  en  la  importante entrevista  dada  al grupo Manifiesto Italiano  –después de esbozar su concepción  de  las  implicaciones  insuperablemente  negativas  de  su propia  categoría  explicativa  de  la  institucionalización  inevitablemente perjudicial de lo que él llamaba el “grupo en fusión”, en su Crítica de la Razón Dialéctica–, él tuvo que llegar a la penosa conclusión de que: “en cuanto reconozco la necesidad de una organización, debo confesar  que  no  veo  cómo  los  problemas  que  confrontan  cualquier estructura estabilizada puedan ser resueltos” (Entrevista publicada en The Socialist Register, 1970, p. 245). 
   
Aquí la dificultad reside en que los términos del análisis social de Sartre son  establecidos  de  tal  modo  que  los  distintos  factores  y correlaciones que en la realidad forman parte del todo, constituyendo diferentes  facetas  fundamentalmente  del  mismo  complejo  societario, son descritos por él en la forma de dicotomías y oposiciones de lo más problemáticas, generando así dilemas insolubles y una derrota inevitable para las fuerzas sociales emancipatorias. 

Esto se muestra claramente en el diálogo entre el grupo Manifiesto y Sartre: 

Manifiesto: ¿en  qué  bases  precisas  se  puede  preparar  una alternativa revolucionaria?
Sartre:  Repito,  más  en  la  base  de  la  “alienación”  que  la  de “necesidades”. En resumen, en la reconstrucción de lo individual y de la libertad – la necesidad de ella es tan urgente que hasta las técnicas de integración más refinadas  no pueden permitirse no tomarlas en cuenta.

 Así,  Sartre,  en  su  evaluación  estratégica  de  cómo  superar  el carácter  opresor  de  la  realidad  capitalista,  construye  una  oposición totalmente  insustentable  entre  la  “alienación”  de  los  trabajadores y sus  “necesidades”  supuestamente  satisfechas,  tornando,  por  tanto, más difícil de prever un resultado positivo prácticamente viable. Y aquí el problema no reside simplemente en darle credibilidad en exceso a la explicación sociológica extremadamente superficial, entonces en boga, de las  llamadas  “técnicas  refinadas de integración”, en lo que se refiere a los trabajadores.

Por  desgracia,  es  mucho  más  grave  que eso.

En  verdad,  el  problema  realmente  perturbador  en  juego  es  la evaluación  de  la  viabilidad del propio “capitalismo  avanzado”  y  el postulado asociado de “integración” de la clase trabajadora, que Sartre comparte en esta ocasión, en gran medida, con Herbert Marcuse.

En  la  actualidad,  la  verdadera  cuestión  es  que,  al  contrario  de  la cuestión  indudablemente  viable  de  algunos  trabajadores  específicos en el orden capitalista, la clase obrera –la antagonista estructural del capital– representando la única alternativa hegemónica históricamente sustentable al sistema del capital  –  no  puede  ser  integrada  a  la estructura  explotadora  y  alienante  de  reproducción  societaria  del capital.  Lo  que  torna  eso  imposible  es  el  antagonismo  estructural subyacente  entre  capital  y  trabajo,  que  emana,  como  una  necesidad inevitable,  de  la  realidad  de  clase  de  dominación  y  subordinación antagónicas. 

En este discurso, ni siquiera una mínima plausibilidad del tipo de una alternativa falsa, a la manera de Marcuse/Sartre, entre alienación continua  y  “necesidad  satisfecha”  es “establecida” con base en la compartimentación descarrilante de  indeterminaciones  estructurales globalmente arraigadas e insustentables del capital – sobre la cual se basa necesariamente la viabilidad sistémica elemental del único orden sociometabólico reinante  del  capital  –  en  la  forma  de  separación extremadamente  problemática  del  “capitalismo   avanzado” de las llamadas  “zonas  marginales”  y  del  “tercer mundo”. Como si el  orden reproductivo del postulado “capitalismo avanzado” pudiese sustentarse por algún periodo de tiempo, e incluso indefinidamente en el futuro, sin la explotación existente de las mal comprendidas “zonas marginales” y del “tercer mundo” dominado por el imperialismo.

Se  hace  necesario  citar  aquí,  de  modo  íntegro,  el  pasaje relevante  en  que  esos  problemas son  explicados  detalladamente  por Sartre.  La  parte  en  cuestión  de  esa  esclarecedora  entrevista  es  la siguiente: 

“El capitalismo avanzado, en lo que se refiere a la conciencia de su propia condición, y a pesar de las enormes desigualdades en la  distribución  de  la  renta,  consigue  satisfacer  las  necesidades elementales  de  la  mayoría  de  la  clase  trabajadora  –faltando, naturalmente,    las    zonas    marginales,    15    por    ciento de trabajadores en los Estados Unidos, los negros y los inmigrantes; faltando  los  viejos,  faltando,  en  escala  global,  el  tercer  mundo. Sin   embargo,   el   capitalismo   satisface   ciertas   necesidades primarias  y  también  satisface  ciertas  necesidades  que  creó artificialmente:  por  ejemplo,  la  necesidad  de  un  carro.  Fue  esa situación lo que me llevó a revisar mi “teoría de las necesidades”, una vez que esas necesidades no están más, en una situación de capitalismo avanzado, en oposición sistemática al sistema. Al contrario, se tornan, parcialmente, bajo el control del sistema, un instrumento  de  integración  del  proletariado  en  ciertos  procesos producidos  y  dirigidos  por  la  ganancia.  El  trabajador  se  agota para  producir  un  carro  y  para  ganar  lo  suficiente  para  adquirir uno; esa adquisición le da la impresión de haber satisfecho una necesidad. El sistema que lo explota le impone al mismo tiempo una  meta  y  la  posibilidad  de  alcanzarla.  La  conciencia  del carácter  intolerable  al  sistema  no  debe  más,  por  tanto,  ser buscada    en    la    imposibilidad    de    satisfacer    necesidades elementales, sino, sobretodo, en la conciencia de la alienación – en otras palabras, en el hecho de que esta vida no vale la pena ser  vivida  y  no  tiene  sentido,  que  ese  mecanismo  es  un mecanismo engañoso, que esas necesidades son artificialmente creadas, que ellas son falsas, que ellas son extenuantes, y sólo sirven a la ganancia. Pero unir la clase con base en esto es aun más difícil”.

Si   aceptamos   esa   caracterización   del   orden   “capitalista avanzado”  al  pie  de  la  letra,  en  este  caso,  la  tarea  de  producir  una conciencia emancipatoria no es sólo “más difícil”, sino casi imposible. Pero  el  fundamento  dudoso  a  través  del  cual  podemos  llegar  a  una conclusión  apriorística,  imperativa  y  tan  pesimista  –  prescribiendo  de lo alto de esa “nueva teoría de las necesidades” el abandono por los trabajadores     de     sus     “necesidades     artificiales     adquisitivas”, ejemplificadas  por  el  automóvil,  y  su  sustitución  por  el  postulado completamente abstracto que pone para ellos que “esta vida no vale la pena  ser  vivida  y  no  tiene  sentido”  (un  postulado  noble,  pero  antes abstracto e imperativo, y efectivamente negado, en la realidad, por la evidente  necesidad  de  los  miembros  de  la  clase  trabajadora  de asegurar    las    condiciones    de    su    existencia    económicamente sustentable) – es tanto la aceptación de un conjunto de afirmaciones totalmente  insustentables  como  la  omisión  igualmente  insustentable de  algunas  partes  vitales  determinantes  del  sistema  del  capital realmente existente en su crisis estructural históricamente irreversible.

Para  empezar,  es  extremadamente  problemático  hablar  sobre “capitalismo avanzado” – cuando el sistema del capital como modo de reproducción  sociometabólica  se  encuentra  en  su  fase  declinante  de desarrollo  histórico  y,  por  tanto,  es sólo  capitalisticamente  avanzado, mas   no   en   ningún   otro   sentido,   siendo,   entonces,   capaz   de sustentarse  sólo  de  un  modo  más  destructivo  y,  por  tanto,  en  último análisis,  autodestructivo.  Otra  afirmación:  la  caracterización  de  la aplastante  mayoría  de  la  humanidad  –  en  la  categoría  de  pobreza, incluyendo  los  “negros  y  los  inmigrantes”,  los  “viejos”  y,  “en  escala global,   el   tercer   mundo”   –   como   pertenecientes   a   las   “zonas marginales” (en afinidad con los “excluidos” de Marcuse), no es menos insustentable.  En  realidad,  es  el  “mundo  capitalista  avanzado”  que constituye el margen privilegiado totalmente insustentable del sistema global   desde   hace   mucho   tiempo,   con   su   inhumana   “negativa elemental de la necesidad” para la mayor parte del mundo, y no lo que hace  mucho  tiempo,  es  descrito  por  Sartre  en  su  entrevista  al Manifiesto  como  las  “zonas  marginales”.  Lo  que  dice  respecto  a  los Estados Unidos de América, el margen de pobreza es muy disminuido, como si fuera un mero 15 por ciento. Además  de   ello,   la caracterización  de  los  automóviles  de  los  trabajadores  solamente como simples “necesidades artificiales”, que sólo sirven a la ganancia, no puede ser más unilateral. Al contrario de muchos intelectuales, ni siquiera  aquellos  trabajadores  relativamente  ricos,  sin  hablar  de  los miembros  de  la  clase  trabajadora  como  un  todo,  tienen  el  lujo  de encontrar su local de trabajo al lado de su cuarto.

Al mismo tiempo, al lado de las omisiones espantosas, algunas de  las  contradicciones  y  fracasos  estructurales  más  graves  están faltando  en  la  descripción  sartreana  del  “capitalismo  avanzado”, virtualmente  vaciando  el  significado  de  todo  el  concepto.  En  este sentido, una de las necesidades más importantes sin la cual ninguna sociedad -pasada, presente o futura- podría sobrevivir, es la necesidad de  trabajo.  Tanto  para  los  individuos  productivamente  activos  – incluyendo todos ellos en un orden social completamente emancipado –  como  para  la  sociedad  en  general,  en  su  relación  históricamente sustentable con la naturaleza. El necesario fracaso en solucionar ese problema estructural fundamental, que afecta todas las categorías de trabajo,  no  solo  en  el  “tercer  mundo”,  sino  hasta  en  los  países  más privilegiados del capitalismo    avanzado, con su desempleo peligrosamente  creciente,  constituye  uno  de  los  límites  absolutos  del sistema  del  capital  en  su  integralidad.  Otro  grave  problema  que enfatiza  la  inviabilidad  histórica  presente  y  futura  del  capital  es  su transformación desastrosa en dirección a los sectores parásitos de la economía – como la especulación aventurera productora de crisis que incomoda  (como  una  cuestión  de  necesidad  objetiva  a  menudo erróneamente como fracaso personal irrelevante) al sector financiero y la  fraudulencia  institucionalizada,  íntimamente  asociada  a  él  –  en contraposición a las  ramas  productivas  de  la  vida  socioeconómica requeridos  para la satisfacción  de  la  genuina  satisfacción  de  la necesidad  humana.  Esa  es  una transformación que sobresale en nítido contraste amenazador con  la  fase  creciente del desarrollo histórico del capital, cuando el prodigioso dinamismo  expansionista sistémico (inclusive la revolución industrial) se debía predominantemente a las   realizaciones   productivas   socialmente viables  y  mucho  más  intensas.  Tenemos  que  añadir  a  todo  ello  las cargas  económicas  masivamente  despilfarradoras  impuestas  a  la sociedad  de  manera  autoritaria  por  el  Estado  y  por  el  complejo militar/industrial –con la industria de armas permanente y las guerras correspondientes–,  como  parte  integral  del  perverso  “crecimiento económico” del “capitalismo organizado avanzado”. Y para mencionar solo una más de las   implicaciones  catastróficas del desarrollo sistémico del capital “avanzado”, debemos   tener en  mente   la transgresión   ecológica   global   devastadora   de   nuestro   modo   de reproducción   sociometabólico   no   mas   sustentable   en   el   mundo planetario finito, con la explotación voraz de los recursos materiales no renovables y la destrucción cada vez más peligrosa de la naturaleza. Decir todo ello, no es “ser prudente después del acontecimiento”. En la misma ocasión en que Sartre dio la entrevista al Manifiesto, yo escribí que  “Otra  contradicción  básica  del  sistema  capitalista  de  control  es que  él  no  puede  separar  ´avance´  de  destrucción,  ni  ´progreso´  de desperdicio  –  por  más  catastróficos que  sean  los  resultados.  Cuanto más  descubre  la  fuerza  productiva,  más  desencadena  el  poder  de destrucción; y cuanto más amplía el volumen de producción, más debe enterrar las montañas de basura sofocante. El concepto de economía es  radicalmente  incompatible  con  la  ´economía´  de  producción  de capital,  que,  por  necesidad,  empeora  aun  más  las  cosas,  primero agotando  con  desperdicio  voraz  los  recursos  limitados  de  nuestro planeta,   y   agravando   aun   más   el   resultado   contaminando y envenenando el medio ambiente humano con sus residuos y efluentes producidos   en   masa”.   (Isaac   Deutscher   Memorial   Lecture,   The Necessity  of  Social  Control,  delivered  at  the  London  School  of Economics on January 26, 1971.)

De ese modo, las afirmaciones problemáticas y las omisiones de importancia  seminal  de  la  caracterización  de  Sartre  del  “capitalismo avanzado”  debilitan  mucho  el  poder  de  negación  de  su  discurso libertario.  Su  principio  dicotómico  que  repetidamente  defiende  con  la “irreductibilidad  del  orden  cultural  al  orden  natural”  se  encuentra siempre a la búsqueda de soluciones del “orden cultural”, en el nivel de la conciencia de los individuos, a través del trabajo de “conciencia sobre conciencia” del  intelectual  comprometido.  Él  recorre  la  idea  de que  la  solución  exigida  estaría  en  aumentar  la  “conciencia  de  la alienación”  –  esto  es,  en  términos  de  su  “orden  cultural”  –  al  mismo tiempo descartando la viabilidad de basar la estrategia revolucionaria en  necesidad  perteneciente  al  “orden  natural”.  Necesidad  material, esto es, la que se dice que ya cumplen la mayoría de los trabajadores, y   de   cualquier   manera   constituyendo   un   “mecanismo   falso   y engañoso” y un “instrumento de integración del proletariado”.

Para  estar  seguro,  Sartre  se  involucra  profundamente  con  el desafío de tornarse hacia la cuestión de cómo aumentar “la conciencia del carácter intolerable del    sistema”.  Pero, como tema de consideración  inevitable,  la  propia  primacía  indicada  como  condición vital del éxito – el poder de la “conciencia de la alienación” precisado por Sartre, necesitaría ella misma de algún amparo objetivo. En caso contrario, más allá de la debilidad de circularidad autorreferencial de la primacía indicada, la  naturaleza imperativa de sus palabras “puede prevalecer contra el carácter  intolerable  del  sistema”  permanece predominante  como  una  defensa  cultural  noble,  pero  ineficaz.  En verdad,  ello  es  problemático  hasta  en  los  propios  términos  de referencia de Sartre, cuando, en sus palabras bastante pesimistas, la necesidad  es  de  derrotar la realidad tanto material y culturalmente destructiva, como  estructuralmente atrincherada “de  este  miserable conjunto que es nuestro planeta”, con sus “determinaciones horribles, feas y ruines, sin esperanza”. 

Así, la cuestión primaria se refiere respecto a la demostrabilidad o no del carácter objetivamente intolerable del propio sistema. Pues, si la intolerabilidad demostrable    del    sistema    falta    en    términos sustantivos,   como   proclamado   por   la   noción   de   habilidad   del “capitalismo  avanzado”  para  satisfacer  las  necesidades  materiales excepto  en  las  “zonas  marginales”,  el  “largo  y  paciente  trabajo  en  la construcción  de  la  conciencia”  abogado  por  Sartre  permanece  casi imposible. Es ese conocimiento básico objetivo que requiere ser (y, en verdad, puede ser) establecido en sus propios términos integrales de referencia,  requiriendo  la  desmistificación  radical  de  la  creciente destructividad  del  “capitalismo  avanzado”.  De  modo  que  para  ser capaz de superar la dicotomía postulada entre orden cultural y orden natural, la “conciencia del carácter intolerable del sistema” sólo puede ser  construida  en  esa  base  objetiva  –  que  incluye  el  sufrimiento causado por el fracaso del capital “avanzado” de satisfacer hasta las necesidades  elementales  de  alimentación,  no  sólo  en  las  “zonas marginales”, sino para incontables millones, como claramente ha sido evidenciado en los motines por alimento en muchos países.

En  su  fase  ascendente,  afirmaba  con  éxito  sus  realizaciones productivas  con  base  en  su  dinamismo expansionista interno hasta ahora sin el imperativo de un esfuerzo monopolista/imperialista de los países capitalisticamente más avanzados para la dominación mundial militarmente asegurada. Con todo, por la circunstancia históricamente irreversible  de  entrar  en  la  fase  productivamente  descendente,  el sistema del capital se  torna  inseparable  de  la necesidad de un aumento constante de expansión militarista/monopolista y la ampliación  de  su  base  estructural,  cuidando  en  el  tiempo  debido  del plano    productivo    interno,  el  establecimiento  y la operación criminalmente  destructiva/devastadora  de  una  “industria  de  armas permanente”,  conjuntamente  con  las  guerras  necesariamente  a  ella asociadas.  
 
De hecho, mucho antes de la deflagración de la primera guerra mundial, Rosa Luxemburgo identifico claramente la naturaleza de este desarrollo   monopolista/imperialista   en   el   plano   destructivamente productivo, escribiendo en su libro La Acumulación de Capital sobre el papel de la producción militarista masiva que: 

“El   propio   capital,   en   el   fondo,   controla   este   movimiento automático  y  rítmico  de  producción  militarista  a  través  de  la legislatura y de la imprenta, cuya función es moldear a la llamada ´opinión  pública´”.  Es  por  eso  que  esta  rama  específica  de acumulación  capitalista  parece,  en  principio,  capaz  de  una expansión infinita”.

En otro respecto, el creciente despilfarro de energía y recursos estratégicos de  material  vital  trajo  consigo  no  sólo  la  siempre  y  más destructiva   articulación   de   las   autoafirmativas   determinaciones estructurales  del  capital  en  el  plano  militar  (por  la  “opinión  pública” legislativamente manipulada y nunca siquiera investigada, cuanto mas propiamente regulada), pero también en lo que se refiere a la creciente invasión  destructiva  en  la  naturaleza  por  la  expansión  del  capital. Irónicamente, pero de ningún modo sorprendentemente, esa vuelta del desarrollo histórico regresivo del sistema del capital en cuanto tal, trajo consigo algunas consecuencias   amargamente   negativas   para   la organización internacional del trabajo. 

En  verdad,  esa  nueva  articulación  del  sistema  del  capital  en  el último tercio del siglo diecinueve, con su fase imperialista monopolista inseparable de su ascendencia global plenamente ampliada, abrió una nueva modalidad de dinamismo expansionista (demasiado antagónico y fundamentalmente insustentable) con el aplastante beneficio de sólo algunos países imperialistas privilegiados, aplazando así “el momento de  la  verdad”  que  acompaña  a  la  crisis  estructural  inevitable  de nuestro propio tiempo. Este tipo de desarrollo imperialista monopolista dio un impulso importante hacia la posibilidad de expansión del capital y acumulación militaristas, cualquiera que fuese el precio a pagarse en su debido tiempo por la destructividad cada vez más intensa de este nuevo dinamismo expansionista. En verdad, el dinamismo monopolista militarmente  estructurado,  tuvo  que  asumir  la  forma  de  las  dos devastadoras guerras mundiales, bien como de la aniquilación total de la  humanidad  implícita  en  una  potencial  tercera  guerra  mundial, además  de  la  peligrosa  destrucción  actual  de  la  naturaleza  que  se torno evidente en la segunda mitad del siglo veinte. 
 
En  nuestros  días,  estamos  experimentando  la  profunda  crisis estructural del sistema del capital. Su destructividad es visible en todas partes, y no da señales de disminución. En relación al futuro, es crucial saber  cómo  conceptualizar  la  naturaleza  de  la  crisis  con  el  fin  de prever su solución. Por el mismo motivo, se hace necesario rexaminar algunas de las principales soluciones pensadas en el pasado. Aquí no es posible hacer más que mencionar, con una concisión estenográfica, los abordajes contrastantes que fueron ofrecidos, indicando al mismo tiempo, lo que en los hechos les aconteció. 

Primero, tenemos que recordar que fue mérito del filósofo liberal John Stuart Mill tejer consideraciones sobre qué tan problemático sería el  interminable crecimiento  capitalista  sugiriendo  como  solución  para ese problema “el estado estacionario de la economía”. Naturalmente, tal  estado  estacionario,  bajo  la  égida  del  sistema  del  capital,  no pasaría  de  una  ilusión,  porque  es  enteramente  incompatible  con  el imperativo de expansión de capital y acumulación. Hasta hoy mismo, cuando tamaña destrucción es causada por el crecimiento inadecuado y  por  la  más  despilfarradora  distribución  de  nuestra  energía  vital  y recursos  materiales  estratégicos,  la  mitología  del  crecimiento  es constantemente  reafirmada,  siendo  asociada  al  plan  engañoso  de “reducir  nuestro  nivel  de  carbono”  hasta  el  año  2050,  cuando  en realidad se está moviendo en la dirección opuesta. Así, la realidad del liberalismo vino a ser la agresiva destructividad del neoliberalismo.

Suerte semejante afectó a la perspectiva social demócrata. Marx formuló claramente sus advertencias sobre este peligro en su  Crítica del Programa de Gotha, pero ellas fueron totalmente ignoradas. Aquí, también,  la  contradicción  entre  el  prometido  “socialismo  evolutivo” bernsteniano  y  su  realización  en  todas  partes  se  tornó  flagrante.  No sólo en virtud de la capitulación de los partidos social demócratas y de los gobiernos al cebo de las guerras imperialistas, sino también por la transformación de la social democracia en general – incluso el “Nuevo laborismo”  británico  –  en  versiones  más  o  menos  abiertas  del neoliberalismo, abandonando no sólo la “vía del socialismo evolutivo”, sino  hasta  la  otrora  prometida  implementación  de  la  reforma  social significativa.

Además de ello, una solución muy prometida para las repulsivas desigualdades  del  sistema  del  capital  fue  la  prometida  difusión  en  el mundo  entero  del  “Welfare  State”,  después  de  la  segunda  guerra mundial. Entre tanto, la prosaica realidad de esa pretendida conquista histórica se tornó no sólo fracaso absoluto en la institución del Welfare State  en  cualquier  parte  del  llamado  “Tercer  Mundo”,  si  no  aun liquidación actual de las relativas conquistas del Welfare State – en la esfera de la seguridad social, servicio de salud y educación  –, hasta en el pequeño papel de países capitalistas privilegiados en que ellas fueron instituidas. 

Y, es claro, no podemos desconsiderar la promesa de realizar la fase  más  elevada  del  socialismo  (por  Stalin  y  otros)  a  través  de  la derrota  y  abolición  del  capitalismo.  Trágicamente,  siete  décadas después  de  la  Revolución  de  Octubre,  la  realidad  se  convirtió  en  la restauración del capitalismo de una forma neoliberal regresiva en los países de la antigua Unión Soviética y del Este europeo.

El denominador común de todas esas tentativas fracasadas – a pesar  de  sus  diferencias  principales  –  es  que  todas  ellas  intentaron alcanzar  sus  objetivos  dentro  de  la  base  estructural  del  orden sociometabólico establecido. No obstante, como penosas experiencias históricas  nos  enseñan,  nuestro  problema  no  es  simplemente  “la derrota  del  capitalismo”.  Así,  a  medida  que  ese  objetivo  pueda  ser alcanzado, con certeza será apenas una realización inestable, porque todo  lo  que  puede  ser  destruido  puede  también  ser  restaurado.  La verdadera    -  y  mucho  más  difícil  –  cuestión  es  la  necesidad  de transformación estructural radical.   

El  sentido  palpable  de  tal  transformación  estructural  es  la completa erradicación del propio capital del proceso sociometabólico. En  otras  palabras,  la  erradicación  del  capital  del  proceso  metabólico de la reproducción societaria.  

El  capital  en  sí  mismo  es  un  modo  general  de  control;  lo  que significa  que  él  lo  controla  todo  y  lo  implosiona  como  un  sistema  de control reproductivo de la sociedad. Consecuentemente, el capital en cuanto tal no puede ser controlado en ninguno de sus aspectos. Todas las tentativas de medidas y modalidades para “controlar” las distintas funciones  del  capital  en  una  base  duradera  fallaron  en  el  pasado. Teniendo en cuenta su incontrolabilidad estructuralmente arraigada – lo  que  significa  que  no  hay  poder  concebible  dentro  de  la  base estructural del propio sistema del capital por medio del cual el propio sistema pueda ser sometido a un control duradero. El capital debe ser completamente erradicado. Este es el significado central del trabajo de toda la vida de Marx. 

En  nuestros  días,  la  cuestión  del  control  –  por  medio  de  la institución   de   transformación   estructural   en   respuesta   a   la profundización de nuestra crisis estructural – se está tornando urgente no  sólo  en  el  sector  financiero,  debido  al  desperdicio  de  billones  de dólares,  sino  en  todo  lugar.  Las  principales  revistas  financieras capitalistas se quejan de que “China está sentada en tres billones de dinero en efectivo”, idealizando una vez más soluciones para “el mejor uso  de  aquel  dinero”.  Pero  lo  que  verdaderamente  hace  pensar seriamente  es  que  la  agravante  deuda  total  del  capitalismo  llega  a diez  veces  más  que  la  cantidad  de  dólares  no  utilizados  de  China. Además  de  ello,  aunque  la  inmensa  deuda  actual  pudiese  ser,  de algún  modo,  eliminada,  aunque  nadie  sepa  cómo,  la  verdadera pregunta  sería:  cómo  fue  generada,  en  primer  lugar,  y  ¿cómo  se puede asegurar  que no será nuevamente generada en el fututo? Es  por  eso  que  la  dimensión  productiva  del  sistema  –  a  saber,  la propia  relación  del  capital  –  es  que  debe  ser  fundamentalmente transformada con el fin de superar la crisis estructural a través de la transformación estructural adecuada. 

La dramática crisis financiera que experimentamos en los últimos tres  años  es  sólo  un  aspecto  de  la  trifurcada  destructibilidad  del sistema del capital.  

(1)  en  la  esfera  militar,  con  las  interminables  guerras  del  capital desde  el  inicio  del  imperialismo  monopolista  en  las  décadas finales del siglo diecinueve, y sus más devastadoras armas de destrucción masiva en los últimos sesenta años;   

(2)  la intensificación, a través del evidente impacto destructivo del capital  en  la  ecología,  afectando  directamente  y  colocando  en riesgo  el  fundamento  natural  elemental  de  la  propia  existencia humana, y

(3)  en el dominio de la producción material y de desperdicio cada vez mayor, debido al avance de la “producción destructiva”, en lugar de la otrora alabada “destrucción creativa” o “productiva”.    

Estos  son  los  graves  problemas  sistémicos  de  nuestra  crisis estructural  que  sólo  pueden  ser  solucionados  por  una  completa transformación estructural.

Traducción Libre elaborada por:             
Centro de Estudios y Análisis Materialista -                                                         
Ernesto Che Guevara. México, octubre 2012.                                                                
Contacto: cedam.ecg@gmail.com
CDAM-CHE GUEVARA
México, octubre 2012. 


[1] Esta   edición  de   CDAM-CHEGUEVARA   es   una   traducción   al   español   de   la   versión portuguesa del texto base de la Conferencia impartida por István Mészáros en la apertura del  II  Encuentro  de  Sao  Lázaro,  el  13  de  Junio  de  2011,  fecha  del  Aniversario  70  de  la Facultad de Filosofía y Ciencias Humanas de la Universidad Federal de Bahía, Brasil. Al no existir traducción al español de la presente Conferencia, CDAM-CHEGUEVARA se lanzó a la tarea de brindar esta aportación en el marco actual del desenvolvimiento pleno de la crisis estructural del capital.

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