viernes, 12 de julio de 2013

MATRIZ COMUNITARIA: SOCIALISMO Y PODER - X

LA MATRIZ REPRODUCTIVA DE LA SOCIEDAD ACTUAL

Nuevo Orden: Matriz comunitaria

EL PARTO SANGRIENTO DEL SIGLO XXI


SOCIALISMO Y PODER - Parte X

Marcelo Colussi


El esclavo piensa con la cabeza del amo: los medios masivos de comunicación

  A través de la historia se repite el mismo fenómeno: una pequeña minoría  detenta  el  poder,  y  las  grandes  mayorías  quedan  subsumidas. ¿Cómo es ello posible? Más aún: ¿por qué en general esas mayorías, en vez de rebelarse hastiadas contra sus opresores, más bien los admiran y hasta repiten su discurso? Los mecanismos de sujeción son sutiles, pero poderosísimos.  Eso  ya  es  conocido,  y  no  agregamos  nada  nuevo repitiéndolo. Pero sí es novedosa la forma en que esa dominación –la superestructura  cultural,  usando  un  término  clásico  del  marxismo–  se  ha  venido  implementando  en  el  siglo  XX  y  comienzos  del  presente.  Los  medios masivos de comunicación, si bien ya existía la imprenta desde hace varios siglos, hicieron su entrada triunfal hacia las primeras décadas del siglo  pasado  con  el  fenómeno  de  las  grandes  sociedades  masificadas donde  todo  se  hace  para  grandes contingentes  de consumidores –también la información, la "industria" cultural–. Si en algún momento se pudo pensar que podían ser un instrumento para sacar de su oscura noche  a  las  grandes  masas  explotadas,  estos  pocos  años  transcurridos mostraron que, por el contrario, terminaron siendo un gran negocio para los  mismos  poderosos  de  siempre,  y  una  formidable  arma  de  manejo ideológico.  Ahora  la  gran  mayoría  de  la  población  mundial  lee,  puede acceder a un periódico, a un libro, puede escuchar radio o ver televisión, pero no por ello goza de mejores condiciones de vida. Los medios masivos de comunicación han servido, con la sutileza del caso, para profundizar  la  dominación  de  clase.  El  arquetipo  de  todas esas  herramientas comunicacionales al servicio de la dominación es, por lejos, la televisión.

La televisión es uno de los inventos que más ha influido en la historia  de  la  humanidad. Su importancia  es  tan  grande –desproporcionadamente grande,  podríamos decir– dado que influye en los cimientos mismos de la  civilización: es la expresión máxima de los medios masivos de comunicación, por tanto es parte medular de la cultura. Lo es, de  hecho, en forma cada vez más  omnipresente, más avasallante. Sin temor a  equivocarnos podemos decir que el  siglo  XXI  será el siglo de la cultura de la imagen, de la pantalla, cultura que ya se entronizó  en  los  años  pasados y  que,  tal  como  se  ven  las  cosas, parece afianzarse cada vez con más fuerza sin posibilidad  de retroceso. El "¡no piense, mire la pantalla!" parece haber llegado para quedarse.

"Cuando se escribe un guión televisivo hay que pensar  que el potencial consumidor es un niño de seis años de edad". Así presentaba las cosas  un  prestigioso  profesor  de semiología para demostrar cómo se hace  televisión.  Quizá  era  un  poco  crudo, pero  no  estaba  exagerando. "En la sociedad tecnotrónica el rumbo, al parecer, lo marcará la suma de apoyo  individual  de  millones  de  ciudadanos  incoordinados  que  caerán fácilmente en el radio de acción de personalidades magnéticas y atractivas,  quienes  explotarán  de  modo  efectivo  las  técnicas  más  eficientes para  manipular  las  emociones  y  controlar  la  razón", se expresaba sin mayores tapujos Zbigniew Brzezinsky, asesor del ex presidente de Estados Unidos James Carter e ideólogo de los reaccionarios documentos de Santa Fe. En otros términos, el funcionario de Estado no decía nada muy distinto  a  lo  que  nos  enseñaba  este  docente  de  comunicación  social: "manipular a la gente tratándola de niñitos tontos", así de  simple (o de monstruoso).

La  televisión  es  parte  fundamental  de  lo  que  los  estrategas  de  la gran  potencia  imperialista  –principal  productora  mundial  de  mensajes televisivos  por  cierto–  llaman  "guerra  de  cuarta  generación".  Dicho  de otra  forma:  guerra  psicológico-mediática, guerra a  muerte  para  controlar  poblaciones  enteras,  la  población  planetaria,  no  con  armas  de  destrucción  masiva  sino  con  medios  más  sutiles,  no  sanguinarios,  pero  de más impacto final.

 La humanidad no es más tonta desde que ve televisión, sin dudas; pero  es  más  manejable,  tremendamente  más  manejable, más  manipulable. Y lo peor de todo, sin que se dé cuenta de ello. No es infrecuente escuchar  decir  por  parte  de  algún  productor  audiovisual  que  "la  población quiere basura, por eso le damos basura". Verdad a medias, presentada tendenciosamente. No hay dudas  que en términos mayoritarios, la amplia  población  mundial  consume  mensajes  audiovisuales  de  bajísimo contenido, "basura" sin lugar a dudas. Pero sería demasiado simplista –o demasiado injusto– quedarse con la idea que el público es tonto por naturaleza, que busca la basura por placer. En todo caso, la gente es obligada a consumir basura, y no teniendo otra oferta que esa, termina por generarse una cultura del consumo de porquería mediática que se cierra en sí mismo. Consumimos lo que nos dan. El núcleo  del  problema  no está en el consumidor sino el productor.

 De todos modos, si vemos los gustos generales de las poblaciones, podría  sacarse  una  primera  conclusión  –por  cierto  equivocada  si  se  la analiza en detalle– que nos presenta a la gran masa consumidora como "tonta", "frívola", prefiriendo la estupidez simplista a la profundidad conceptual y estética. Pero si  "el mal gusto está de moda", como dijo agudamente Pablo Milanés, hay  que ver el problema en su conjunto: la televisión, quizá como el símbolo por excelencia de las sociedades masificadas y consumistas a las que dio lugar el capitalismo industrial, expresa de manera descarnada la lógica que domina el mundo de la empresa privada.  Las  poblaciones  planetarias  son  manipuladas  eficientemente según sofisticadas técnicas, como lo decía la brutal declaración de Brzezinsky,  consiguiendo  así  los  factores  de  poder  lo  que se  trazan  como proyecto.  Y  está  claro  que  el  proyecto  en  juego  es  mantener  a  la  gran masa  como  pasiva  y  tonta  consumidora.  Los  mensajes  para  niños  de seis años, efectistas y sensibleros, son el instrumento que se inventó al respecto. Ningún medio se mostró más idóneo para difundirlo que la televisión.  Nunca  en  nuestra  historia  como  especie  se había  logrado  un mecanismo de dominación cultural tan impactante.

 Recordemos lo dicho por el nazi Joseph Goebbels, padre de la manipulación mediática moderna: "¿A quién debe dirigirse la propaganda: a los intelectuales o a la masa menos instruida? ¡Debe dirigirse siempre y únicamente a  la  masa!  (...) Toda  propaganda debe  ser  popular  y  situar su  nivel  en  el  límite  de  las  facultades  de  asimilación  del  más  corto  de alcances de entre aquellos a quienes se dirige.[¿niño de seis años?] (…) La  facultad  de  asimilación  de  la  masa  es  muy  restringida,  su  entendimiento  limitado;  por  el  contrario,  su  falta  de  memoria  es  muy  grande. Por  lo  tanto,  toda  propaganda  eficaz  debe  limitarse a  algunos  puntos fuertes  poco  numerosos,  e  imponerlos  a  fuerza  de  fórmulas  repetidas por tanto tiempo como sea necesario, para que el último de los oyentes sea también capaz de captar la idea".

No hay ninguna duda que la inmediatez y unidireccionalidad de los mensajes audiovisuales, de los que la televisión es el principal exponente,  más  que  el  cine,  la  foto,  el  internet  o  los  videojuegos,  generó  una cultura  de  la  imagen  que  hoy  pareciera  muy  difícil, si  no  imposible,  de revertir.  Lo  cual  nos  abre  el  interrogante:  ¿la  televisión  sólo  es  una máquina  de  fabricar  estupidez  (y  por  tanto  un  público  estúpido  que  la consume)  o  puede  servir  para  otra  cosa?  ¿Podrá  superarse  esa  cultura superficial,  ese  "mal  gusto"  que  está  tan  de  moda  en  todas  partes  del mundo?  Y  más  aún:  una  cultura  de  la  imagen,  de  la  pasividad  ante  la invasión  de  ese  tipo  de  mensajes  que  nos  condena  a  "mirar  y  no pensar", ¿podrá servir a  una  propuesta  alternativa,  a  un cambio  revolucionario?

No es ninguna novedad que en estas pocas décadas en que se viene desarrollando, la televisión ya tomó una forma que pareciera bastante definitiva. Y es la forma de la estupidez más ramplona, más superficial. Si bien es cierto que en el momento de su aparición generó grandes expectativas por las  posibilidades que parecía abrir como  medio de información y educación universal, las mismas se vieron rápidamente frustradas, volcándose la casi totalidad del esfuerzo que la  impulsó al entretenimiento pasajero.

 El  esparcimiento  es  algo  necesario,  imperiosamente necesario  en la  dinámica  humana.  No  hay  civilización  humana  que  no  lo  tenga.  Espectáculos  de  circo,  deportes,  actividades  recreativas  –por  mencionar algunas formas– no faltan en ninguna cultura. Pero la cultura de la imagen  a  que  dio  lugar  el  surgimiento  de  la  televisión trajo  con  sí  una  entronización  de  la  superficialidad  grosera  para  terminar  convirtiéndose rápidamente en una verdadera máquina de hacer estúpidos. Estúpidos a la medida que los factores de poder desean, claro está. Las posibilidades de  generar  un  ámbito  educativo  e  informativo  de  nivel  quedaron  muy rezagadas en relación al pasatiempo barato. Hoy, con varias décadas de historia  acumuladas,  la  televisión  está  inclinada  básicamente  a  seguir siendo  ese  distractor  simplista,  habiendo  desechado casi  por  completo sus otras posibilidades.

 Si informa, lo hace de manera tendenciosa, parcial –como, en general,  lo  hace  buena  parte  del  periodismo–,  pero  con  el  agregado  que  su misma  esencia  de audiovisual  le  confiere  una  autoridad  y  preeminencia que no alcanzan a tener otros medios. La realidad virtual de la televisión es,  sin  más,  la  realidad  misma.  Las  noticias  de  la  televisión  pasaron  a ser "la" realidad misma.

Y  los  programas  educativos-culturales,  infinitamente  más  escasos que la estupidez banal del entretenimiento vacío, en términos generales no terminan de tomar distancia de una visión elitesca y acartonada que equipara cultura con museo, saco y corbata y voz melosa y monocorde, tornándose muchas veces bellos productos… soporíferos.

 En  la  dinámica  humana  la  conducta  reiteradamente  repetida  termina creando hábito ("algunos puntos fuertes poco numerosos se imponen a fuerza de fórmulas repetidas" enseñaba el ministro de Propaganda del Tercer Reich. Y no se equivocaba). La cultura de la imagen que hace años viene repitiéndose con fuerza creciente ya creó un hábito en todas las capas sociales en estas últimas generaciones, y hoy por hoy pareciera imposible desarmarla.  Pero en esa  cultura anida  un límite intrínseco, quizá imposible de ser franqueado: no importa el tipo de programa televisivo que se presente, siempre el mirar la pantalla no permite una actitud  crítica  como  sí  posibilita,  por  ejemplo,  la  lectura.  De  todos  modos, esa  cultura  de  la  imagen  no  parece  que  vaya  a  desaparecer  con  facilidad; y ello, por varios motivos.

 En  el  marco  del  capitalismo,  porque  es  un  fácil  expediente  para generar  enormes  ganancias  y  herramienta  idónea  para seguir incentivando el hiper consumo que el sistema necesita. El negocio de la televisión  mueve  fortunas,  y  ninguna  de  las  corporaciones que  lo  manejan está dispuesta a perderlo. Por otro lado, la televisión se ha revelado como un arma de dominación terriblemente eficaz (guerra de cuarta generación, más "letal" que las peores armas de fuego), y los factores de poder no dejarán de usarla sino que, por el contrario, apelan cada vez más a ella. Es un instrumento de sujeción mucho más efectivo que la espada de la antigüedad o las bombas inteligentes actuales. Por ambos motivos entonces: fabuloso  negocio  y  mecanismo  de  control  social,  la  televisión es parte medular del capitalismo desarrollado.

 Pero además se suma otro factor: la cultura de la imagen fascina, atrapa,  seduce.  Y  más  allá  de  las  mejores  intenciones  por  generar  una televisión  de  gran  calidad  estética,  educativa,  superadora  de  la  feria  de vanidades  con  que  en  general  se  identifica  la  versión  comercial  que  ha inundado  el  mundo,  es  muy  difícil  producir  propuestas  alternativas  con real  impacto.  O  dicho  de  otro  modo:  vemos  que  el  "rating"  sigue  inclinándose  por  el  lado  de  la  estupidez.  ¿Será  entonces  que  es  cierto aquello  de  que  el  público  quiere  basura?  ¿Podríamos quedarnos  con  la respuesta sencilla que señala al público consumidor como tonto, con mal gusto, banal? ¿O es más compleja la situación?

Sin dudas, es mucho más compleja. En todo caso el público no es tonto  sino  que  lo  han  vuelto  tonto.  Pero  (y  esto  es importante  no  olvidarlo) la cultura de la imagen repetida hasta el hartazgo tal como sucede con la actual oferta televisiva, la civilización montada sobre esta realidad  virtual  que  ofrecen  las  cajas  de  sueños  que  son  estos  aparatos hipnotizadores  llamadores  televisores,  tiene  muchos límites;  concretamente dicho: el mismo medio torna muy difícil generar 24 horas diarias durante 365 días al año de programación excelente. Es mucho más fácil apelar  al  entretenimiento  barato  que  a  la  reflexión para  llenar  la  programación.  Y  cuando  se  quiere  generar  una  alternativa,  encontramos que es más fácil caer en el panfleto, en la consigna, en el mensaje ideologizado que en una nueva televisión de alto valor estético y conceptual.

 Es decir –esto es una hipótesis a discutir– que la misma naturaleza del mensaje audiovisual (¡que es muy distinto a, por ejemplo, la lectura!) tiene límites muy cercanos. ¿Es posible construir una nueva cultura,  un  "hombre  nuevo",  una  nueva  ética,  una  nueva  forma  de  ver  el mundo,  apelando  sólo  a  la  imagen  virtual?  ¿No  libera  ello  del  pensamiento crítico? ¿No impide la imagen, aunque no lo quiera explícitamente, la posibilidad de la reflexión profunda?

Por supuesto  que  necesitamos  divertirnos,  necesitamos  esparcimiento,  distracción;  un  tercio  de  la  vida  disponemos  para  ello,  según alguna división del sanitarismo (otro tercio para dormir y otro tercio para  producir).  Pero  la  cultura  televisiva  que  se  ha  generado  hasta  ahora sólo ha servido para llevar el campo del entretenimiento a la peor creación conocida. Los graffiti de los baños públicos son mucho más ingeniosos y agudos que muchos (¿casi todos?) los programas que nos inundan por televisión. ¿Será que diversión es sinónimo de mal gusto, de chabacanería,  de  burla  barata?  Si  nos  quedamos  con  eso,  por  supuesto  que podemos  sacar  la  rápida conclusión que  el  público  televidente  es  tonto. Pero  no  es  el  público  el  que  produce  esos  programas,  no  olvidarlo.  Los graffiti  populares  son  una  clara  expresión  de  cultura  popular,  y  definitivamente no son tontos. Son mucho más agudos que tantos programas, sin  dudas.  La  gente  no  es  tonta  per  se.  Afirmar  eso no  es  sino  despreciativo de la especie humana en su conjunto.

 ¿Cómo hacer una televisión distinta entonces? ¿Es posible?

 Sí,  pero  sólo  bajo  ciertas  circunstancias.  Por  supuesto  que  hoy también  existen  programas  de  gran  nivel,  verdaderamente  educativos, que  fomentan  el  pensamiento  crítico  y  el  buen  gusto.  Son  islas,  claro está, pero  existen.  Y  ello  evidencia  algo:  una  programación  masiva  durante todo el día todos los días del año hace muy difícil contar con programas  de  calidad  en  su  totalidad.  Ello  es  así  no  porque  el  público  sea tonto,  sino  porque  es  técnicamente  difícil  disponer de  24  horas  diarias para dedicarse a la reflexión, al goce estético. El pasatiempo también es necesario. La cuestión es buscar  un equilibrio entre ambas cosas, entre reflexión  y  diversión.  Y  la  televisión,  dado  que  es comercio  y  arma  de dominación  ideológica,  por  tanto siempre  en  manos  de  las  fuerzas  conservadoras,  es  mucho  más  probable que  ofrezca banalidades  a  que sea autocrítica. Como nos han tornado muy estúpidos, es más fácil "vender estupideces",  incitarnos  al  consumo,  habituarnos  a  no  pensar  que  fomentar ese nuevo espíritu incisivo.

 Las propuestas alternativas para una nueva televisión, los proyectos  que  han  surgido  en  el  campo  de  la  izquierda,  del  progresismo,  las iniciativas que tratan de no ser sólo un medio comercial, en muy buena medida han pecado de otro defecto: panfletarismo, adoctrinamiento ideológico.  Eso  es  la  contracara  de  la  estulticia  superficial  de  la  televisión comercial. ¿No es también un ejemplo de la fascinante e hipnótica cultura  de  la  imagen  una  cámara  fija  que  muestra  un  discurso  político  sin ningún  corte  durante  media  hora?  ¿Es  eso  bello  en  términos  estéticos? ¿Sirve eso para fomentar el pensamiento crítico? ¿Entretiene? ¿No logra eso,  muchas  veces,  que  la  gente,  ya  acostumbrada  a  la  a  "basura  mediática", busque la telenovela o el reality show?

 Todo esto abre la pregunta en torno a para dónde ir con la televisión en una nueva sociedad que buscamos construir como alternativa al capitalismo. ¿Se puede hacer una nueva y mejor televisión con más televisión? Quizá –también esto es una tímida hipótesis– la mejor manera, o  al  menos  una  manera,  de  fomentar  una  nueva  cultura  es  no  apostar por más televisión. ¿No nos estamos condenando a una civilización de la imagen,  del  inmediatismo,  del  "mirar  embobados  la  pantalla  y  no  pensar"?  La  cultura  de  la  imagen,  ¿no  nos  lleva  inexorablemente  a  ídolos con pies de barro?

Si  los  medios  de  comunicación  masivos  parecieran  ya  no  poder desaparecer  de la cultura  que nos trajo el siglo XX, debemos apuntar a construirlos como alternativas viables para no seguir repitiendo la manipulación de las grandes masas. Definitivamente ahí tiene la izquierda un gran desafío abierto.

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