martes, 7 de julio de 2015

LUCHA SIN CLASES: ¿POR QUÉ EL PROLETARIADO NO RESURGE EN EL PROCESO DE CRISIS CAPITALISTA?

 
Autor(es): Trenkle, Norbert
Trenkle, Norbert . Miembro de la redacción de la revista alemana krisis, publicación de teoría crítica que existe desde 1986. Tuvo una activa participación en las jornadas del Tercer Coloquio Internacional Teoría Crítica y Marxismo Occidental “La crisis del trabajo abstracto”, realizado en Buenos Aires los días 5 a 7 de noviembre de 2007, organizado por Herramienta en colaboración con la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y el IADE.


De la lucha de clases al desclasamiento 

I. Mientras avanza la precarización de la vida junto con las condiciones de trabajo y son perjudicados sectores cada vez mayores de la población, retorna con fuerza el discurso sobre la lucha de clases, el que en las últimas dos décadas casi había desaparecido. En un primer momento esto puede parecer plausible, dada la creciente polarización social. Sin embargo, como suele suceder cuando se recurre a modelos interpretativos y explicativos del pasado, éstos no sirven para esclarecer el presente. Al contrario de lo que parecería a primera vista, las categorías del antagonismo de clase no explican adecuadamente la creciente desigualdad social. Tampoco los conflictos de intereses resultantes de esa desigualdad coinciden con lo que, históricamente, se designó como lucha de clases.

II. El gran conflicto social que moldeó la sociedad capitalista de manera decisiva durante todo el período histórico de su conformación y establecimiento fue, como se sabe, el conflicto entre capital y trabajo. En este conflicto se expresa la oposición de intereses entre dos categorías inmanentes a la sociedad productora de mercancías: < entre los representantes del capital que comandan y organizan el proceso de producción con el objeto de lograr la valorización del capital y los asalariados que con su trabajo “generan” el plusvalor necesario para eso. Como tal se trata de un conflicto interno al sistema capitalista en torno a las condiciones de cómo el valor es producido (condiciones de trabajo, horas de trabajo, etc.) y el modo de su distribución (salarios, ganancias, prestaciones sociales, etc.). Este conflicto de intereses se expresó históricamente como lucha de clases debido a que, en base a determinadas condiciones históricas, los asalariados se constituyeron como un sujeto colectivo. En la defensa de sus intereses desarrollaron una identidad y subjetividad colectiva de “clase obrera” y, como tal, lograron ser reconocidos como ciudadanos y sujetos de mercado, a saber: como propietarios y vendedores de una mercancía muy específica, la mercancía fuerza de trabajo.

III. Ahora bien, si en la segunda mitad del siglo XX la lucha de clases fue perdiendo cada vez más su dinámica, esto no fue, obviamente, porque la sociedad capitalista prescindiera de la producción de plusvalor. La contradicción objetiva entre las categorías funcionales de capital y  trabajo sigue vigente, aún cuando haya cambiado su fisonomía concreta en el curso del desarrollo capitalista. Sin embargo los asalariados perdieron su carácter de clase, en la medida en que fueron integrados al universo de la sociedad capitalista como ciudadanos y sujetos de mercado. Es decir: a medida que la existencia social basada en el trabajo abstracto se generalizaba y prácticamente todos los miembros de la sociedad se convirtieron en propietarios y vendedores de  fuerza de trabajo, se diluyó la idea de que los asalariados representaran un sujeto revolucionario.

IV.Esta transformación del conflicto entre capital y trabajo, que alguna vez pareciera ser un antagonismo irreductible, se refleja en el hecho, de que hoy en día los conflictos laborales mayormente ya no se llevan a cabo bajo la premisa de una confrontación fundamental, de una incompatibilidad objetiva entre los intereses del vendedor de la fuerza de trabajo con los del capital. Más bien se enfatiza, en general, la base común de intereses opuestos tales como el reforzar la demanda interna en el mercado nacional o elevar la productividad empresarial por medio de mejores condiciones de trabajo. No se critica el lucro como tal, sino más bien las “ganancias exorbitantes”, la “innecesaria relocalización fabril” o lo que se designa como “los buitres del capital financiero”. Esto no es de sorprender, porque los sujetos modernos saben que su bienestar en la sociedad productora de mercancías, aunque sea precario, depende de que sigan en marcha los procesos de valorizar el capital, incrementar la productividad y crecimiento forzado.

V. Esta percepción se debe por cierto al hecho de que la sociedad productora de mercancías se ha impuesto de una forma casi total, ganando la apariencia de una ley natural irrevocable. A la vez, las modificaciones en la relación capital-trabajo introducidas en la época post-fordista contribuyeron a establecer una extrema polarización social, que sin embargo no forma la base para una nueva constitución de clases sino más bien para un proceso general de “desclasamiento” que se expresa por lo menos en cuatro tendencias.

VI. En primer lugar, ya en la fase final del fordismo, el trabajo directo sobre el producto cedió lugar a las funciones de supervisión y control así como a las tareas de la pre y la postproducción. En. Esto implicó no sólo que la mano de obra industrial productora de valor, que siempre se había considerado como el núcleo de la clase obrera, perdiera en importancia frente a las otras categorías de asalariados, como los trabajadores ocupados en la circulación, en el aparato estatal y en los diversos “sectores de servicios”. A la vez, una parte significativa de las funciones directivas y de control a bajo y mediano nivel fueron integradas en las actividades laborales; de este modo la contradicción entre trabajo y capital fue transferida directamente al interior de los individuos (que eufemísticamente se designó como “responsabilidad personal”, “enriquecimiento del trabajo”, “horizontalidad jerárquica”, etc.). Esta tendencia se vio agravada por la presión creciente de la competencia y por la precarización generalizada de las condiciones de trabajo. El caso más obvio es el de los “cuentapropistas”, que están obligados a realizar el mismo trabajo que un empleado a cuenta y riesgo propio. Pero incluso dentro de las empresas mismas se agudiza la tendencia de organizar las tareas de tal manera que los empleados sean “gestores” de sí mismos y de su área de trabajo (por ejemplo con la instalación de los llamados “centros de utilidades”). Y por último, la administración estatal del desempleo elogia a la “autogestión” y a la “responsabilidad personal” tanto más que queda en evidencia la incapacidad del mercado de trabajo para reabsorber a todos los expulsados.

VII. En segundo lugar, se suma la flexibilización forzada  en el mercado de trabajo. Como es bien sabido, hoy día el peor pecado contra la ley capitalista es seguir adherido a una determinada función o actividad laboral. Para  sobrevivir uno debe estar dispuesto a alterar constantemente entre diferentes actividades y categorías de trabajo asalariado y autónomo (e incluso formas de trabajo no remuneradas como las pasantías o el “trabajo a prueba”) sin identificarse con ninguna de ellas, según el vaivén de oferta y demanda. Esto claramente fomenta una competitividad generalizada y socava las bases para una solidaridad laboral.

VIII. Tercero, las nuevas jerarquías y divisiones sociales no son marcadas por las delimitaciones entre las categorías capital y trabajo, sino que se superponen con ellas. Dicho más específicamente: entre los mismos asalariados las diferencias sociales son tan abismales como en el conjunto de la sociedad. Esto ya se puede observar al interior de las propias empresas, donde el personal de planta estable (en disminución) incluso asegurado por convenio colectivo de trabajo, realiza las mismas tareas junto a un creciente número de trabajadores contratados, temporales y cuentapropistas en condiciones laborales precarizadas. Aun mayores son las diferencias entre los distintos rubros industriales, segmentos de producción y sedes regionales. Y por último las discrepancias en términos de ingresos y condiciones de trabajo entre los  diferentes países  y regiones que compiten en el mercado global, son enormes.

IX. En cuarto y último lugar, el desclasamiento significa que a nivel mundial un número creciente de personas son excluidas en el sentido de que no hay más lugar para ellas en el sistema productor de mercancías que cada vez tiene menos capacidad para integrar fuerza de trabajo productiva. Deben confrontarse con la situación de ser no sólo sustituibles en cualquier momento, sino también “superfluos” en grado creciente en el capitalismo. Los “privilegiados” hoy en día son aquellos que aún son requeridos para cumplir alguna función sistémica. Pero desde que estas mismas funciones se han tornado precarias, mantenerse incluido es un equilibro sobre la cuerda floja y cada vez más difícil. A medida que las estructuras funcionales se desintegran, también se incrementa el número de individuos excluidos. La cantidad de ellos difiere según el lugar que ocupa un país o una región en la escala de la competencia global pero, sobre todos cierne la amenaza de caer en la nada social.  La tendencia es clara e inequívoca: a nivel mundial se ha ido conformando un segmento creciente de nuevas clases bajas sin tener algo en común con el viejo proletariado, porque ni objetivamente (por su función o posición en el proceso de producción) ni en lo subjetivo (por su conciencia) forman un nuevo sujeto social. En relación a la valorización del capital este segmento social es netamente negativo, porque como fuerza de trabajo es superflua. Esto impone reformular la cuestión de un posible movimiento emancipatorio de manera totalmente nueva.

Las tentativas de rescatar el sujeto muerto

X. El discurso resucitado sobre la lucha de clases poco aporta al esclarecimiento de esta cuestión. A pesar de que este discurso, de algún modo, tiene en cuenta las transformaciones sociales que tuvieron lugar, finalmente no consigue romper con los patrones metafísicos del concepto  de lucha de clases del marxismo tradicional. Estos patrones se reproducen constantemente a pesar de que el sujeto evocado ya no existe. En otro texto traté de demostrar, que tanto Hardt/Negri como John Holloway reproducen aquellos patrones metafísicos en sus teorías.[3] Aquí quiero dirigir la mirada hacia otros enfoques cuya inclinación metafísica no es tan obvia ya que argumentan de modo más sociológico y empírico. Quiero demostrar que son precisamente los resultados empíricos de sus investigaciones los que desmienten el paradigma de lucha de clases. En el intento de preservar este paradigma mediante todo tipo de agregados, los autores a discutir se enredan en contradicciones insolubles que evidencian el fracaso de esta operación de rescate. Por lo tanto sólo una demolición del edificio tradicional-marxista de pensamiento puede abrir paso a una renovada perspectiva del accionar emancipatorio.

XI. Para comenzar, escuchemos al teórico gramsciano Frank Deppe: “La clase obrera”,  escribe en la revista Fantômas[4], “de ningún modo desapareció, el capitalismo se basa todavía en la explotación del trabajo asalariado, los recursos naturales y las condiciones, sociales y políticas de producción y apropiación de plusvalor. El número de trabajadores en relación de dependencia laboral casi se ha duplicado entre 1970 y 2000 y comprende cerca de la mitad de la población mundial. Esto se debe principalmente al desarrollo en China y otras partes de Asia, donde a resultas de la industrialización grandes partes de la población rural ingresaron al mercado laboral. En los países capitalistas desarrollados, la proporción de trabajadores asalariados es ahora del 90 % y más” (Deppe, 2003, p. 11). Lo que a primera vista llama la atención en este argumento es que opera al menos entre dos significados fluctuantes del concepto de clase trabajadora. Primero Deppe parece identificar a la clase trabajadora, de modo bastante tradicional, con los trabajadores asalariados que, en sentido estricto producen plusvalor y de cuyo plustrabajo se extrae directamente para la valorización del capital. Sin embargo, este concepto de clase desemboca en otro mucho más amplio, el de todos los “trabajadores en relación de dependencia laboral”, con lo que así abarca la “mitad de la población mundial” y en las metrópolis capitalistas incluso casi la totalidad de la población (es decir, más del 90%).

XII. En esta oscilación argumentativa se expresa ya el dilema de los teóricos de las clases. Si la categoría de clase trabajadora es interpretada en el primer significado (conforme a la teoría marxista tal como lo señala explícitamente Deppe), entonces hay que reconocer que se trata de una minoría global que pierde cada vez más importancia a medida que, en los sectores de producción de valor avanzan los procesos de racionalización y hacen superfluo el trabajo en la producción inmediata. En el segundo significado aludido, cabe decir que la ampliación de la categoría de clase obrera a todos los “trabajadores en relación de dependencia” se convierte en un no-concepto pues carece en absoluto de poder de discriminación. Es simplemente otra palabra para el modo de existencia generalizado en la sociedad capitalista, donde las condiciones de vida están mediadas por el trabajo y la producción de mercancías. Para la gran mayoría de la población esto significa estar obligada a vender su fuerza de trabajo para poder sobrevivir. Sin duda, esto representa un aspecto clave de la sociedad capitalista, pero justamente por eso, no proporciona la base conceptual para determinar una división de clases; porque el hecho de poseer solamente una mercancía que ofrecer en el mercado, la mercancía fuerza de trabajo, no es el rasgo distintivo de una parte determinada de la población (la “clase trabajadora”), sino una compulsión generalizada, a la que básicamente todas las personas se encuentran sometidas, independientemente de su  lugar social como también de sus circunstancias concretas de vida.

XIII. Las aporías de la teoría de clases también son evidentes en el caso del historiador Marcel van der Linden, cuyo concepto de clase es aún más amplio que el de Deppe. Según van der Linden: “pertenece a la clase de trabajadores subalternos todo/a portador/a de fuerza de trabajo cuya fuerza está siendo vendida o alquilada a otra persona bajo presión económica o no. Es irrelevante si esta fuerza es ofrecida por el portador o la portadora mismos o si los medios de producción les pertenecen” (van der Linden, 2003, p. 34). Con esta definición, van der Linden quiere dar cuenta del hecho de que en la sociedad productora de mercancías globalizada ha surgido una enorme variedad de situaciones laborales diferenciadas y jerarquizadas que no encajan (más) en el clásico esquema de trabajo asalariado, tal como las formas de trabajo esclavo y semi-esclavo, el trabajo autónomo y subcontratado extremamente precario, pero también el trabajo de subsistencia y reproductivo no remunerado de las mujeres. En consecuencia, van der Linden no habla ya de la clase de “trabajadores asalariados libres”, sino que opta por el concepto más amplio de “trabajadores subalternos” (cf. van der Linden, 2003, pp. 31-33). Sin embargo, esto no resuelve el problema; antes bien lo lleva más lejos que Deppe elevando el concepto de clase a una metacategoría que, en principio abarca casi la totalidad de la personas que viven en la sociedad capitalista y esto es: a casi toda la humanidad.


XIV. Es lógico que un concepto de clase como tal metacategoría generalizada pierde todo poder de determinación. Representa la paradoja de un concepto de la totalidad capitalista que no logra captar esta totalidad adecuadamente, puesto que por un lado, refleja indirectamente el hecho de que el trabajo representa el principio universal de mediación social en el capitalismo; por el otro lado, van der Linden no llega a analizar este principio en lo que es, porque lo identifica desde ya con una categoría social particular, la categoría de clase.

El marxismo tradicional ha considerado siempre la mediación social a través del trabajo como una constante transhistórica de todas las sociedades, mientras que veía la característica específica del capitalismo en el dominio de clase, basado en la extracción del plusvalor y la propiedad privada de los medios de producción. Si reconocemos, sin embargo, que el capitalismo en esencia es una sociedad productora de mercancías y, por lo tanto, una sociedad en la cual los seres humanos establecen sus relaciones sociales a través de la forma de mercancía y dinero, su característica histórica-específica que lo diferencia de todas las otras formaciones sociales previas, consiste en el hecho de que el trabajo (abstracto), es decir la actividad que produce las mercancías y el valor de cambio, constituye y confiere la síntesis de la sociedad.[5]

Desde este punto de vista, el conflicto entre capital y trabajo no representa un antagonismo fundamental, sino un conflicto inmanente entre diferentes categorías sociales correspondientes al sistema de la producción generalizada de mercancías. Y cuanto más formas diferenciadas de vender su fuerza de trabajo se establecen, tanto menos se puede hablar de un conflicto, sino que este se diluye en una multiplicidad de conflictos cuyo único denominador común es el de estar localizados dentro de una totalidad social constituida por el principio universalista del trabajo abstracto.

XV. La idea, sin embargo, de que el antagonismo de clase es la esencia del capitalismo, está tan arraigada que, incluso se sostiene allí donde demuestra ser completamente inadecuada para el análisis. Esto queda en evidencia justamente en los intentos de recuperar el concepto de la lucha de clases frente a la situación global actual. Un ejemplo de esto lo proporciona el mismo van der Linden cuando trata de delimitar y precisar su concepto de clase, que obviamente a él mismo le parece insuficiente, y se plantea el interrogante: “Qué tienen realmente en común toda la diversidad de subalternos” (van der Linden, 2003, p. 33) y responde “que todos los trabajadores subalternos viven enajenados”, es decir en un “estado de heteronomía institucionalizada” (ibíd.). Para explicar este concepto se refiere a Cornelius Castoriadis: “heteronomía institucionalizada significa una división antagónica de la sociedad, es decir, la dominación de una determinada categoría social sobre el conjunto. (...) por lo tanto, la economía capitalista nos aliena porque coincide con la división de clase entre proletarios y capitalistas” (ibíd.).

XVI. Llama la atención enseguida que Castoriadis deriva la “heteronomía institucionalizada” inmediatamente de la relación de clases. Esta definición, tan simplificante como es, tenía un cierto sentido en el contexto de la teoría de las clases del marxismo tradicional, con su consabida fijación en el proletariado. Pero pierde toda fuerza explicativa si, como lo hace van der Linden, se extiende el concepto de clase hasta el infinito y termina subsumiendo en él a toda la humanidad en mayor o menor medida. Implícitamente, van der Linden no dice sino que la alienación es un rasgo básico universal de la sociedad capitalista. Pero no llega a analizar esta característica en forma coherente porque no se desprende del paradigma del marxismo tradicional. Una vez más, el intento de salvar este paradigma mediante su ampliación revela sus contradicciones y limitaciones. Ya Marx demostró que la alienación y el fetichismo de la mercancía no se pueden deducir de la dominación de clase, sino que constituyen los rasgos esenciales de una sociedad basada en la producción de mercancías y el trabajo abstracto. Para el movimiento obrero tradicional, en su lucha por conseguir el reconocimiento dentro de la sociedad capitalista, esto puede haber aparecido como un problema secundario. Hoy en día sin embargo, éste tiene que ser el enfoque principal de una crítica del capitalismo a la altura del tiempo; es la adhesión anacrónica al paradigma de la lucha de clase, que obstaculiza comprender esto.

La “clase” como totalidad positiva

XVII. Como ya he tratado de demostrar, los mismos defensores de aquel paradigma tienen que conceder implícitamente, que el concepto de clase está vaciado. Sin embargo esto no los induce a cambiar de perspectiva, sino a efectuar todo tipo de evasivas y a borrar sus propias huellas. Como consecuencia se abre un abismo insalvable entre el enfoque teórico y el análisis empírico. Por un lado, mantienen el concepto de clase, ampliándolo hasta ser una metacategoría abstracta  vacía de contenido que, precisamente por esto, queda inmunizada contra toda crítica. Por otro lado, eliminan furtivamente este mismo concepto porque ya no desempeña ningún rol real en los análisis empíricos, salvo como una difusa instancia de evocación que impregna la perspectiva de investigación y tiñe los resultados de determinada manera.

XVIII. Suena un tanto a una ironía inconsciente cuando van der Linden concluye su ensayo con el siguiente comentario: “Cabe advertir sobre toda gran teoría empíricamente vacía” (ibíd., p. 34), porque esto es exactamente lo que caracteriza su enfoque y el de todos los nuevos protagonistas del discurso de clases: empíricamente su teoría yace vacía cuando al mismo tiempo su análisis empírico no tiene sustento teórico; se aferra al mito de la lucha de clases pese a que en la realidad social no encuentra ni sujeto ni movimiento para vindicar esto, sin hacer grandes acrobacias argumentativas. Autores como Deppe y van der Linden describen de manera empíricamente correcta las jerarquías y desigualdades sociales que se conforman y agudizan en el contexto del capitalismo global en crisis; pero resumir estos resultados bajo el título “Fragmentación de la clase trabajadora” implica una perspectiva forzada, totalmente extrínseca a su análisis. Es asumida aquí una unidad fundamental, presupuesta previa a todas esas “fragmentaciones”, incluso cuando no es posible explicar en qué consiste ella. Porque el hecho de que todos los grupos y todas las personas a las que se refiere el análisis de alguna forma estén obligados a vender su fuerza de trabajo no constituye ninguna base común más allá de que todos participan en la competencia del mercado laboral. Deppe y van der Linden, sin embargo, implícitamente presuponen un sujeto colectivo, que posteriormente ha sido “fragmentado”; es decir, según ellos existe algo así como una unidad substancial de clase, esencialmente anticapitalista, que aunque actualmente no aparece a nivel empírico, puede y debe ser reconstituida.

XIX. Deppe incluso extiende este constructo esencialista, cuando, en referencia a Gramsci, habla de un “nuevo bloque de subalternos”, que junto con la “clase trabajadora”, incluye a todos los movimientos sociales de los últimos años (“las protestas de campesinos sin tierra en Brasil, el levantamiento en Chiapas, las manifestaciones masivas que a nivel mundial se pronunciaron contra la guerra o su amenaza”). Este bloque sin embargo no se halla articulado “todavía políticamente, por ausencia de un programa y un accionar apropiado para enfrentar al neoliberalismo de manera tal, que pudiese hacer  confluir a las diferentes fracciones (pág. 11). Es decir, este bloque ya existe “en sí” pero aún no se expresa políticamente como tal.

No es casual que esto evoque a la forzada construcción de la “conciencia de clase atribuida”, inventada por el filósofo leninista Georg Lukács en los años 1920 para explicar por qué la mayoría de los obreros europeos no disponía de una conciencia revolucionaria, en contraste con lo que la teoría marxista predicaba. De ahí surgió la idea metafísica de una “clase en sí” que debe ser concientizada para llegar a ser “clase para sí”, lo que a la vez justificaba todas las medidas “educativas” por parte de los partidos comunistas definidos como representantes de una “conciencia avanzada de clase” y por lo tanto como “vanguardia del proletariado”.[6] Deppe no se eleva a las alturas de tales especulaciones metafísicas (y a la vez autoritarias), pero no por haberlas superado, sino por arrastrarlas implícitamente sin ponerlas en discusión. Sólo por eso puede reducir el problema de cómo superar la “fragmentación” a la pregunta superficial por un “programa alternativo, que podría soldar las diferentes “fracciones” de aquel “bloque” presupuesto ya esencialmente.

XX. De tal modo, Deppe a la vez, sin reflexionar sobre ello, reproduce otra de las figuras argumentativas clásicas del marxismo tradicional. De acuerdo a ella, la clase trabajadora representaba, en esencia, la universalidad social, la cual, según el marxismo tradicional, era constituida por el trabajo. Por lo tanto la clase trabajadora había heredado el legado de la burguesía, la que en sus tiempos revolucionarios reclamaba representar la sociedad entera, para luego traicionar este punto de vista ante sus intereses particulares de clase.[7] En consecuencia, el objetivo revolucionario de la clase trabajadora debía consistir en realizar finalmente aquella meta de la revolución francesa y generar una totalidad social, mediada de modo “consciente” por el trabajo. Como Moishe Postone lo ha demostrado exhaustivamente en su libro Tiempo, trabajo y dominación social, esta idea equivale en un doble sentido a una proyección deformada de las relaciones capitalistas. En primer lugar, es una contradicción en sí misma, querer configurar como “consciente” la mediación a través del trabajo, porque ésta de por sí es idéntica a la mediación a través de la producción de mercancías, la cual obedece a sus propias leyes cosificadas, que se imponen a la sociedad tal como si fueran leyes naturales; todo intento de “manejar” esta dinámica cosificada en forma consciente está condenada al fracaso. Más bien se deben crear nuevas formas de mediación directa más allá de la forma mercancía-dinero.

En segundo lugar, la constitución del conjunto social como totalidad es también una característica histórica muy específica de la sociedad capitalista, que, a diferencia de  cualquier otra configuración social que jamás existió, es mediada por un principio único. Por esto la emancipación social no puede consistir en realizar la totalidad social (supuestamente mediada de modo consciente) sino en superarla, para abrir paso a una sociedad de individuos libremente asociados. Moishe Postone ha explicado muy claramente, porqué y en qué manera la sociedad capitalista puede ser considerada como totalidad en un sentido histórico-específico: “La formación social capitalista, de acuerdo a Marx, es única en tanto es constituida por una ‘sustancia’ social cualitativamente homogénea, por lo tanto, existe como totalidad social. Otras formaciones sociales no son totalizadas de tal forma, sus relaciones sociales fundamentales no son cualitativamente homogéneas. No pueden ser concebidas según el concepto de ‘substancia’ ni desarrollarse a partir de un único principio estructurante. Tampoco presentan una lógica histórica inmanente y necesaria que le sea propia” (Postone 2003, p. 133 [trad. cast., pp. 132-133]). La consecuencia lógica de esta determinación es “que la negación histórica del capitalismo no implicaría la realización, sino la abolición de la totalidad” (ibíd. [trad. cast., p. 133]; cf. también pp. 156-157 [trad. cast., p. 157]).

XXI. Aunque el nuevo discurso clasista pretende criticar a su vez  las unificaciones falsas por parte marxismo tradicional, sin embargo se contradice debido a la persistente fijación a la categoría de “la clase”. Es más: la tendencia a sobredimensionar esta categoría particular hasta hacer de ella una metacategoría de la sociedad como un todo, exagera la afirmación de la totalidad hasta un punto tal, que ya cae en el absurdo. Porque si una mayoría casi absoluta de la humanidad perteneciera a “la clase” (o al “bloque de subalternos”), la totalidad social que el marxismo tradicional dibujaba en el horizonte del futuro, estaría ya potencialmente realizada. Pero así, se pierde la base para una crítica adecuada del capitalismo. La totalidad constituida por medio de la mercancía y el trabajo abstracto no tendría que ser superada, sino que debería tan sólo tomar conciencia de sí misma. Sólo unos pocos dicen esto tan explícitamente como Hardt y Negri, que ya ven al comunismo asomándose por todas partes bajo la fina manta del capitalismo, pero esto no es de ningún modo un capricho individual, sino una consecuencia lógica del enfoque teórico, que ellos comparten en lo fundamental con todo el nuevo discurso sobre las clases.

XXII. Este discurso pretende estar más allá del marxismo tradicional, porque rompe con la idea de unidad del sujeto y en su lugar evoca permanentemente la heterogeneidad de la supuesta clase trabajadora. Pero efectivamente con esto sólo se refiere el desgarramiento interno de la sociedad productora de mercancías, que por causa de sus contradicciones internas, se desintegra, en innumerables sujetos particulares, que compiten entre sí.Si esta totalidad fragmentada se identifica con “la clase trabajadora” definida como sujeto colectivo esencialmente anticapitalista, resulta casi imposible criticar las dinámicas regresivas y destructivas desencadenadas por la competencia generalizada y los efectos de la crisis global, se manifieste esto en las formas de violencia racista y sexista, en los delirios antisemitas, en los etnicismos agresivos o los fundamentalismos religiosos. Desde la perspectiva de clase estas dinámicas no pueden ser descifradas como un accionar inherente a la subjetividad moderna, es decir, la forma de subjetividad propia de todos los individuos miembros de la sociedad capitalista, sea cual fuera su posición social. Como esa crítica no concordaría con la referencia positiva al supuesto sujeto de clase, todo aquello que perturba esta  perspectiva, es tratado como una suerte de factor externo que de alguna forma u otra puede fraccionar aquel sujeto pero nada tiene que ver con lo que encubiertamente es supuesto como “ser esencial de clase”.

Por lo tanto, en última instancia quedaría como una cuestión más o menos de gusto personal, si movimientos etnicistas como el separatismo catalán u organizaciones fundamentalistas como Hamas se incluyen o no en el gran consenso de la lucha anticapitalista.

No more Making of the Working Class

XXIII. En contraste con los intentos de salvar a la clase trabajadora mediante la extensión excesiva de sus determinaciones objetivas, están aquellos que argumentan fundamentalmente desde el lado subjetivo. De acuerdo con estos planteamientos, la clase no se define por su lugar en el proceso de producción y valorización, sino que se constituye constantemente de nuevo y atraviesa permanentes cambios, que están sujetos, esencialmente, a la dinámica de la lucha de clases. Esta perspectiva es mucho más abierta, porque enfoca en primer lugar los conflictos, su carácter de proceso y las posibilidades de desarrollo subjetivo contenidas en ellos. Sin embargo aun así se basa en un axioma apriorístico, que precede todos los análisis específicos y restringe su perspectiva: como algo autoevidente, la lucha de clases es presupuesta como un principio transhistórico válido, del que a su vez puede derivarse la clase. “Siempre ya presente en todas las relaciones sociales, la lucha de clases precede a las clases históricas”, escribe la redacción de la revista Fantômas en la editorial de una edición ya citada varias veces aquí (Nº4, 2003, p. 4, énfasis añadido). Sin embargo, este argumento se vuelve circular. Tanto el concepto de clase como el de lucha de clases son definidos de manera arbitraria. Según este enfoque todos los conflictos sociales, serían susceptibles, en principio, de ser declarados como lucha de clases, y todos los que luchan de alguna forma como sujetos de clase, sin haber aclarado, cuáles son los criterios para diferenciar entre los diferentes tipos de luchas y de subjetividades.

De esta manera, el paradigma subjetivista de clase llega, en principio, a resultados iguales que su contraparte objetivista. Porque como obviamente tienen lugar luchas de todo tipo en cada momento en alguna parte del mundo, según esta perspectiva, existe una dinámica permanente de “lucha de clases” y, por lo tanto, de “formación de clase”. El concepto aplicado es tan amplio, que de alguna u otra forma siempre puede ser supuestamente verificado. Pero esta “verificación empírica” está desde siempre determinado por el axioma que lo precede. El resultado se conoce de antemano: el conjunto social no es otra cosa que una totalidad de luchas de clases. No sorprende entonces que los antiguos contrincantes teóricos, “objetivistas” y “subjetivistas”, vayan reconciliándose cada vez más y coexistan en paz (como, por ejemplo, en la edición de Fantômas). Pues cuando se pierde toda precisión conceptual y la “clase” puede ser esto o aquello y desde luego está en todas partes, las antiguas diferencias teóricas ya no desempeñan un papel significativo.

XXIV. Básicamente el problema consiste en que el concepto de lucha de clases aquí es desprendido de su contexto histórico específico, donde tenía sentido: las luchas del movimiento obrero en los siglos XIX y XX. Con esta descontextualización se pierde no sólo el vigor conceptual sino con él la capacidad de diferenciar entre luchas anticapitalistas o emancipatorias en un sentido más amplio, por un lado, y enfrentamientos que más bien corresponden con lo que Hobbes llamó la “guerra de todos contra todos”. Esto es, una vez más, especialmente evidente en Hardt y Negri, que glorifican la lucha diaria por la existencia individual como una forma de expresión de la lucha de clases y carecen de cualquier criterio para diferenciar la violencia puramente regresiva, la competencia generalizada o los movimientos fundamentalistas. El concepto de la “lucha de clases” se torna así una fórmula abstracta y, en última instancia afirmativa, que abarca tanto el estado de guerra permanente de la sociedad capitalista y su desintegración provocada por la crisis global, como los esfuerzos para oponérsele.

Desde luego, muchos representantes de la perspectiva subjetivista de clase tratan de distinguir entre diferentes tipos de lucha en sus análisis empíricos; sin embargo estos esfuerzos flotan en el aire porque no coinciden con la propia base teórica. El paradigma de la lucha de clases descontextualizado no proporciona ningún instrumento conceptual para realizar estas distinciones. Por eso para rescatar aquel paradigma deben recurrir a toda clase de argumentos adicionales, provenientes de otros contextos teóricos, como por ejemplo teorías postmodernistas. Esto explica el carácter totalmente ecléctico de los conceptos postoperaístas  en especial, pero a la vez demuestra que ellos poco pueden contribuir para esclarecer las dinámicas sociales desencadenadas por la crisis global del sistema productor de mercancías.

XXV. Uno de los testimonios clave de la teoría de clases subjetivista es el historiador social inglés E. P. Thompson, que siempre enfatizó el aspecto activo en el origen de la clase obrera. En el prólogo a su estudio histórico más importante, que en el original tiene el título programático de The Making of the English Working Class [La formación de la clase obrera en Inglaterra], escribe: “Formación porque es el estudio de un proceso activo, que debe tanto a la acción como al condicionamiento. La clase obrera no surgió como el sol, a una hora determinada. Estuvo presente en su propia formación” (Thompson, 1989, vol. 1, p. 13). Pero desde luego los análisis de Thompson se refieren a procesos enmarcados en una situación histórica muy específica: el desarrollo de la sociedad capitalista entre el último tercio del siglo XVIII y el primer tercio del siglo XIX en Inglaterra. Es obvio que aquella situación difiere de manera fundamental de la situación actual. Estaba caracterizada por una dinámica de marginación y destrucción de condiciones de vida y trabajo relativamente heterogéneas pre y protocapitalistas. Esto se dio bajo la presión unificadora cada vez mayor de la formas de producción y vida capitalista; lo que implicó la generación masiva de “trabajadores doblemente libres”, obligados a vender su fuerza de trabajo si querían sobrevivir. En sus investigaciones, Thompson se concentró en las revueltas y luchas defensivas, provocadas por este proceso, y mostró cómo, a partir de ellas (y también por la experiencia de las derrotas) pudo empezar a conformarse algo así como una conciencia de clase.

XXVI. Fue, sin duda alguna, un aporte muy importante hacer hincapié en estos procesos subjetivos descuidados por el marxismo ortodoxo. Tanto más hay que evitar el extraer los conocimientos adquiridos por Thompson de su contexto histórico, porque lo único que se obtiene de esta manera son abstracciones ahistóricas que no hacen ningún sentido. Si bien la constitución de una conciencia de clase no surgió de modo automático del proceso de valorización del capital que logró imponerse, no obstante este proceso marca el contexto objetivo para esta constitución. Fue la subordinación de todas las relaciones sociales bajo el principio universalista del trabajo abstracto y la producción de mercancías, que provocó aquellas luchas sociales, las cuales contribuyeron a la formación de la clase obrera como sujeto colectivo, en defensa de sus intereses, para un período histórico de más o menos 150 años. Los momentos objetivos y subjetivos de esta constitución de clase se entrelazan estrechamente con efectos  recíprocos. Thompson mismo señala: “La experiencia de clase está determinada en gran medida por las relaciones de producción en las que uno nace -o en las que ingresa en contra de su voluntad. La conciencia de clase es la forma como esta experiencia es interpretada y mediatizada culturalmente: encarnada en tradiciones, sistemas de valores, ideas y formas institucionales. En contraste con la conciencia de clase, la experiencia de clase está determinada” (Thompson, 1989, p. 8).

XXVII. Si aplicamos esta afirmación a la situación actual, lo primero que llama la atención, es que el marco objetivo dentro del cual las experiencias y los conflictos sociales tienen lugar es fundamentalmente diferente al contexto histórico analizado por Thompson. Hoy no nos encontramos en una situación donde el modo de producción y de vida capitalista recién comienza a imponerse violentamente en la sociedad, destruyendo todo un tejido heterogéneo de formas de vida tradicionales, regidas por normas totalmente diferentes (Thompson habla de la “economía moral”). Más bien: el sistema productor de mercancías se ha generalizado en el mundo y subsumido a todas las relaciones sociales bajo sus principios universalistas; pero a la vez entró en un proceso de crisis global, una crisis, que no solamente es de carácter económico, sino que socava los fundamentos de la sociedad basada en la valorización del capital y pone en marcha una enorme dinámica de desintegración social.

Esta tendencia es exactamente opuesta a los procesos en el siglo XIX que desembocarían en la formación de la sociedad capitalista. La creciente precarización de las condiciones de trabajo y de vida no indica la existencia de un ejército industrial de reserva que más adelante será integrado en la producción masiva en función de la acumulación de capital; al contrario en ella se refleja el hecho de que cada vez más personas a lo largo del mundo se vuelven superfluas para la producción de valor y por lo tanto son excluidas en sentido económico, social y político. Por lo tanto no presenciamos la reconstitución de una nueva clase trabajadora global, sino la creciente descomposición de una sociedad basada en el trabajo abstracto. No se está imponiendo una forma social universalista frente a una pluralidad de modos de vida precapitalistas; más bien esta forma universalista se desintegra por medio de una multiplicidad de conflictos y enfrentamientos muchas veces violentos y hace que los individuos atomizados pierdan todo base sólida bajo los pies. Esta tendencia es universal solo en el sentido de que equivale a un desclasamiento general; pero esto, de por sí es un proceso meramente negativo que no genera una nueva síntesis social de luchas solidarias.

XXVIII. Los movimientos sociales en la primera mitad del siglo XIX en Inglaterra analizados por Thompson surgieron a partir de la experiencia de verse confrontados con la marginación de las condiciones de vida no capitalistas y protocapitalisas, incompatibles con el modo de producción del capitalismo industrial. Frente a esta experiencia colectiva y ante la tremenda imposición del trabajo en las fábricas, se desarrollaron formas de solidaridad práctica y patrones culturales comunes, y al mismo tiempo se constituyó una identidad colectiva de clase trabajadora. Sin embargo, un proceso tal ya no puede tener lugar, porque falta el centro de gravitación para focalizar y unificar las luchas heterogéneas. Pero esta descentralización del campo social no solo abrió paso para una pluralidad de movimientos emancipatorios más allá del tema del trabajo, como movimientos feministas y ecologistas, sino también fomentó la masiva proliferación de corrientes sectarias, fundamentalistas y reaccionarias de todo tipo. Son justamente estas corrientes las que, a nivel global, han ganado una atracción enorme, porque ofrecen no solo apoyo material para su clientela sino sobre todo un sustento subjetivo para los individuos expuestos a la compentencia total o, marginados como superfluos para el capitalismo.

Pero este sustento no es para nada emacipatorio. Más bien reproduce y refuerza los momentos más regresivos y represivos de la subjetividad moderna en vez de superarlos. Aquí no surge una nueva Working Class, sino que se forman colectivos sociales que ofrecen un marco dentro del cual los individuos son formateados, según las condiciones de la sociedad capitalista, para que puedan seguir funcionando a nivel precario, sin autoreflexión crítica alguna.

XXIX. Sin embargo, la fragmentación social causada por la crisis capitalista no sólo desencadena los momentos regresivos de la subjetividad moderna, sino activa también una multiplicidad de impulsos y aspiraciones emancipatorios. Pero como éstos han perdido su centro de gravedad, históricamente constituido por la lucha de clases, se ven continuamente expuestos al peligro de reproducir por sí mismos las tendencias centrífugas del proceso de crisis capitalista. Por lo tanto se da el desafío de reformular una perspectiva de lucha anticapitalista global, que sea capaz de vincular todas las diferentes luchas de carácter emancipatorio sin falsas unificaciones ni jerarquizaciones. Un punto de enfoque común sin duda tiene que ser el enfrentar las tendencias de desintegración social a causa de la crisis y a los movimientos y las corrientes regresivas, que se generan a partir de estos procesos. Pero esta vinculación no se deduce a partir de presupuestas determinaciones objetivas o subjetivas (como el punto de vista de clase o la lucha de clases). Sólo puede emerger de la cooperación consciente de movimientos sociales que aspiran a la abolición de la dominación en todas sus manifestaciones, y no sólo como una meta abstracta y distante, sino también dentro de sus propias estructuras y relaciones internas.

XL. Lo que puede contribuir a la teoría crítica y el análisis de la crisis global es nombrar posibles puntos de partida para realizar estas vinculaciones. Si algo podemos aprender de las investigaciones de Thompson, es la importancia de la experiencia práctica/concreta para la constitución de los movimientos sociales. Por eso son de especial importancia aquellos procesos en los cuales tiene lugar la resistencia a las imposiciones del capitalismo, sustrayéndose a los intentos jerárquicos, populistas y autoritarios de integración, así como las luchas reivindicativas que aspiran a generar estructuras auto-organizadas. Tales movimientos (como los zapatistas, la corriente autónoma de los piqueteros y otros movimientos de base) obviamente son minoritarios a nivel mundial y constantemente están amenazados por la marginación y la cooptación. Sin embargo, aunque sean contradictorios en muchos aspectos, en ellos se encuentran los momentos embrionarios que apuntan a la perspectiva de una liberación de la totalidad capitalista. El futuro no pertenece a la lucha de clases, sino a una lucha emancipatoria sin clases.


Bibliografía
Deppe, Frank (2003): “Der postmoderne Fürst. Arbeiterklasse und Arbeiterbewegung im 21. Jahrhundert”, en Fantômas, Nº 4, 2003, pp. 7-12.
Lohoff, Ernst (2005): “Die Verzauberung der Welt”, en Krisis, Nº 29, 2005, pp. 13-60. www.krisis.org/2005/die-verzauberung-der-welt
Postone, Moishe (2003): Zeit, Arbeit und gesellschaftliche Herrschaft, Friburgo: ça-ira-Verlag, 2003. Edición en castellano Tiempo, trabajo y dominación social”, trad. María Serrano, Madrid: Marcial Pons, 2006.
Schandl, Franz (2002): “Kommunismus oder Klassenkampf”, en Streifzüge, Nº 3, 2002, pp. 5-11. www.krisis.org/1997/kommunismus-oder-klassenkampf
Thompson, Edward P. (1989): La formación de la clase obrera en Inglaterra, trad. Elena Grau, Barcelona: Crítica, 1989.
Trenkle, Norbert (2005): “Die metaphysischen Mucken des Klassenkampfs”, en Krisis, Nº 29, 2005, pp. 143-159. www.krisis.org/2005/die-metaphysischen-mucken-des-klassenkampfs
Trenkle, Norbert (2007): “La crisis del trabajo abstracto es la crisis del capitalismo”. Ponencia para el coloquio “La crisis del trabajo abstracto”, Buenos Aires, del 5 al 7 de noviembre 2007 www.krisis.org/2007/la-crisis-del-trabajo-abstracto-es-la-crisis-del-capitalismo
van der Linden, Marcel (2003): “Das vielköpfige Ungeheuer. Zum Begriff der WeltarbeiterInnenklasse”, en Fantômas, Nº 4, 2003, pp. 30-34.



El presente trabajo es la traducción de un artículo publicado en el número 30 de la revista Krisis en el año 2006 (www.krisis.org/2006/kampf-ohne-klassen). Para esta traducción destinada a Herramienta, aquél artículo ha sido repasado y modificado parcialmente por el autor. Es de recalcar, que el texto se refiere al discurso marxista en Alemania y en Europa, donde el concepto de la lucha de clases había perdido importancia por casi veinte años, para luego resurgir parcialmente en la primera década del nuevo siglo. El texto se enfrenta a esta tendencia y aboga por una redefinición de la crítica anticapitalista más allá de aquel enfoque tradicional. [Traducción al castellano: Mariano Campos, Facundo Martín, Dora de la Vega y Norbert Trenkle].


[3] Véase Trenkle (2005). Hablo de una especie de metafísica, porque el concepto de la lucha de clases desde siempre se funda en la construcción teórica esencialista (y en cierto modo idealista) de una unidad sustancial de clase, antepuesta a todo análisis empírico. La expresión filosófica más elaborada de esta construcción se encuentra en el famoso texto de Georg Lukács “La cosificación y la conciencia del proletariado” (1922), donde inventa el concepto de la “clase en sí” y la “clase para sí” para explicar por qué no tuvo lugar la revolución mundial. Más abajo retomaré esta crítica. Por el momento quiero recalcar solamente que los teóricos de clase modernos como Holloway o Hardt/Negri, que aunque  en muchos aspectos se hayan desprendido del marxismo tradicional y sobre todo del marxismo ortodoxo leninista, arrastran consigo inconscientemente aquel concepto de clase metafísico.
[4] Revista que se editó en Hamburgo entre los años 2002 y 2008.
[5] En otro texto expliqué este aspecto más detalladamente: “El trabajo abstracto es el principio central de organización y dominación de la sociedad capitalista. Lo afirmamos no sólo por el hecho de que la realización del capital depende de la aplicación de la fuerza de trabajo vivo en el proceso de producción, sino por una razón más fundamental: el trabajo abstracto constituye y confiere la síntesis de la sociedad capitalista. Puesto que ésta, en esencia, es una sociedad productora de mercancías y,  por lo tanto, una sociedad en la cual los seres humanos establecen sus relaciones sociales a través de la forma de mercancías y dinero. Pero dado que una mercancía, considerada desde su aspecto de valor de cambio, no es otra cosa que portadora de valor -o sea de “trabajo muerto”-  la mediación o transmisión social conferida a través de mercancías es idéntica a la mediación o transmisión a través del  trabajo abstracto. La expresión más directa y evidente de esto es la obligatoriedad generalizada de tener que vender la propia fuerza de trabajo para poder sobrevivir. Por lo tanto uno mismo debe convertirse en mercancía para, a través de la compra de los bienes de consumo, tener acceso a la riqueza de la sociedad . La síntesis o mediación social a través de mercancías y trabajo es, en esencia, mediación cosificada.  Es decir: las relaciones sociales (relaciones entre seres humanos) se establecen por medio de las cosas (mercancías)  y asumen de esta manera una forma totalmente demencial. En cierta forma, las cosas comunican sobre cómo deben vivir los seres humanos. O dicho de otro modo: en la sociedad capitalista,  los productos del trabajo humano adquieren vida propia y se presentan ante las personas como configuración de coacciones aparentemente ajenas. Para este estado de cosas, Marx acuñó la famosa expresión de fetichismo de la mercancía” (Trenkle, 2007, p. 1) Véase también al respecto Postone (2003, en especial pp. 229-245 [trad. cast., pp. 233-247]).
[6] Véase Trenkle (2005).
[7] El abate Emmanuel Joseph Sieyés (1748-1836), en las vísperas de la Revolución Francesa, escribió un folleto titulado”¿Qué es el Tercer Estado?”, que alcanzó una gran resonancia. En las primeras líneas, al explicar su contenido, expresó: “El plan de este escrito es bastante simple. Tenemos que hacernos tres preguntas: 1º) ¿Qué es el tercer estado? Todo. 2º) Qué ha sido hasta ahora en el orden político? Nada. 3º) ¿Qué pide? Llegar a ser algo”. http://www.enciclopediadelapolitica.org/Default.aspx?i=&por=e&idind=623&termino=



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