viernes, 20 de noviembre de 2015

ENGELS, LENIN Y LA TERCERA GUERRA MUNDIAL: EL IMPERIO CAPITALISTA CONTRA LOS PUEBLOS DEL MUNDO




En 1887 Friedrich Engels y Vladímir Ilich Uliánov (Lenin) en 1918 analizan el escenario de la primera guerra mundial y sus consecuencias. Mucha sangre ha corrido en el tercer planeta, desde aquel momento. Ese estudio tiene gran valor porque el capitalismo global vive su crisis terminal y está metido hasta el cuello en una tercera guerra mundial que nadie desea y, sin embargo, de ella (la guerra) depende su vida. Esta es una guerra no declarada por el imperio yanqui y sus aliados occidentales contra los pueblos del mundo.

Engels escribe el prefacio al folleto de Segismundo Borkheim En memoria de los ultrapatriotas alemanes de 1806-1807, en el cuál adelanta juicios sobre la primera guerra mundial. Lenin publica, el prefacio y un comentario en 1918, en medio de las consecuencias de la primera guerra.

Engels, en 1887, concluye su  exordio con éstas proféticas palabras: “Es absolutamente imposible prever cómo terminará todo esto y quién vencerá en la lucha; sólo un resultado es absolutamente cierto: EL AGOTAMIENTO GENERAL Y LA CREACIÓN DE LAS CONDICIONES REQUERIDAS PARA LA VICTORIA DEFINITIVA DE LA CLASE OBRERA…” Más abajo cierra su exposición dirigiéndose a los capitalistas: “Pero, cuando hayan desatado las fuerzas que más tarde ya no podrán controlar, entonces no importa lo que ocurra: al finalizar la tragedia ustedes serán destruidos y la victoria del proletariado será ya un hecho o será de todos modos [doch ] inevitable.”

En el presente siglo, el economista italiano, Luciano Vasapollo, en una entrevista publicada en http://www.rebelion.org/, concluye que “La crisis del capital es sistémica y profunda y se transformará cada vez más en una crisis social sin precedentes.” El líder de la Coalición de la Izquierda Radical (Syriza) de Grecia, Alexis Tsipras, dice: si acatamos el memorándum de austeridad, que pretende imponer la UE y el FMI, nos precipitaremos a un camino hacia el infierno social. En The Guardian, Tsipras afirmó que lo que está en marcha no es una guerra “entre naciones y pueblos”, sino un conflicto que opone a “los trabajadores y la mayoría de las personas” a los “capitalistas  globales, banqueros, especuladores en las bolsas, los grandes fondos de inversión”. “Es una guerra entre los pueblos y el capitalismo”, concluye.[1]

Las evidencias históricas registran que no existen soluciones de carácter económico para las crisis sistémicas. Pero, el capital internacional, rentista, parasitario y especulativo, se aferra a la lógica del sistema que a toda costa debe impedir el colapso global, tal como lo ha venido haciendo los últimos noventa años. Engañar y postergar es su única alternativa válida en el terreno de la economía. Mientras, el declinante imperio occidental, fabrica pretextos para llevar la guerra a cualquier país o nación que posea alguna riqueza apetecida por la avaricia de las transnacionales. ¡La guerra contra los pueblos del mundo está declarada que no les quepa duda!  ¡Y los trabajadores del mundo tienen la palabra!  Los pueblos, y sólo los pueblos organizados, tienen en sus manos acabar con el mayor flagelo de la humanidad: ¡¡el capitalismo!!

Tacna, 02 de junio 2012
Edgar Bolaños Marín



PALABRAS PROFÉTICAS

Por V. I. Lenin

En la actualidad, gracias a Dios, nadie cree en los milagros. La profecía milagrosa es un cuento. Pero la profecía científica es un hecho. Y en nuestros días, cuando encontramos alrededor nuestro muy frecuentemente el desánimo vergonzoso e incluso la desesperación, es útil recordar una profecía científica que ha resultado cierta.

Federico Engels tuvo oportunidad, en 1887, de referirse a la futura guerra mundial en el prefacio al folleto de Segismundo Borkheim En memoria de los ultrapatriotas alemanes de 1806-1807 (Zur Erinnerzmg für die deutschen Mordspatrioten 1806-1807). (Este folleto corresponde al volumen XXIV de la “Biblioteca Socialdemócrata”, que se editaba en 1888 en Göttingen-Zurich.)

He aquí cómo juzgaba Federico Engels la futura guerra mundial, hace más de treinta años:

“...Para Prusia-Alemania ya no es posible ninguna otra guerra que la guerra mundial. Y sería una guerra mundial de proporciones sin precedentes y de violencias jamás vistas. De ocho a diez millones de soldados se matarán entre sí, y al hacerlo destruirán toda Europa hasta devastarla como nunca la devastaron hasta ahora las mangas de langosta. La devastación de la guerra de los Treinta Años comprimida en tres o cuatro años y extendida a todo el continente; hambre, epidemias, corrupción general, tanto de las tropas como de las masas populares, como consecuencia de una aguda miseria; una desesperante confusión en nuestro artificial mecanismo en el comercio, la industria y el crédito; todo esto terminará con la bancarrota general, la bancarrota de los viejos Estados y de su tradicional sabiduría estatal; una bancarrota tal, que las coronas rodarán por docenas por el suelo y no habrá nadie que las levante. Es absolutamente imposible prever cómo terminará todo esto y quién vencerá en la lucha; sólo un resultado es absolutamente cierto: el agotamiento general y la creación de las condiciones requeridas para la victoria definitiva de la clase obrera.

“Tal es la perspectiva, si el sistema de mutua competencia en materia de armamentos, llevado al extremo, produce finalmente sus frutos inevitables. He aquí señores, príncipes y estadistas, adónde ha conducido a la vieja Europa la sabiduría de ustedes. Y cuando no les quede nada más que iniciar la última gran danza guerrera, eso nos vendrá muy bien [ uns kann es recht sein ]. Puede ser que la guerra nos relegue por un tiempo a un segundo plano, puede ser que nos quite determinadas posiciones ya conquistadas. Pero, cuando hayan desatado las fuerzas que más tarde ya no podrán controlar, entonces no importa lo que ocurra: al finalizar la tragedia ustedes serán destruidos y la victoria del proletariado será ya un hecho o será de todos modos [ doch ] inevitable.


“Londres, 15 de diciembre de 1887.

Federico Engels”


¡Qué profecía genial! Y qué riqueza de ideas en cada frase de este análisis científico de clase, preciso, claro y breve! Cuántas cosas podrían aprender allí quienes hoy se entregan a un descreimiento, un desaliento y una desesperación vergonzosos, si… si esas personas, habituadas a arrodillarse servilmente ante la burguesía, o que se dejan atemorizar por ella, supieran pensar, fueran capaces de pensar!

Algunas de las predicciones de Engels ocurrieron de modo distinto, pues no podía esperarse que el mundo y el capitalismo no sufrieran cambios en los treinta años de desarrollo imperialista vertiginosamente rápido. Pero lo más asombroso es que una gran parte de lo pronosticado por Engels se está cumpliendo “al pie de la letra”. Y ello porque Engels hizo un análisis de clase perfectamente exacto, y las clases y sus relaciones mutuas continuaron siendo las mismas.

“…Puede ser que la guerra nos relegue por un tiempo a un segundo plano…“ Los acontecimientos marcharon precisamente en esta dirección, pero fueron todavía más lejos y aun peor: una parte de los “relegados a un segundo plano”, los socialchovinistas y sus “semiadversarios” sin carácter, los kautskistas, comenzaron a elogiar su movimiento de retroceso y se trasformaron en directos renegados y traidores al socialismo.

“…Puede ser que la guerra nos quite determinadas posiciones ya conquistadas…” Toda una serie de posiciones “legales” les fueron quitadas a la clase obrera. Pero en cambio ésta se templó en las pruebas y recibe duras pero útiles lecciones de organización ilegal, de lucha ilegal, de preparación de sus fuerzas ilegales para el asalto revolucionario. 

“…Las coronas rodarán por docenas…” Varias coronas han caído ya, una de ellas vale por una docena de las otras: la corona del monarca absoluto de todas las Rusias, Nicolás Románov.

“…Absolutamente imposible prever cómo terminará todo esto…” Después de cuatro años de guerra, esta imposibilidad absoluta, si se nos permite decirlo así, es todavía más absoluta.

“…Desesperante confusión en nuestro artificial mecanismo en el comercio, la industria y el crédito…” Al finalizar el cuarto año de guerra, esto se puso de manifiesto íntegramente en uno de los Estados más grandes y atrasados que los capitalistas, arrastraron a la guerra: en Rusia. ¿Pero acaso el hambre creciente, la escasez de vestimenta y materias primas, el desgaste de los medios de producción en Alemania y Austria, no demuestran que una situación igual se aproxima con enorme rapidez a otros países?

Engels sólo describe las consecuencias de la guerra “externa”, no se refiere a la interna, es decir, a la guerra civil, inevitable hasta ahora en todas las grandes revoluciones de la historia, y sin la cual ningún marxista serio puede concebir la transición del capitalismo al socialismo. Y aun cuando una guerra externa puede prolongarse por un determinado tiempo sin provocar una “desesperante confusión” en el “artificial mecanismo” del capitalismo, es evidente que la guerra civil es inconcebible sin consecuencias parecidas. 

Cuánta estupidez, qué cobardía —sin hablar del servilismo interesado frente a la burguesía— revelan aquellos que, dándose todavía el nombre de “socialistas” —como nuestro grupo de “Nóvaia Zhizn”, nuestros mencheviques, eseristas de derecha, etc.—, señalan malignamente las manifestaciones de esta “desesperante confusión”, culpando de todo al proletariado revolucionario, al poder soviético, a la “utopía” de la transición al socialismo. La “confusión”, la desorganización, según la excelente expresión rusa, es provocada por la guerra. Es imposible una guerra dura sin desorganización. No puede haber guerra civil, condición inseparable y acompañante de la revolución socialista, sin desorganización. Renegar de la revolución, del socialismo, “por causa” de la desorganización, significa poner sólo de manifiesto la falta de principios y en la práctica desertar al campo de la burguesía.

“…El hambre, las epidemias, la corrupción general, tanto de las tropas como de las masas populares, como consecuencia de una aguda miseria...”

Con cuánta sencillez y claridad llega Engels a esta indiscutible conclusión, que debe ser evidente para cualquiera que sea capaz de reflexionar aunque sólo sea un poco en las consecuencias objetivas de una guerra dura y penosa de muchos años. Y cuán asombrosamente estúpidos son aquellos numerosos “socialdemócratas” y seudo “socialistas” que no quieren o no pueden comprender una idea tan sencilla como esta.

¿Es concebible una guerra de muchos años sin corrupción tanto de las tropas como de las masas populares? Por supuesto que no. Semejante consecuencia de una larga guerra es absolutamente inevitable durante varios años, si no durante toda una generación. Pero nuestros “hombres enfundados”, los llorones intelectuales burgueses que se autotitulan “socialdemócratas” y “socialistas”, ayudan a la burguesía, echando la culpa a la revolución por las manifestaciones de corrupción o el inevitable rigor de medidas que se toman para combatir particularmente los casos agudos de corrupción, a pesar de que es claro como el día que esta corrupción ha sido producida por la guerra imperialista y que ninguna revolución puede librarse de tales consecuencias de la guerra sin una larga lucha y sin una serie de duras medidas de represión.

Nuestros melosos escritores de Nóvaia Zhizn, Vperiod o Dielo Narodaestán dispuestos a aceptar “en teoría” una revolución del proletariado y de otras clases oprimidas, con tal de que la revolución les caiga del cielo, en vez de nacer y crecer en una tierra empapada en la sangre de cuatro años de matanza imperialista de los pueblos, con millones y millones de personas atormentadas, agotadas y corrompidas por esa matanza.

Ellos oyeron y admitieron “teóricamente” que una revolución se puede comparar con un parto, pero cuando se llegó a los hechos, se acobardaron vergonzosamente y sus gemidos pusilánimes hicieron eco a los ataques malignos de la burguesía contra la insurrección del proletariado. Consideremos la descripción de un parto, hecha en una obra literaria, donde la finalidad del autor es la reconstrucción veraz de todo el rigor, todos los tormentos y todo el horror de este acto, como por ejemplo en La joie de vivre (“La alegría de vivir’) de Emile Zola o en Las memorias de un médico de Veresáiev. El ser humano nace en un acto que trasforma a la mujer en un montón de carne casi inanimada, torturada y desgarrada, enloquecida de dolor, ensangrentada. ¿Pero se puede considerar como ser humano al “individuo” que ve exclusivamente eso en el amor y en sus consecuencias, en la trasformación de la mujer en madre? ¿Quién renunciaría al amor y a la procreación por este motivo?

El parto puede ser fácil y puede ser difícil. Marx y Engels, los fundadores del socialismo científico, han dicho siempre que la transición del capitalismo al socialismo vendrá inevitablemente acompañada de prolongados dolores de parto. Y Engels, analizando las consecuencias de la guerra mundial, describe con sencillez y claridad este hecho indiscutible y evidente: la revolución que sigue a la guerra y está relacionada con la guerra (más aún —agregamos por nuestra cuenta—, estalló en el transcurso de la guerra y está obligada a crecer y sostenerse en medio de la guerra mundial que la rodea), una revolución semejante constituye un parto particularmente difícil.

Con clara comprensión de esto, Engels se refiere con especial prudencia al nacimiento del socialismo en la sociedad capitalista, pronta a sucumbir en la guerra mundial. “Sólo un resultado (de la guerra mundial) —dice— es absolutamente indudable: el agotamiento general y la creación de las condiciones requeridas para la victoria definitiva de la clase obrera.”

Este pensamiento lo expresa aún con mayor claridad al final del prefacio que analizamos:

“Al finalizar la tragedia ustedes (los capitalistas y terratenientes, reyes y estadistas burgueses) serán destruidos y la victoria del proletariado será ya un hecho o será de todos modos inevitable.”

Un parto difícil aumenta considerablemente el peligro de una enfermedad grave o de un desenlace fatal. Pero si las personas pueden morir durante el parto, la nueva sociedad, que nace del viejo régimen, no puede morir; todo lo que puede pasar es que el nacimiento sea más doloroso y prolongado, su crecimiento y desarrollo más lentos.

La guerra no ha terminado todavía. El agotamiento general ya se produjo. En cuanto a los dos resultados directos de la guerra, pronosticados condicionalmente por Engels (tanto la victoria ya conquistada de la clase obrera, como la creación de las condiciones que hará esto inevitable, a pesar de todas los dificultades), en cuanto a estas dos condiciones, ahora, a mediados de 1918, las tenemos a ambas.

La victoria de la clase obrera ya es un hecho en uno de los países capitalistas menos desarrollados. En los otros países se van creando, con inauditos esfuerzos, con inauditos dolores, las condiciones que harán “inevitable, de todos modos” esta victoria.

Dejen que graznen los llorones “socialistas”, dejen que rabie y se enfurezca la burguesía. Sólo aquellos que cierran los ojos para no ver y se tapan los oídos para no oír, pueden dejar de observar que han comenzado en todo el mundo los dolores del parto de la vieja sociedad capitalista, grávida de socialismo. Nuestro país, colocado en el tiempo a la vanguardia de la revolución socialista por la marcha de los acontecimientos, está sufriendo dolores particularmente agudos del primer período del parto. Tenemos todas las razones para enfrentar con total firmeza y seguridad absoluta el porvenir, que nos prepara nuevos aliados y nuevas victorias de la revolución socialista en varios de los países más avanzados. Tenemos el derecho de sentirnos orgullosos y de considerarnos afortunados porque nos ha tocado en suerte ser los primeros en derribar al capitalismo en una parte del globo terrestre, a esa fiera salvaje que empapó la tierra en sangre, llevó la humanidad al hambre y a la corrupción, y que muy pronto sucumbirá inexorablemente, por monstruoso y feroz que sea su frenesí en la hora de la muerte.

29 de junio de 1918.

Pravda, núm. 133, 2 de julio de 1918. Firmado: N. Lenin Obras Completas, V. I. Lenin, Editorial Cartago, Bs As, 1970, Tomo XXIX, Pág. 259 - 264



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