lunes, 2 de mayo de 2016

ANIVERSARIO 111° DEL FRENTE UNIDO




(01 de mayo de 2016)
Por Miguel Aragón

         Entre el frente unido del pueblo peruano, el movimiento socialista peruano y el proyecto de partido socialista del Perú, han existido y existen relaciones de interacción dialécticas, y este 1° de mayo es una fecha oportuna para ordenar algunas ideas sobre esas relaciones.

I
En la mayoría de los países industrialmente desarrollados (como en los países ubicados en la parte occidental de Europa), así como en los países industrialmente menos desarrollados (como en los países ubicados en la parte oriental de Europa, en Asía, en el sur y el centro de América,  y en África), la formación del movimiento socialista ha precedido a la formación de los partidos socialistas.

Y mientras los movimientos socialistas son  movimientos permanentes, que por su propio carácter amplio y flexible mantienen su continuidad tanto en los flujos como en los reflujos de las luchas del  movimiento proletario, por el contrario, los partidos socialistas son formas de organización temporales, que se forjan en circunstancias concretas  obedeciendo a necesidades específicas del momento. Ya Mariátegui, en julio de 1918, hacía la siguiente constatación “Los partidos no son eternos. Responden a una necesidad o una aspiración transitorias como todas las necesidades y aspiraciones. Una vez que desaparece el motivo de su existencia desaparece su fuerza” (Ver JCM, La reorganización de los grupos políticos, en revista Nuestra Época N° 2, pag. 01, julio de 1918) .

Cumplidos sus objetivos concretos para los cuales se formaron,   los partidos socialistas después de un tiempo se extinguieron, ya sea en forma voluntaria (por  autodisolución consciente, como ocurrió con la Liga Comunista dirigida por Marx y Engels, que existió entre 1847 y 1852), o desaparecieron en forma involuntaria (por extinción inconsciente, como ha ocurrido en los últimos treinta años con la mayoría de los partidos socialistas o comunistas formados en el continente europeo, agrupaciones que  inicialmente eran consideradas secciones de  la Internacional Comunista).      

En la mayoría de países en los cuales hay movimientos proletarios también se han formado y existen  movimientos socialistas, pero no en todos estos  países existen partidos socialistas. Y es que, todavía no entendemos que las formas de organización partidaria socialista, entendidas como máquinas de combate, obedecen a necesidades concretas, necesidades surgidas en condiciones de agudización extrema de la lucha de clases,  de formación de una situación revolucionaria y de maduración de la crisis revolucionaria. Los partidos socialistas efectivos (no los formales), no se formaron en cualquier momento, por capricho del azar, ni por decisiones  personales de tal o cual líder, sino que se formaron por necesidades sociales y políticas del proletariado de cada país. Así ocurrió en el pasado con la Liga Comunista dirigida por Marx y Engels, que se formó para afrontar la lucha del proletariado en la situación revolucionaria surgida  en varios países europeos a mediados del siglo XIX, y así ocurrió también con el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso dirigido por Lenin, partido  formado  a comienzos del siglo XX para afrontar la lucha del proletariado en la situación revolucionaria surgida en la vieja Rusia zarista de esos tiempos.   
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II
De igual manera, podemos observar,  que en algunos países la formación del movimiento socialista ha precedido históricamente a la formación del frente unido de trabajadores, como ocurrió por ejemplo con la Asociación Internacional de Trabajadores (1863) dirigida por Marx y Engels, que no fue una organización partidaria comunista como todavía suponen algunos confundidos, sino que fue una organización frente unitaria. Mientras que, en otros países la formación del frente unido de los trabajadores ha precedido a la formación del movimiento socialista, y esta organización del movimiento socialista, a su vez,  ha precedido a los preparativos para la formación del partido socialista, como es el caso de la experiencia peruana. 

En el Perú  el frente unido de los trabajadores, entendido como “acción contingente, concreta, práctica”, como “actitud solidaria ante un problema concreto”, existe desde el lejano año de 1905, y el  movimiento  socialista existe desde el año 1918, pero hasta el presente no se ha constituido el partido socialista del Perú, tarea que todavía sigue pendiente. Entonces, partiendo de la experiencia peruana y de la experiencia de otros países, queda claro, que para la formación del movimiento socialista y para la formación del frente unido, no es necesaria la existencia previa del  “partido”.    

            Precisamente hoy día, en esta nueva conmemoración del 1° de mayo, es necesario recordar que el 1° de mayo de 1905, hace 111 años, el destacado intelectual y luchador libertario Manuel González Prada expuso en el local de la Federación de Obreros Panaderos en Lima, su llamamiento El Intelectual y el Obrero (más abajo trascribo el texto de ese llamamiento a la acción conjunta)

En ese histórico evento del 1° de mayo de 1905,  en Lima y en el Perú, comenzó a tomar forma el frente unido de los trabajadores manuales y los trabajadores intelectuales, primera forma real y efectiva, no imaginaria,  del frente unido del pueblo peruano.  

En esa oportunidad González Prada hizo el llamamiento para que los intelectuales y los obreros caminaran inseparablemente unidos: “no hay diferencia de jerarquía entre el pensador que labora con la inteligencia y el obrero que trabaja con las manos, que el hombre de bufete y el hombre de taller, en vez de marchar separados y considerarse enemigos, deben caminar inseparablemente unidos”

            Ese llamamiento tuvo gran repercusión e influencia en los sectores más conscientes y combativos de los obreros e intelectuales en  las primeras décadas del siglo pasado. A partir de 1905 la historia de la lucha social en el Perú registra   numerosos testimonios  de la acción conjunta de ambos sectores, y es en las filas de ese frente unido realmente existente,  que en el año 1918 van a formarse los primeros contingentes del movimiento socialista peruano.

            A comienzos del año 1918 con la participación de César Falcón, José Carlos Mariátegui, Félix del Valle, Humberto del Águila,  y otros intelectuales y obreros, se  constituyó el Comité Editor de la revista Nuestra Época, revista  cuyos primeros y únicos números se publicaron en los meses de junio y julio de ese año. El comité  editor de la revista Nuestra Época fue el primer embrión del naciente movimiento socialista peruano, agrupamiento que casi de inmediato, dio forma al masivo y combativo Comité  de Propaganda y Concentración Socialista constituido en noviembre de 1918.    

            Con la formación del movimiento socialista peruano a partir de 1918, no desapareció, ni se suplantó, al frente de trabajadores manuales y trabajadores  intelectuales, sino todo lo contrario. El trabajo del frente unido se potenció enormemente y se reorientó en los años siguientes.

En 1923, Mariátegui regresó de Europa “con el propósito de trabajar por la organización de un partido de clase”, pero  desde fines de junio de 1923, el trabajo de Mariátegui  principalmente fue un trabajo frente unitario. Dentro de esa actividad se inscriben su participación directa en la Universidad Popular (1923-1924), el trabajo de propaganda  realizado primero en la revista Claridad (1923-1924), después en la revista Amauta (1926-1930), y en el periódico Labor (1928-1929), así como  su participación directa en la formación de la CGTP y en otras organizaciones frente unitarias. En 1929 Mariátegui reivindicó y publicó en uno de los números del periódico Labor  el llamamiento El Intelectual y el Obrero, escrito por  Manuel González Prada.

(A continuación trascribo el discurso de Manuel González Prada)
           


EL INTELECTUAL Y EL OBRERO
Por Manuel González Prada,
Horas de lucha
(Discurso leído el l de mayo de 1905 en la
Federación de Obreros Panaderos)

I
Señores:

No sonrían si comenzamos por traducir los versos de un poeta.

     "En la tarde de un día cálido, la Naturaleza se adormece a los rayos del Sol, como una mujer extenuada por las caricias de su amante.
     "El gañán, bañado de sudor y jadeante, aguijonea los bueyes; mas de súbito se detiene para decir a un joven que llega entonando una canción:
     "-¡Dichoso tú! Pasas la vida cantando mientras yo, desde que nace el Sol hasta que se pone, me canso en abrir el surco y sembrar el trigo.
     "-¡Cómo te engañas, oh labrador! responde el joven poeta. Los dos trabajamos lo mismo y podemos decirnos hermanos; porque, si tú vas sembrando en la tierra, yo voy sembrando en los corazones. Tan fecunda tu labor como la mía: los granos de trigo alimentan el cuerpo, las canciones del poeta regocijan y nutren el alma". 

     Esta poesía nos enseña que se hace tanto bien al sembrar trigo en los campos como al derramar ideas en los cerebros, que no hay diferencia de jerarquía entre el pensador que labora con la inteligencia y el obrero que trabaja con las manos, que el hombre de bufete y el hombre de taller, en vez de marchar separados y considerarse enemigos, deben caminar inseparablemente unidos.

     Pero ¿existe acaso una labor puramente cerebral y un trabajo exclusivamente manual? Piensan y cavilan: el herrero al forjar una cerradura, el albañil al nivelar una pared, el tipógrafo al hacer una compuesta, el carpintero al ajustar un ensamblaje, el barretero al golpear en una veta; hasta el amasador de barro piensa y cavila. Sólo hay un trabajo ciego y material -el de la máquina; donde funciona el brazo de un hombre, ahí se deja sentir el cerebro. Lo contrario sucede en las faenas llamadas intelectuales: a la fatiga nerviosa del cerebro que imagina o piensa, viene a juntarse el cansancio muscular del organismo que ejecuta. Cansan y agobian: al pintor los pinceles, al escultor el cincel, al músico el instrumento, al escritor la pluma; hasta al orador le cansa y agobia el uso de la palabra. ¿Qué menos material que la oración y el éxtasis? Pues bien: el místico cede al esfuerzo de hincar las rodillas y poner los brazos en cruz.

     Las obras humanas viven por lo que nos roban de fuerza muscular y de energía nerviosa. En algunas líneas férreas, cada durmiente representa la vida de un hombre. Al viajar por ellas, figurémonos que nuestro wagón se desliza por rieles clavados sobre una serie de cadáveres; pero al recorrer museos y bibliotecas, imaginémonos también que atravesarnos una especie de cementerio donde cuadros, estatuas y libros encierran no sólo el pensamiento sino la vida de los autores.

     Ustedes (nos dirigimos únicamente a los panaderos), ustedes velan amasando la harina, vigilando la fermentación de la masa y templando el calor de los hornos. Al mismo tiempo, muchos que no elaboran pan velan también, aguzando su cerebro, manejando la pluma y luchando con las formidables acometidas del sueño: son los periodistas. Cuando en las primeras horas de la mañana sale de las prensas el diario húmedo y tentador, a la vez que surge de los hornos el pan oloroso y provocativo, debemos demandarnos: ¿quién aprovechó más su noche, el diarista o el panadero?

     Cierto, el diario contiene la enciclopedia de las muchedumbres, el saber propinado en dosis homeopáticas, la ciencia con el sencillo ropaje de la vulgarización, el libro de los que no tienen biblioteca, la lectura de los que apenas saben o quieren leer. Y ¿el pan? símbolo de la nutrición o de la vida, no es la felicidad, pero no hay felicidad sin él. Cuando falta en el hogar, produce la noche y la discordia; cuando viene, trae la luz y la tranquilidad: el niño le recibe con gritos de júbilo, el viejo con una sonrisa de satisfacción. El vegetariano que abomina de la carne infecta y criminal, le bendice como un alimento sano y reparador. El millonario que desterró de su mesa el agua pura y cristalina, no ha podido sustituirle ni alejarle. Soberanamente se impone en la morada de un Rothschild1 y en el tugurio de un mendigo. En los lejanos tiempos de la fábula, las reinas cocían el pan y les daban de viático a los peregrinos hambrientos; hoy le amasan los plebeyos y, como signo de hospitalidad, le ofrecen en Rusia a los zares que visitan una población. Nicolás II y toda su progenie de tiranos dicen cómo al ofrecimiento se responde con el látigo, el sable y la bala.

     Si el periodista blasonara de realizar un trabajo más fecundo, nosotros le contestaríamos: sin el vientre no funciona la cabeza; hay ojos que no leen, no hay estómagos que no coman.
     
II

     Cuando preconizamos la unión o alianza de la inteligencia con el trabajo no pretendemos que a título de una jerarquía ilusoria, el intelectual se erija en tutor o lazarillo del obrero. A la idea que el cerebro ejerce función más noble que el músculo, debemos el régimen de las castas: desde los grandes imperios de Oriente, figuran hombres que se arrogan el derecho de pensar, reservando para las muchedumbres la obligación de creer y trabajar.

     Los intelectuales sirven de luz; pero no deben hacer de lazarillos, sobre todo en las tremendas crisis sociales donde el brazo ejecuta lo pensado por la cabeza. Verdad, el soplo de rebeldía que remueve hoy a las multitudes, viene de pensadores o solitarios. Así vino siempre. La justicia nace de la sabiduría, que el ignorante no conoce el derecho propio ni el ajeno y cree que en la fuerza se resume toda la ley del Universo. Animada por esa creencia, la Humanidad suele tener la resignación del bruto: sufre y calla, Mas de repente, resuena el eco de una gran palabra, y todos los resignados acuden al verbo salvador, como los insectos van al rayo de Sol que penetra en la oscuridad del bosque.

      El mayor inconveniente de los pensadores -figurarse que ellos solos poseen el acierto y que el mundo ha de caminar por donde ellos quieran y hasta donde ellos ordenen. Las revoluciones vienen de arriba y se operan desde abajo. Iluminados por la luz de la superficie, los oprimidos del fondo ven la justicia y se lanzan a conquistarla, sin detenerse en los medios ni arredrarse con los resultados. Mientras los moderados y los teóricos se imaginan evoluciones geométricas o se enredan en menudencias y detalles de forma, la multitud simplifica las cuestiones, las baja de las alturas nebulosas y las confina en terreno práctico. Sigue el ejemplo de Alejandro: no desata el nudo, le corta de un sablazo.

     ¿Qué persigue un revolucionario? influir en las multitudes, sacudirlas, despertarlas y arrojarlas a la acción. Pero sucede que el pueblo, sacado una vez de su reposo, no se contenta con obedecer el movimiento inicial, sino que pone en juego sus fuerzas latentes, marcha y sigue marchando hasta ir más allá de lo que pensaron y quisieron sus impulsores. Los que se figuraron mover una masa inerte, se hallan con un organismo exuberante de vigor y de iniciativa; se ven con otros cerebros que desean irradiar su luz, con otras voluntades que quieren imponer su ley2. De ahí un fenómeno muy general en la Historia: los hombres que al iniciarse una revolución parecen audaces y avanzados, pecan de tímidos y retrógrados en el fragor de la lucha o en las horas del triunfo. Así, Lutero retrocede acobardado al ver que su doctrina produce el levantamiento de los campesinos alemanes; así, los revolucionarios franceses se guillotinan unos a otros porque los unos avanzan y los otros quieren no seguir adelante o retrogradar. Casi todos los revolucionarios y reformadores, se parecen a los niños: tiemblan con la aparición del ogro que ellos solos evocaron a fuerza de chillidos. Se ha dicho que la Humanidad, al ponerse en marcha, comienza por degollar a sus conductores; no comienza por el sacrificio pero suele acabar con el ajusticiamiento, pues el amigo se vuelve enemigo, el propulsor se transforma en rémora.

      Toda revolución arribada tiende a convertirse en gobierno de fuerza, todo revolucionario triunfante degenera en conservador. ¿Qué idea no se degrada en la aplicación? ¿Qué reformador no se desprestigia en el poder? Los hombres (señaladamente los políticos) no dan lo que prometen, ni la realidad de los hechos corresponde a la ilusión de los desheredados. El descrédito de una revolución empieza el mismo día de su triunfo; y los deshonradores son sus propios caudillos.

      Dado una vez el impulso, los verdaderos revolucionarios deberían seguirle en todas sus evoluciones. Pero modificarse con los acontecimientos, expeler las convicciones vetustas y asimilar las nuevas, repugnó siempre al espíritu del hombre, a su presunción de creerse emisario del porvenir y revelador de la verdad definitiva. Envejecemos sin sentirlo, nos quedamos atrás sin notarlo, figurándonos que siempre somos jóvenes y anunciadores de lo nuevo, no resignándonos a confesar que el venido después de nosotros abarca más horizonte por haber dado un paso más en la ascensión de la montaña. Casi todos vivimos girando alrededor de féretros que tomamos por cunas o morimos de gusanos, sin labrar un capullo ni transformarnos en mariposa. Nos parecemos a los marineros que en medio del Atlántico decían a Colón: No proseguiremos el viaje porque nada existe más allá. Sin embargo, más allá estaba la América.

      Pero, al hablar de intelectuales y de obreros, nos hemos deslizado a tratar de revolución. ¿Qué de raro? Discurrimos a la sombra de una bandera que tremola entre el fuego de las barricadas, nos vemos rodeados por hombres que tarde o temprano lanzarán el grito de las reivindicaciones sociales, hablamos el 1 de mayo, el día que ha merecido llamarse la pascua de los revolucionarios3. La celebración de esta pascua, no sólo aquí sino en todo el mundo civilizado, nos revela que la Humanidad cesa de agitarse por cuestiones secundarias y pide cambios radicales. Nadie espera ya que de un parlamento nazca la felicidad de los desgraciados ni que de un gobierno llueva el maná para satisfacer el hambre de todos los vientres. La oficina parlamentaria elabora leyes de excepción y establece gabelas que gravan más al que posee menos; la máquina gubernamental no funciona en beneficio de las naciones, sino en provecho de las banderías dominantes4.

     Reconocida la insuficiencia de la política para realizar el bien mayor del individuo, las controversias y luchas sobre formas de gobierno y gobernantes, quedan relegadas a segundo término, mejor dicho, desaparecen. Subsiste la cuestión social, la magna cuestión que los proletarios resolverán por el único medio eficaz -la revolución. No esa revolución local que derriba presidentes o zares y convierte una república en monarquía o una autocracia en gobierno representativo; sino la revolución mundial, la que borra fronteras, suprime nacionalidades y llama la Humanidad a la posesión y beneficio de la tierra.
     
III

     Si antes de concluir fuera necesario resumir en dos palabras todo el jugo de nuestro pensamiento, si debiéramos elegir una enseña luminosa para guiarnos rectamente en las sinuosidades de la existencia, nosotros diríamos: Seamos justos. Justos con la Humanidad, justos con el pueblo en que vivimos, Justos con la familia que formamos y justos con nosotros mismos, contribuyendo a que todos nuestros semejantes cojan y saboreen su parte de felicidad, pero no dejando de perseguir y disfrutar la nuestra.

     La justicia consiste en dar a cada hombre lo que legítimamente le corresponde; démonos, pues, a nosotros mismos la parte que nos toca en los bienes de la Tierra. El nacer nos impone la obligación de vivir, y esta obligación nos da el derecho de tomar, no sólo lo necesario, sino lo cómodo y lo agradable. Se compara la vida del hombre con un viaje en el mar. Si la Tierra es un buque y nosotros somos pasajeros, hagamos lo posible para viajar en primera clase, teniendo buen aire, buen camarote y buena comida, en vez de resignarnos a quedar en el fondo de la cala, donde se respira una atmósfera pestilente, se duerme sobre maderos podridos por la humedad y se consume los desperdicios de bocas afortunadas. ¿Abundan las provisiones? pues todos a comer según su necesidad. ¿Escasean los víveres? pues todos a ración, desde el capitán hasta el ínfimo grumete.

     La resignación y el sacrificio, innecesariamente practicados, nos volverían injustos con nosotros mismos. Cierto, por el sacrificio y la abnegación de almas heroicas, la Humanidad va entrando en el camino de la justicia. Más que reyes y conquistadores, merecen vivir en la Historia y en el corazón de la muchedumbre los simples individuos que pospusieron su felicidad a la felicidad de sus semejantes, los que en la arena muerta del egoísmo derramaron las aguas vivas del amor. Si el hombre pudiera convertirse en sobrehumano, lo conseguiría por el sacrificio. Pero el sacrificio tiene que ser voluntario. No puede aceptarse que los poseedores digan a los desposeídos: sacrifíquense y ganen el cielo, en tanto que nosotros nos apoderamos de la Tierra.

     Lo que nos toca, debemos tomarlo porque los monopolizadores, difícilmente nos lo concederán de buena fe y por un arranque espontáneo. Los 4 de agosto encierran más aparato que realidad: los nobles renuncian a un privilegio, y en seguida reclaman dos; los sacerdotes se despojan hoy del diezmo, y mañana exigen el diezmo y las primicias. Como símbolo de la propiedad, los antiguos romanos eligieron el objeto más significativo -una lanza, Este símbolo ha de interpretarse así: la posesión de una cosa no se funda en la justicia sino en la fuerza; el poseedor no discute, hiere; el corazón del propietario encierra dos cualidades del hierro: dureza y frialdad. Según los conocedores del idioma hebreo, Caín significa el primer propietario. No extrañemos si un socialista del siglo XIX, al mirar en Caín el primer detentador del suelo y el primer fratricida, se valga de esa coincidencia para deducir una pavorosa conclusión: La propiedad es el asesinato5.

     Pues bien: si unos hieren y no razonan, ¿qué harán los otros? Desde que no se niega a las naciones el derecho de insurrección para derrocar a sus malos gobiernos, debe concederse a la Humanidad ese mismo derecho para sacudirse de sus inexorables explotadores. Y la concesión es hoy un credo universal: teóricamente, la revolución está consumada porque nadie niega las iniquidades del régimen actual, ni deja de reconocer la necesidad de reformas que mejoren la condición del proletariado. (¿No hay hasta un socialismo católico?) Prácticamente, no lo estará sin luchas ni sangre porque los mismos que reconocen la legitimidad de las reivindicaciones sociales, no ceden un palmo en el terreno de sus conveniencias: en la boca llevan palabras de justicia, en el pecho guardan obras de iniquidad.

     Sin embargo, muchos no ven o fingen no ver el movimiento que se opera en el fondo de las modernas sociedades. Nada les dice la muerte de las creencias, nada el amenguamiento del amor patrio, nada la solidaridad de los proletarios, sin distinción de razas ni de nacionalidades. Oyen un clamor lejano, y no distinguen que es el grito de los hambrientos lanzados a la conquista del pan; sienten la trepidación del suelo, y no comprenden que es el paso de la revolución en marcha respiran en atmósfera saturada por hedores de cadáver, y no perciben que ellos y todo el mundo burgués son quienes exhalan el olor a muerto.

     Mañana, cuando surjan olas de proletarios que se lancen a embestir contra los muros de la vieja sociedad, los depredadores y los opresores palparán que les llegó la hora de la batalla decisiva y sin cuartel. Apelarán a sus ejércitos, pero los soldados contarán en el número de los rebeldes; clamarán al cielo, pero sus dioses permanecerán mudos y sordos. Entonces huirán a fortificarse en castillos y palacios, creyendo que de alguna parte habrá de venirles algún auxilio. Al ver que el auxilio no llega y que el oleaje de cabezas amenazadoras hierve en los cuatro puntos del horizonte, se mirarán a las caras y sintiendo piedad de sí mismos (los que nunca la sintieron de nadie) repetirán con espanto: ¡Es la inundación de los bárbaros! Mas una voz, formada por el estruendo de innumerables voces, responderá: No somos la inundación de la barbarie, somos el diluvio de la justicia.
      

Esta edición ©2010 Thomas Ward
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     1Mayer Anselm Rothschild (1743-1812) cambista judío de mucha fama y fortuna. Debido a sus esfuerzos su familia se hizo famosa y poderosa en la industria bancaria [TW].
     2González Prada no siempre pensó de esta manera. Todavía en Páginas libres pensó que las revoluciones venían de arriba. Considerese lo que dice en su ensayo sobre la Revolución Francesa, “La Revolución, la buena Revolución, se mostró siempre intelijente: fue un movimiento libre de hombres pensadores, no arranque ciego de multitudes inconscientes”. Véase, Manuel González Prada, Pájinas libres, 3a. ed. Lima, Editorial P.T.C.M. 1946, págs. 276-7.
     3Por razones no tan difíciles de precisar, no se celebra el 1 de mayo en los Estados Unidos [TW].
     4González Prada distingue entre Estado (políticos y la maquinaria que emplean) y nación (el pueblo) [TW].
     5Esta idea tiene su origen en Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865) el primer francés en declarar, "yo soy anarquista". El mantiene que la propiedad es un robo (I: 13) o un suicidio (I: 223). Pierre-Joseph Proudhon, Oeuvres Complètes, 26 tomos, Paris: Librairie Internationale, 1873. González Prada radicaliza esta proposición afirmando que “la propiedad es el asesinato”. Estudio esta influencia en González Prada dentro de su contexto ideológico en Thomas Ward, La anarquía inmanentista de Manuel González Prada, Lima: Editorial Horizonte/Universidad Ricardo Palma, 2001, pág. 191 [TW].


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