miércoles, 10 de noviembre de 2010

LO QUE UN DÍA GERMINA, OTRO DÍA TENDRÁ QUE PERECER




Yo soy la mercancía, el principio y el fin, el primero y el postrero de las sociedades clasistas.

La Mercancía es el punto de arranque de las sociedades clasistas: “El intercambio de mercancías comienza allí donde termina la comunidad, allí donde ésta entra en contacto con otras comunidades o con miembros de éstas. Pero no bien las cosas devienen mercancías en las relaciones de la comunidad con el exterior, también se vuelven tales, por reacción, en la vida interna de la comunidad.”

Mucho antes que Marx llegue a la conclusión anterior, en los Manuscritos Parisinos (1844), había estudiado la relación histórica primaria entre el hombre y la naturaleza definiéndola como la relación de la naturaleza consigo misma. Este enfoque, histórico-natural, le permite pasar de la crítica del trabajo enajenado a la superación del hombre-mercancía. La base de la existencia humana y de todos sus atributos es la actividad productiva intencional, es decir, el trabajo humano. Pero, el trabajo humano no produce solamente mercancías, se produce a sí mismo y produce al obrero como una mercancía. Ese enfoque histórico del trabajo, al revelar los procesos reales en los que la actividad productiva deliberada se convierte en trabajo asalariado o trabajo enajenado expone, a los ojos de los que buscan respuestas, una tendencia inmanente al proceso que conduce a la superación de la enajenación en el mismo trabajo. Así, finalmente, la materia dialéctica se impondrá a la dialéctica subjetiva.

La enajenación es consecuencia del progreso del trabajo (el hombre interactúa con la flora y fauna dando origen a la agricultura y ganadería y, más tarde, a los mercados y las ciudades). El trabajo separa al hombre de la naturaleza y lo enfrenta, no sólo al producto de su trabajo sino al mismo hombre, como algo “normal o natural”; y sin embargo, extraño a la naturaleza de la especie. Marx decía, la sociedad es la segunda naturaleza del hombre-género, y el trabajo enajenado “hace que su vida genérica se convierta en medio de vida individual.” Como resultado de la enajenación en el trabajo, el “cuerpo inorgánico del hombre”, “la naturaleza trabajada”, aparece como exterior a éste y, por consiguiente, puede ser transformada en mercancía. Itván Mészáros dice que “la idea central del sistema de Marx es su critica a la cosificación capitalista de las relaciones sociales de producción, la enajenación del trabajo a través de las mediaciones cosificadoras Trabajo asalariado, propiedad privada e intercambio.”

Al extenderse la enajenación hombre-género, hombre-hombre y hombre-naturaleza se transforman todas las cosas en mercancías (cosificación). Sin embargo, estas anomalías no quedan reducidas a la mercancía. También se expresan como fetichismo del valor, como fetichismo dinerario y sobre todo como fetichismo del capital cuya máxima expresión es la figura del interés como capital que aparentemente, por sí mismo, sin ninguna relación con el trabajo, produce más dinero. El gran dios, dinero que se convierte en dinero como por arte de magia. El interés representa la gran utopía de los capitalistas. Ante los ojos del inversionista (rentista) el interés se muestra como dinero que, cual demiurgo, crea “mágicamente” más dinero sin pasar por las molestias (soportar huelgas, sabotajes, resistencias, etc.) de la producción y del proceso de extracción de plusvalor.

Marx en El Capital dice que Aristóteles se “detiene perplejo, y desiste de seguir analizando la forma del valor. ‘En verdad es imposible’ (texto en griego) ‘que cosas tan heterogéneas sean conmensurables’, esto es, cualitativamente iguales.” El propio Aristóteles explica la parálisis de su razonamiento por la ausencia del concepto de valor (“en verdad no puede existir”). El concepto valor “era un resultado que no podía alcanzar Aristóteles partiendo de la forma misma del valor, porque la sociedad griega se fundaba en el trabajo esclavo y por consiguiente su base natural era la desigualdad de los hombres y de sus fuerzas de trabajo. El secreto de la expresión de valor, la igualdad y la validez igual de todos los trabajos por ser trabajo humano en general, y en la medida en que lo son, sólo podía ser descifrado cuando el concepto de la igualdad humana poseyera ya la firmeza de un prejuicio popular. Más esto sólo es posible en una sociedad donde la forma de mercancía es la forma general que adopta el producto del trabajo, y donde, por consiguiente, la relación entre unos y otros hombres como poseedores de mercancías se ha convertido, asimismo, en la relación social dominante. El genio de Aristóteles brilla precisamente por descubrir en la expresión del valor de las mercancías una relación de igualdad. Sólo la limitación histórica de la sociedad en que vivía le impidió averiguar en qué consistía, ‘en verdad’, esa relación de igualdad.”

El proceso histórico del trabajo cumplió su cometido. Marx en 1858 resume el tema en los siguientes términos: “sólo con el capital la naturaleza se convierte en un puro objeto para el hombre, un puro objeto de utilidad, y cesa de ser considerada como fuerza en sí; y el mismo conocimiento teórico de sus leyes autónomas se presenta simplemente como astucia capaz de subordinarla a las necesidades humanas, sea como objeto de consumo, sea como medio de producción.” Las victorias de la humanidad (en la economía, la política o la ciencia) se exhiben como la astucia de los hombres; pero, esos mismos éxitos crean las condiciones para la superación del ideísmo filosófico, la dialéctica subjetiva y el materialismo grosero. Y la cosa no queda ahí. Con el desarrollo del capitalismo todos los frutos del trabajo incluyendo la fuerza de trabajo se convierten en mercancías, creando la necesidad de su desaparición al universalizar el accidente necesario en la globalización de los mercados.

El proceso del trabajo creó al hombre moderno, le dio las herramientas y el conocimiento, para poner de pie lo que está parado de cabeza. El mercado capitalista se sostiene en un orden que se basa en el desorden. El habitad del capitalismo es la anarquía en la economía (nacional e internacional) y el caos en la producción social. El fetichismo de la mercancía es algo intrínseco a la producción de mercancías. En la sociedad mercantil el proceso de producción es independiente de la voluntad del ser humano. Tal autonomía sólo desaparecerá cuando el ser humano controle de manera consciente el proceso de producción. Marx pensaba que “si las condiciones materiales de producción fuesen propiedad colectiva de los propios obreros, esto determinaría, por sí solo, una distribución de los medios de consumo distinta de la actual.” ¡Pero no es suficiente! Advertía que “es equivocado, en general, tomar como esencial la llamada distribución y poner en ella el acento principal.” Rechazando los enredos del “socialismo vulgar (y por intermedio suyo, una parte de la democracia)” que “ha aprendido de los economistas burgueses a considerar y tratar la distribución como algo independiente del modo de producción, y, por tanto, a exponer el socialismo como una doctrina que gira principalmente en torno a la distribución.” ¡No, no es suficiente! ¡Es equivocado advertía Marx en 1875! Pero, ese ya es otro tema que excede a estas páginas.

Para Marx el dinero es la mercancía donde se resumen todas las operaciones y alteraciones fetichistas. “La enajenación se caracteriza por la extensión universal de la ‘vendibilidad’ (o sea, la transformación de todas las cosas en mercancías), por la conversión de los seres humanos en ‘cosas’, de manera que pudieran presentarse como mercancías en el mercado (en otras palabras: la ‘reificación’ de las relaciones humanas).” La propagación de la enajenación, en tanto separación de la naturaleza y de sí mismo (“ser extraño a ella y él”) y el desdoblamiento de las relaciones hombre-género humano y hombre-hombre. Transforma todas las cosas en mercancías (en particular convierte a los seres humanos en “cosas”) y disuelve (fragmenta) el cuerpo social (comunidad primitiva) en “individuos aislados”. Actualmente, el neoliberalismo desbocado, extrema el aislamiento del individuo. Limitando los objetivos del sujeto social a su necesidad egoísta. Y haciendo una virtud de su egoísmo en el culto de la vida privada, egoísta.

Marx niega que el hombre sea un ser esencialmente egoísta, no acepta la existencia de una naturaleza humana fija. El hombre no es por naturaleza ni egoísta ni altruista. El hombre se convierte, por su propia actividad, en lo que es en cada momento dado. El hombre es egoísta porque la economía de mercado los produce como mercancía potencial para el baratillo. El neoliberalismo ha llevado a tal extremo la competencia que provoca la destrucción medioambiental y amenaza a nuestra especie, junto a muchas otras. Pero, la destrucción del medio ambiente, el egoísmo enfermizo y la inviabilidad de la vida es, en verdad, autodestrucción de un orden socio-económico que vive los estertores finales. El reinado de la mercancía ha iniciado el fin de su ciclo. Y la autodestrucción viene contenida en la paradoja de la mercancía que para su poseedor no son valores de uso y para sus no poseedores son valores de uso. Paradoja que está definida por la determinación interna de la organización capitalista, que impone una brutal sumisión de las necesidades humanas a la necesidad de expansión del capital. La ambición de riquezas, la insania por el monopolio, mueve la maquinaria de la superabundancia, descartando toda posibilidad de control racional de la oferta y la demanda. Egoísmo, más y más egoísmo; ambición, más y más ambición; codicia, más y más codicia; esa es la fórmula de éxito del capital que desliza al hombre más y más bajo que los animales. ¡El dinero llama al dinero! ¡El dinero bien huele, salga de donde salga! Esa es la razón que, el régimen capitalista de apropiación de la naturaleza, se haya convertido en el principal factor que contraría las posibilidades de vida en el planeta. En un mundo económico que exalta el egoísmo, como propulsor de la realización personal, los hombres se reproducen como individuos pero no como individuos sociales.

Marx decía, los comienzos son siempre difíciles y esto vale para todas las ciencias. El entendimiento de Aristóteles quedó petrificado ante la realidad del valor de la mercancía. Aristóteles actúa en el amanecer de la propiedad privada y el anochecer de la antigua propiedad comunitaria. Tuvieron que pasar más de dos mil años para que la inteligencia humana desentrañara su secreto y advirtiera que el ciclo de la mercancía está llegando a su término.

Tacna, 10 noviembre 2010
Edgar Bolaños Marín

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