martes, 11 de marzo de 2014

FRANCISCO UMPIÉRREZ: PENSAR Y ACTUAR EN GRANDE


viernes, 7 de marzo de 2014

Llevo un tiempo desilusionado y desganado con lo que ocurre en la realidad. Lo que sucede en la realidad contradice mi fondo de esperanza, que no es otro que ver algún día una manifiesta y aplastante victoria del trabajo sobre el capital. Solo observando los conflictos sociales de Ucrania podemos comprobar que las luchas entre las grandes regiones económicas están determinando el curso del desarrollo social y no las luchas sociales entre capital y trabajo. Me desgana aún más ver a insignes representantes de la izquierda radical caer una y otra vez en el mismo error: tomar como punto de partida de sus análisis no lo que ocurre en la realidad, sino lo que gravita en su pensamiento. Siguen presa de la representación de la lucha de clases del siglo  XIX y principios del siglo XX: las diferencias entre el capital y el trabajo eran en ese entonces claras y sus contornos no se confundían. Pero aquel mundo ha dejado de existir. No en el sentido de que la lucha de clases y con ella las clases sociales hayan desparecido, sino en el sentido en que las transiciones entre las clases sociales y las formas mixtas de clase son lo dominante. Este mundo nuevo, que tomó cuerpo después de la segunda guerra mundial, fue lo que provocó el revisionismo de los partidos comunistas europeos y la volatilización de los principios de la izquierda radical, que sigue moviéndose en los márgenes de la historia. Sigue hablando de los trabajadores como si constituyeran una masa homogénea con intereses comunes fáciles de organizar, aunque la realidad, y la prueba la encontramos en las consultas electorales, sigue demostrándoles que dicha masa es enormemente heterogénea.


La heterogeneidad de las clases sociales: propiedad y gestión

En el siglo XIX quienes percibían beneficios se volvían ricos, mientras que los que percibían un salario solo tenían para satisfacer sus necesidades básicas. Antes  para enriquecerse había que ser propietario privado de los medios de producción, mientras que hoy día puedes enriquecerte hasta los topes sin necesidad de cumplir con ese requisito. Desde que surgieron las grandes empresas, desde que la propiedad de las empresas se volvió social, los grandes directivos se volvieron los amos del mundo. En concepto de salario, primas e incentivos ganan más dinero en un mes que lo que ganan en concepto de beneficio los pequeños y medianos capitalistas en un año. Resulta contradictorio que cuando sobrevino la propiedad social de las empresas, cuando los propietarios de las empresas se cuentan por millones, el enriquecimiento de las minorías se ha vuelto disparatado e incontrolable. A los consejos de administración de las grandes empresas nadie los controla y sus miembros ganan lo que quieren. Han convertido el contrario del capital, esto es, el trabajo, bajo la modalidad especial de directivo, en una fuente  de tal caudal de ingreso que el más avispado de los capitalistas del siglo XIX jamás pudo imaginar. Marx celebraba el advenimiento de las sociedades anónimas, con la separación de la propiedad de la gestión, como un momento clave en la transición entre la sociedad capitalista y la sociedad socialista. Se demostraría de ese modo que los capitalistas se enriquecían no por su trabajo sino por ser los propietarios de los medios de producción. No pudo imaginar en ese entonces que el golpe de gracia a favor del capitalismo más desaforado iba a provenir de la función de trabajo y no de la función de la propiedad. Y así ha sido: los sueldos de los directivos de las grandes empresas no dejan de impresionarnos. Los sueldos, por ejemplo, de los directivos del BBVA pueden ascender a 7 millones de euros anuales. En diez años se vuelven inmensamente ricos.

Hay otra cuestión más importante. Para dominar el mundo no necesitas poseer la mayoría de las acciones de una empresa. Piénsese que Emilio Botín posee solo el 1 por ciento de las acciones del Banco Santander y preside esa entidad bancaria desde 1986. Su patrimonio asciende a más de 1.600 millones de euros. Se ha enriquecido mediante la función de trabajo y mediante la propiedad minoritaria del banco. Hay un cambio sustancial en las relaciones entre  capital y  trabajo tal y como se daba en el siglo XIX y tal como se ha ido dando desde los años veinte del siglo pasado. Capitalistas, en el sentido de propietarios de acciones, lo son una gran masa social, donde debemos incluir a muchos trabajadores. Los trabajadores dueños de acciones no son trabajadores puros, han sido flechados por las formas del capital y cobran dividendos, aunque sean en poca cantidad.  Y los directivos, como Emilio Botín, son capitalistas flechados por la función de trabajo, la de gestor, y por ese concepto se enriquecen más que por su condición de propietario de capital. O para mayor precisión: el dinero que ingresan bajo el concepto de salario lo convierten de continuo a la forma de capital. De ahí que afirme que las clases sociales en la actualidad no son puras sino mixtas. Pero los líderes más destacados de la izquierda radical siguen representándose el mundo de forma errónea: en un lado ponen a los trabajadores, como una gran masa social desposeída de los medios de producción, y enfrente  ponen a los capitalistas, como los grupos minoritarios propietarios de los medios de producción. Les domina la representación de la lucha de clases del siglo XIX frente a la realidad actual, donde solo el caso de Emilio Botín demuestra que el mundo ya no es aquel, pues poseyendo solo el 1 por ciento de las acciones tiene el poder del Banco de Santander, esto es, el poder de un capital social cuya capitalización asciende al 28 de febrero de 2014 a 75.909 millones de euros.

Los dueños de preferentes y subordinadas, aunque sean muchos de ellos familias de trabajadores y hayan sido estafados, han participado de los beneficios que reporta las formas del capital productor de interés. Luego una gran masa de trabajadores no solo perciben ingresos derivados de su función de trabajo, sino también de su función de propietarios de capital. Si a ello sumamos el hecho de que hay bastantes trabajadores que tienen  viviendas en alquiler, esto nos afianza aún más en la idea de que las clases sociales tienen formas mixtas. Y las formas mixtas es el anuncio de que vivimos en una época de transición. Lo que sucede es que muchos creen que cuando se habla de transición  se habla de un periodo corto, de un puente que nos lleva de un lugar a otro; pero en la historia económica esto no es así: los periodos de transición pueden durar siglos.

La globalización y la adecuación de las fuerzas sociales


Que el mundo se haya vuelto global significa no solo una mayor interdependencia entre las naciones respecto a periodos anteriores, puesto que desde el descubrimiento de América podemos considerar que el mundo inició la etapa de su globalización, sino que la regionalización de la economía ha recibido nuevos impulsos –la Unión Europea es una de las pujantes manifestaciones de esa regionalización– y  los fenómenos económicos se han vuelto más simultáneos, hecho que se demuestra fundamentalmente en el ámbito financiero. La época de la globalización exige fuerzas sociales globales y, por lo tanto, superpoderosas. En este respecto son las grandes empresas y en especial los grandes bancos los que más se adecuan por sus dimensiones al mundo global. Han quedado por detrás los Estados y aún más por detrás los partidos políticos. De ahí la importancia de los macroestados, como son los casos de EEUU, China y Rusia, como medio para combatir el desenfreno generado en el mercado mundial por las grandes empresas. De ahí igualmente la necesidad de avanzar en el proceso de institucionalización de la Unión Europea. No podemos pensar en pequeño y actuar con fuerzas pequeñas en el periodo histórico donde domina lo grande. En este sentido las tendencias dominantes en la izquierda radical siguen siendo desoladoras: por una parte, por esa tendencia imparable a crear pequeñas formaciones políticas, y por otra parte, por esa tendencia carente de horizonte y de apego a la realidad que la lleva a defender que España se salga de la unión monetaria europea. Si ya desde la Unión Europea resulta difícil luchar contra las fuerzas capitalistas globales, mucho más lo será desde una nación aislada. Creo que sin la mentalidad de pensar en grande en el ámbito de la actuación política, el destino de la izquierda radical seguirá siendo los márgenes de la historia.

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