viernes, 3 de octubre de 2014

¿EXISTE HONESTIDAD EN LA POLÍTICA ACTUAL?

Estimados amigos:

Estamos próximos a las elecciones; muchos somos residentes en Lima y votaremos en consecuencia en Lima ciudad. Como hemos visto, el ambiente pre electoral ha sido de muy baja intensidad. Esto se ha debido principalmente a que todos los candidatos se han enfrentado a las dos candidaturas iniciales que las encuestadoras señalaban: a Luís Castañeda, con más del 50%; y a la señora Villarán con un promedio del 12%.

Los que siguen tratando de atacar como sea a estos dos primeros, ha sido como hemos dicho por once candidatos, que en su mayoría no tienen calidad como para ser Alcaldes de Lima Metropolitana, son mediocres para abajo, a excepción de Enrique Cornejo, y tal vez, Fernán Altuve, que si estarían a la altura de ser alcaldes de Lima ciudad.

La semana pasada hicimos un apretado análisis de Castañeda, la señora Villarán, Heresi, Altuve y Enrique Cornejo; sobre este último comentamos que es tanto político, como un profesional calificado y con experiencia; ello permitía considerar un candidato diferente al resto, incluidos los mencionados como mediocres. Sobre Castañeda y a la señora Villarán, hacíamos hincapié sobre la diferencia de accionar de un Castañeda plomizo y muy dueño de sus votos, mientras Susana Villarán muestra a una mujer atrevida, que ha hecho el doble de obras que el susodicho Castañeda en sus 8 años de Alcalde de Lima.

Asimismo, la señora Villarán había roto el espasmo limeño de 50 años en que no se tocaban los santuarios: la comercialización sanitaria del mercado de La Parada y el transporte de la gran Lima. Sobre estos dos últimos aspectos, insistimos, no tocados y congelados por décadas, con todas las fallas y faltas iniciales, pero, importantes por los avances que, dudamos que el ganador se las ingenie para seguir adelante.

Porque de ser Castañeda no tiene intención de cambiar, porque sabemos que no es un líder, no tiene una elite de confiar, tiene ayayeros, etc., recordemos COMUNICORE y que “roba, pero hace obras”;  y, hasta tememos que Orión con la anuencia del Chimpun Callao de Kouri, siga matando gente en Lima y el Callao. Así también seguirán el clientelaje tan peruano de los seudo empresarios de las combis, pues ellos, ahora con mayor razón se pondrán como los boyscauts, listos para la venganza trapera, en su permitido afán de  seguir medrando, sobornando y adulando al ganador.

El competitivo candidato Enrique Cornejo Ramírez, ha significado una luz en la penumbra en que por muchos años, los llamados partidos políticos tradicionales: APRA, AP, PPC. Se ha lanzado a un señor de las calidades de Cornejo. Qué interesante y laudable habría sido si de los 10 u 11 mediocres que no se debieron presentar y fueran reemplazados en el caso de AP y el PPC por candidatos de la talla de Cornejo Ramírez.

Además de esa luz que apareció en el escenario pre electoral, tenemos que decir que surjan líderes, no caudillos, que forman clanes. Necesitamos no sólo juventud, que significa renovación, sino personalidades con conocimiento y experiencia, eso es lo que ha puesto de manifiesto la presencia de Enrique Cornejo, esta presencia pone de manifiesto que con este tipo de líderes los partidos políticos tradicionales, se renueven y encuentren a muchos Cornejos.

Finalmente nos permitimos para vuestra lectura, un artículo de Alberto Adrianzen Merino, donde nos escribe sobre: “¿Quiénes son los reales deshonestos y corruptos?”. El artículo del sociólogo Adrianzen no sólo es importante por su calidad de análisis, sino que nos pinta el panorama del Perú y sus inefables grupos conservadores del anticambio.

Discrepamos con Alberto Adrianzen en el asunto siguiente: para él y para muchos, los mandones, los caudillos son líderes, y los clanes, como el clan alanista del partido aprista sean elites.

Las cosas por su nombre en el Perú no hay líderes, ni tampoco elites. Repito, hay mandones/caudillos y sus clanes aliados a los grupos de poder políticos y económicos.

Atentamente,

Fernando Arce Meza


¿QUIÉNES SON LOS REALES DESHONESTOS Y CORRUPTOS?

Alberto Adrianzen Merino
Diario “UNO” 28 de septiembre de 2014

Sin que ello justifique las prácticas deshonestas ni la tolerancia ante ellas, el voto por los corruptos, además de pragmatismo, revela malestar político.

Luego de conocer los resultados de la encuesta de Datum que muestra que un 41% de la población entrevistada votaría para el municipio de Lima por alguien “que robe pero que haga obras” y que alude a Luis Castañeda Lossio (49% asocia su candidatura a dicha afirmación), quien va adelante en la carrera municipal, cabe preguntarnos si es verdad que los limeños nos hemos vuelto “cínicos” y nos hemos convertido en una sociedad con ciudadanos deshonestos. ¿Estamos, como le gusta decir a Aldo Mariátegui, frente a “electarados”?

Para responder a estas preguntas y para no caer en respuestas que esconden ciertos prejuicios, incluso hasta racistas, habría que reconocer que un sector mayoritario de los encuestados está enterado o acepta que existe corrupción. El problema es que, aún sabiéndolo, este elector está dispuesto a votar por el corrupto. Aquí algunas explicaciones.

Seymour M. Lipset señala que en el paso de una sociedad tradicional a otra moderna -que es lo que viene sucediendo en nuestro país- existen dos modelos de transición: el primero es uno en que los sectores sociales que se modernizan imitan el comportamiento de las elites. Lipset pone como ejemplo el caso inglés. El otro modelo es aquel en el que existen instituciones igualitarias e inclusivas que garantizan ese tránsito de los nuevos sectores sociales, como en EE.UU.

La pregunta pertinente es qué pasa cuando no existen élites a imitar ni tampoco instituciones inclusivas e igualitarias que es lo que sucede en nuestro país. Porque podemos afirmar que las élites peruanas nunca han jugado un rol civilizatorio o han tenido un comportamiento ejemplar.

Ellas tipifican un modelo de conducta contrario a las prácticas democráticas: son excluyentes, prepotentes y abusivas, mientras que las instituciones niegan a la mayoría de ciudadanos cualquier posibilidad de igualdad e inclusión. Por ello, es común leer en las encuestas que una mayoría de entrevistados, podemos llamarlos sectores populares, afirman que la justicia casi siempre beneficia a los blancos y a los ricos.

La honestidad y el rechazo a la corrupción requieren, además de un conjunto de valores que legitiman dicho comportamiento, determinadas condiciones materiales como tener capacidad económica, posición social y educación, que los pobres no tienen o que tienen muy poco.

Tampoco las élites políticas y administrativas son dignas de imitar con políticos vinculados al narcotráfico, tecnócratas que se mueven en el espacio gris que linda con el tráfico de influencias, y burócratas y administradores de justicia que tienen un precio.

Se podría agregar que las élites, para convivir con los sectores populares -también podemos emplear la palabra pobres- han decidido que estos vivan en un mundo paralelo llamado “informal” que aumenta su tamaño como consecuencia de la aplicación de las políticas neoliberales y al que se suma una activa economía ilegal. Su propuesta no es, por tanto, la convivencia a partir de una noción de igualdad aceptada entre élites y sectores populares sino, más bien, la segregación y la separación social.

Los pobres son una suerte de Tercer Estado que sobrevive cotidianamente y los ricos una imitación de lo que podríamos llamar “nobles”. Un remedo sudamericano de la Francia del siglo XVIII.

Los pobres se mueven, por ello, en un espacio ambiguo donde los límites de la legalidad e ilegalidad son difusos y que, generalmente, son transgredidos para sobrevivir. La vida cotidiana se convierte en una especie de campo de batalla donde la sobrevivencia es prioridad.

Algo parecido se puede decir cuando analizamos el campo político. Si la mayoría no encuentra una razón para imitar a las elites, o no puede cambiar su realidad cotidiana o no halla quién la represente políticamente y dé solución a su precaria condición social, también debe sobrevivir en un mundo político que le es lejano y que no puede cambiar ni controlar. Entonces, este universo, igualmente, se convierte en fuente de ansiedad, incertidumbre y permanente frustración.

Aquí se podría decir que se cumple el refrán “si no puedes derrotarlos, únete a ellos”. El voto es una forma de unirse a ellos pero expresa, además una señal de rechazo a la política. En este contexto, el voto por los corruptos, además de pragmatismo, revela malestar político. A este sector, para sentirse incluido, solo le queda identificarse con el candidato, más allá que este sea corrupto, como lo muestra la encuesta aludida. Es cuando las obras se convierten en el nexo principal entre el candidato y los electores porque es lo único que la política puede ofrecer.

Con ello no justifico prácticas deshonestas, más bien me permito llamar la atención sobre el hecho de que las mismas requieren de un contexto adecuado para hacerse realidad. Dicho de otra manera, necesitamos valores y condiciones materiales (en lo económico, cultural, político y social) que es, justamente, lo que no tenemos, lo inexistente en el país.

Pensar que todo está perdido sería un error. David Sulmont, en su interesante trabajo “Líneas de frontera y comportamiento electoral en el país. Diferencias del voto en las elecciones presidenciales peruanos: 1980-2006”, señala que a pesar de la volatilidad de los electores y de la oferta política de los candidatos, existen “patrones sistemáticos en la correlación entre líneas de división social que caracterizan a la sociedad peruana y las orientaciones electorales de la ciudadanía”.

En otras palabras, los sectores sociales que sufren exclusión, discriminación sociocultural y son parte del contingente indígena votan por aquellos candidatos que critican el sistema político y económico y que cuestionan las desigualdades sociales, es decir, por candidatos que formulan propuestas izquierdistas o progresistas.

Finalmente, pienso que sostener que el culpable de esta situación es el Estado (al respecto, leer el Infodiario ¿Cómo hacer frente a la frase “roba pero hace obra”?, N. 462 de Otra Mirada) es “ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”.

Las elites no solo han decidido “arrojar” a las clases populares al mundo de la informalidad y a los servicios y espacios públicos deteriorados como lo demuestra la situación actual de la educación y la salud, sino también, junto con la tecnocracia neoliberal, son los principales responsables de ese Estado que tanto critican y que hoy pretenden achicarlo aún más para mantener la desigualdad y la exclusión sociales, económicas y culturales.

Son las elites que han decidido escindirse del mundo popular privatizando el Estado y su vida cotidiana. Ellas tienen -además de ser endogámicas- seguridad, salud, educación, cultura y diversiones en su mundo privado. Es la rebelión de las elites contra las masas. Viven en un mundo segregado y deshonesto y esto es lo que contribuye a esta visión extendida del “roba pero hace obras”.


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