domingo, 3 de abril de 2016

¿A DÓNDE VA CUBA?




Guillermo Almeyra

Durante años Estados Unidos intentó acabar con la revolución cubana utilizando guerrillas, la invasión de mercenarios, un bloqueo que costó a la isla alianzas innecesarias, sufrimientos, escasez y más de 100 mil millones de dólares. La resistencia del pueblo cubano le impuso un cambio de método y Barack Obama tuvo que dejar de lado el bloqueo para ver si un ejército de turistas y una invasión de dólares logra lo que durante 60 años no pudieron ni él ni sus antecesores. La gira de Obama marca pues una victoria del pueblo cubano y una derrota imperialista y, al mismo tiempo, prueba que éste, aunque ha cambiado de métodos, mantiene intactos sus objetivos contrarrevolucionarios.

Obama no fue a Cuba como una persona sensata que ha comprendido un error, sino como un enemigo que cambia de táctica. Fidel Castro se lo recuerda a quienes –en el gobierno y en la burocracia de Cuba– creen llegado el momento para la transformación de dicha burocracia en una clase capitalista, poseedora de los medios de producción y empleadora de trabajo asalariado, como hicieron desde Leonid Brezhnev sus iguales soviéticos y desde Deng Xiaoping los burócratas chinos.

Cuba tiene otra historia que Rusia o China. La burguesía cubana emigró casi toda en 1959 y los sectores privilegiados que la remplazaron son escasos, débiles, usufructuarios de un poder que no tienen y, además, fueron combatidos durante años encarcelando a los corruptos. La burocracia cubana tiene valores burgueses, métodos, comportamientos y privilegios de clase, pero no es ni clase ni es aún burguesa.

La revolución antibatistiana fue por otra parte una revolución democrática y antimperialista y Fidel la bautizó socialista apenas dos años después, como respuesta al bloqueo yanqui y para acercarse a la entonces Unión Soviética, a fin de obtener tecnología y ayuda. Detrás de la revolución cubana está su historia libertaria, y están José Martí y Antonio Guiteras, mucho más que Carlos Marx.

Fidel hizo su vida política como nacionalista radical y combatiendo a los estalinistas cubanos, que estaban aliados con Fulgencio Batista. Es cierto que Raúl Castro viene del Partido Socialista Popular (PSP), el viejo partido comunista, pero ni Fidel ni los cuadros del 26 de julio, ni la mayoría del pueblo cubano, jamás fueron estalinistas. Es más, una de las primeras medidas de Fidel fue desmantelar la microfracción de Aníbal Escalante, mediante la cual los estalinistas pretendían controlar el Partido Comunista cubano, nacido de la alianza entre varias tendencias revolucionarias.

Nadie olvida que Cuba fue invadida varias veces por Estados Unidos, que le impuso la enmienda Platt y mantiene ocupado Guantánamo. El motor de la resistencia cubana por eso fue y es el antimperialismo, no el vago socialismo tropical, que no es más que una serie de reivindicaciones reformistas socialdemócratas, nacionalistas y gradualistas. En Cuba no es viable ni siquiera la salida china o vietnamita (política de mercado libre unida al dominio de un partido único monolítico en un capitalismo de Estado).

La revolución cubana se produjo en 1957-59, y los más viejos conocieron las infamias del capitalismo y del racismo, mientras los más jóvenes, que en las ciudades lo idealizan, no quieren sin embargo que Cuba sea como Puerto Rico o Guatemala. En el mismo Partido Comunista cubano y en una parte de la intelectualidad, la revolución y la independencia, defendidas durante 60 años con retórica inflamada, son algo real que no puede ser abandonado, como en Europa oriental. Las fuerzas anticapitalistas en Cuba y en América Latina siguen siendo grandes, y el capitalismo sólo ofrece su crisis. El pueblo cubano no ha dicho aún su última palabra, y por eso Fidel se dirige a esas fuerzas en un lenguaje críptico, pero bastante claro.

Con la Unión Soviética se hundió la integración subordinada en un bloque dirigido por la burocracia estalinista, a la que el gobierno cubano presentó como socialista e idealizó hasta su inglorioso derrumbe. Después de ella, fracasó el neodesarrollismo dependiente de Venezuela. Jamás el gobierno llamó a las masas y les dio la oportunidad de fijar los objetivos y de controlar su aplicación.

Hoy, para defender la revolución, fracasados los intentos tecnocráticos (como el puerto para containers en Mariel, que se esperaba construir con la Odebrecht brasileña), sólo queda recurrir a la capacidad y la movilización del pueblo cubano. Es posible aplicar medidas que, sin ser anticapitalistas, favorezcan la defensa del nivel de vida de los trabajadores, que el capitalismo aniquilaría. O reforzar el monopolio estatal del comercio exterior, para controlar qué se importa, o mantener un rígido control de cambios para reducir despilfarros y corrupción. Es posible concentrar todos los esfuerzos para lograr la seguridad alimentaria en la lucha por la soberanía alimentaria; es posible seguir recurriendo a fondos imperialistas no gringos (europeos, canadienses, chinos), para modernizar el agro y aumentar su productividad. Sobre todo, es posible y necesario abrir una discusión pública, localidad por localidad, sobre la estrategia y los objetivos mediatos e inmediatos de la economía y las medidas urgentes a adoptar. La autarquía es imposible, pero la idea de la complementaridad entre las economías estadunidense y cubana es reaccionaria. También se refiere a esto Fidel cuando dice en su carta más reciente que los cubanos pueden salir de la crisis por sí mismos. Los acuerdos con otros países latinoamericanos pueden ayudarles.


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