miércoles, 13 de julio de 2016

SINDICATO, MULTITUD Y COMUNIDAD (Tercera parte)




SINDICATO, MULTITUD Y COMUNIDAD
Movimientos sociales y formas de autonomía
política en Bolivia



II. La forma multitud

En los últimos trece años, todo el basamento que hizo de los sindicatos y la COB el núcleo de las identidades subalternas urbanas ha sido desmontado sistemáticamente. No se trata de que ahora ya no haya obreros, o de que no haya dirigentes radicales, o de que se haya caído el muro de Berlín. En realidad, la historia social se sostiene en hechos más poderosos que los prejuicios.

Nuevo modelo de desarrollo empresarial

Si bien en términos técnico-productivos Bolivia sigue siendo, como hace décadas, un espacio geográfico donde se superponen racionalidades productivas, técnicas, laborales y formas asociativas correspondientes a diferentes épocas históricas y civilizaciones (la capitalista, la comunal, la campesina, la doméstica artesanal, etc.); y si, igualmente, como hace siglos, seguimos siendo un país predominantemente exportador de materias primas (gas, petróleo, minerales, soya, etc.), el modo de articulación parcial o defectuosa entre esas estructuras productivas modernas y tradicionales ha variado notablemente.

Hasta los años ochenta del siglo XX, en correspondencia con el modelo de desarrollo fordista prevaleciente a escala mundial, las elites dominantes en Bolivia, a su modo híbrido y retardado, emprendieron procesos de sustitución de importaciones, ampliación del mercado interno de consumidores y productores, conversión de campesinos autosuficientes en propietarios y asalariados, diversificación de la base productiva a partir de la intervención del Estado en la creación de empresas, gestión del salario a través de derechos sociales, etcétera. En el horizonte, para empresarios, gobernantes, opositores, intelectuales y financiadores externos, se asomaba una lenta disolución de las estructuras productivas tradicionales, consideradas como resabios temporales de lo que tendría que dar paso a la "modernidad" del trabajo asalariado, la gran industria, las grandes concentraciones de obreros de cuello azul, el mercado de productos y tierras, el comercio generalizado y la homogeneidad cultural y consumista regulada por un Estado protector socialmente, y empresarial económicamente.

Hoy día, este modelo ya no va más. Aunque el Estado mantiene una fuerte intervención en el ámbito de la regulación del precio de la fuerza de trabajo, de la seguridad para las inversiones, de la norma del precio del dinero y el ahorro público, ha sido despojado de sus funciones propietario-empresariales, por lo cual ya no se hace cargo de la generación de excedentes económicos, ni controla las ramas productivas más decisivas de la economía capitalista local. Las áreas económicas de mayor inversión de capital, de mayor generación de excedentes y de más intensa articulación con el mercado mundial están en manos de capitales transnacionales, que se han convertido en el principal agente de promoción de la economía moderna.[1]

La llamada "burguesía nacional", en sus vertientes de burguesía de Estado y de burguesía afincada en el mercado interno, es un sector empresarial subalterno, reducido a pequeñas actividades artesanal-comerciales; en tanto que las burguesías exportadoras (mineras, agroindustriales) junto con la bancaria, han integrado su destino como socios minoritarios y técnicamente serviles de la gran inversión extranjera, que no ha abierto nuevas áreas económicas, sino simplemente ha desplegado la colonización intensiva de aquellas que ya fueron habilitadas por la intervención del Estado: petróleo, gas, telecomunicaciones, electricidad, transporte aéreo, ferrocarriles y banca.

Sin embargo, lo novedoso en esta remodelación de la economía boliviana no es sólo el cambio en el régimen de propiedad y concentración del capital; lo es también la modalidad de concentración técnica de esa inversión.

El modelo fordista, o en su vertiente latinoamericana de "sustitución de importaciones", supuso un tipo de acumulación extensiva basada en la creación de grandes factorías, que acoplaban distintas funciones laborales y agregaban enormes contingentes de trabajadores en ámbitos territoriales compactos. Hoy, la inversión extranjera y local está desplegando, en cambio, un modelo desagregado de inversión técnica y de ocupación laboral. Los procesos productivos en general, como los de la minería, el petróleo y la industria, han sido fragmentados en pequeños núcleos de inversión intensiva de capital y reducida fuerza de trabajo asalariado. En áreas como las del comercio y la banca se ha dado una descentralización de tareas.

Está surgiendo así un modelo económico, técnica y poblacionalmente atomizado en pequeños centros de trabajo articulados en red, de manera horizontal, entre sectores de economía moderna mercantilizada, pero además, y éste es el tercer componente novedoso de la estructura económica actual, también articulado verticalmente, con áreas de economía tradicional artesanal, familiar y campesina por varias vías: compra-venta de fuerza de trabajo temporal precaria, bajo consumo empresarial temporal; compra-venta de fuerza de trabajo en la forma de productos semielaborados, que luego son integrados a procesos industriales o comercial-empresariales; consumo de productos industriales, como parte de la reproducción de la economía campesina comunal y de las unidades económicas doméstico-artesanales urbanas; acceso a mercancía-dinero a través de crédito y ahorro; y, por último, confiscación, expropiación empresarial, de las condiciones de reproducción vital de la sociedad (agua, tierra, servicios básicos). La particularidad que asumen estos nuevos vínculos de dominación, entre estos dos niveles de la estructura social dualizada de la sociedad boliviana, es decisiva para entender las actuales modalidades de la actual reconstitución del tejido social plebeyo.

A diferencia de lo que sucedía a mediados del siglo pasado, cuando el ideal de modernización pasaba por la erosión paulatina de los sistemas tradicionales de economía campesina, artesanal y comunal, hoy la banca, la industria, el gran comercio, la gran minería privada, la agroindustria de exportación, cada uno a su modo, ha refuncionalizado el uso de sistemas laborales, asociativos y culturales de la economía campesina, artesanal, doméstico-familiar para la obtención de materia prima (leche, lana, soya, trigo, arroz, minerales, coca); para la elaboración de partes de componentes del producto total (joyas en oro, zapatos, textiles, pasta base); para el abastecimiento de fuerza de trabajo temporal y la tendencia a la baja del salario urbano (petróleo, industria); o para la obtención de tasas de interés superiores al promedio (banca).

En la medida en que el proyecto de desarrollo capitalista desplegado por las reformas liberales ha reforzado una estructura
económica caracterizada por pequeños nodos de modernización técnica y organizativa, que articulan verticalmente una gigantesca gama de actividades, tecnologías, saberes y redes organizativas económicas tradicionales, artesanales, campesinas y familiares, se ha creado un régimen de acumulación híbrido y fractalizante de una lógica de escasa "modernización" de enclaves económicos transnacionalizados (minería, banca, petróleo, telecomunicaciones, cocaína), sobrepuesta y parcialmente articulada, bajo modalidades de exacción, dominación y explotación a estructuras económicas no modernas de tipo agrario-comunal, pequeño-campesina, artesanal, microempresarial, doméstico-familiar, etcétera. Se puede decir que el modelo de desarrollo contemporáneo es una integración defectuosa de mayoritarios espacios de subsunción formal en torno a pequeños, pero densos y dominantes espacios de subsunción real
[2] de estructuras laborales, de circulación y consumo bajo el capital.

Reconfiguración de las clases sociales, de los modos de dominación política y de las resistencias

Las transformaciones en los procesos técnico-organizativos de la economía han venido acompañadas de modificaciones en la composición técnica y la composición política de las clases populares. En particular, la más afectada fue la clase obrera.

El número de trabajadores asalariados y de personas que tienen que mercantilizar alguna capacidad productiva para reponer sus fuerzas es hoy dos veces mayor que el de hace quince años, cuando el sindicalismo era el eje en tomo al cual giraba el país. Lo que sucede es que las condiciones de posibilidad material y simbólica sobre las que se levantaron la forma sindical y la trayectoria del antiguo movimiento obrero hoy ya no existen.

Las grandes empresas y ciudadelas obreras, que forjaron una cultura de agregación corporativa, han sido sustituidas por numerosísimas medianas y pequeñas fábricas capaces de extender el trabajo industrial hasta el domicilio, produciendo un efecto de desagregación social contundente y fragmentación material de la fuerza de masa del trabajo.[3] El contrato fijo, que sostuvo el sentido de previsibilidad, es hoy una excepción frente a la subcontratación, la eventualidad, el contrato por obra, que precariza la identidad colectiva y promueve el nomadismo laboral, limitado en su capacidad de forjar fidelidades a largo plazo,[4] dando lugar, por una parte, a una "hibridación" (Bajtin) de la condición de clase, y a la emergencia de "identidades contingentes"[5] de los trabajadores según la actividad, los oficios laborales, los entornos culturales donde se encuentren transitoriamente, y la dinámica de "contornos difusos" entre el espacio del trabajo y del no trabajo.[6] La transmisión de saberes por estratificaciones laborales estables y los ascensos por antigüedad van siendo sustituidos por la polivalencia, la rotación del personal y el ascenso por mérito y competencia, quebrando la función del sindicato como mecanismo de ascenso, estabilidad social[7] y la estructura de mandos disciplinados, tan propios de la antigua forma sindical de movilización.

Por último, el sindicato ha sido proscrito de la mediación legítima entre Estado y sociedad, para ser lentamente sustituido por el sistema de partido, erosionando aún más la eficacia representativa que antes poseía, en la medida en que era el mediador político y el portador de ciudadanía.[8] En su sustitución arbitraria, pero a la vez inestable, se ha levantado un sistema de partidos políticos que ha llevado a la dualización de la vida política, entre una elite que se reproduce endogámicamente en la posesión privativa de la gestión del bien público, y una inmensa masa votante clientelizada y sin capacidad real de intervenir en la gestión del bien común.

En este ambiente, la precariedad simbólica, resultante de una precariedad institucionalizada, se alza como temperamento social que potencia un sentido común de imprevisibilidad a largo plazo, ausencia de narrativa colectiva, individualismo exacerbado y fatalismo ante el destino, que erosiona, por hoy, el "sentimiento de pertenencia a una comunidad de destino"[9] como el que logró articular el antiguo movimiento obrero boliviano.

La certeza de que hay que pelear juntos para mejorar la situación de la vida individual se hunde poco a poco, dando lugar, de manera mayoritaria, pero no absoluta, a un nuevo precepto de la época, según el cual es mejor acomodarse individualmente a las exigencias patronales y gubernamentales para obtener algún beneficio, con lo que la larga cadena de dispositivos objetivos de sumisión y de intimidación se pone en movimiento, para interiorizar en la subjetividad asalariada la reticencia (temporal) a modificar su situación mediante la acción conjunta, a través de la solidaridad. Surge así una nueva calidad material compleja de la identidad y la subjetividad del trabajador contemporáneo.

Es la muerte de la COB, esto es, del sentido, de las condiciones y las proyecciones de la acción en común obrera que prevalecieron durante cuarenta años, pero también de la manera de inclusión del sindicato en la composición estatal. Es la muerte, entonces, no del sindicalismo, sino de una particular manera material y simbólica de ser del sindicalismo, que ya no existe ni va a existir más. Es también la muerte de una forma de la condición obrera y del movimiento obrero, y no del Movimiento Obrero, que en los siguientes años podrá adoptar otras formas históricas. La antigua interunificación en sus formas, sus modalidades y características ya no existe, y evocarla o desearla hoy es un tributo al idealismo ingenuo, que cree que basta enunciar las ideas para que ellas se hagan efectivas.

En conjunto, en la última década asistimos a la disolución de la única y duradera estructura de unificación nacional con efecto estatal que produjeron las clases trabajadoras, abriendo un largo periodo de pulverización de demandas y agregaciones de los sectores dominados de la sociedad boliviana, pero, a la vez, a una lenta y multiforme reconstitución de identidades laborales, a partir, y por  encima, de esta fragmentación que en la siguiente década podrían poner en pie nuevas formas históricas del movimiento obrero y de agrupamiento de las clases laboriosas.

Pero la disolución de las condiciones de posibilidad de la forma sindicato también han sido, en parte, las condiciones de posibilidad del surgimiento de otras formas de interunificación social y de acción colectiva. Claro, la fragmentación de los procesos de trabajo, la muerte del obrero de oficio, con su cadena de mandos y fidelidades corporativas, y la sustitución del sindicato como mediador político, han demolido la forma de unificación nacional por centro de trabajo y legitimidad estatal, pero, en la medida en que no han sido sustituidos por otras estructuras de filiación social, de identidad colectiva duradera, ni por otros mecanismos de mediación política estatalmente reglamentados, en la última década ha habido un regreso o fortalecimiento social de formas de unificación locales de carácter tradicional y de tipo territorial.[10]

Autor: Álvaro García Linera


[1] Unidad de Análisis de Políticas Sociales y Económicas (UDAPE), Bolivia: prospectiva económica y social 2000-2010, La Paz, PNUD, 2000
[2] Karl Marx, El capital, op. cit.
[3] Pablo Rossell y Bruno Rojas, Ser productor en El Alto, La Paz, Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario (CEDLA), 2000.
[4] Carlos Arze, "Empleo y relaciones laborales", en Bolivia hacia el siglo XXI, La Paz, Postgrado en Ciencias del Desarrollo (CIDES), Coordinadora Nacional de Redes (CNR), Academia Nacional de Ciencias (ANC), PNUD y CEDLA, 1999; también, del mismo autor, Crisis del sindicalismo boliviano: consideraciones sobre sus determinantes materiales e ideológicas. La Paz, CEDLA, 2001
[5] Homi Bhabha, The Location of Culture, New York, Routledge, 1994; Pnina Werbner y Tariq Modood, (eds.), Debating Cultural Hybridity: Multi-cultural Identities and the Politics of Anti-racism, London, Zed Books, 1997
[6] Ulrich Beck, Un nuevo mundo feliz: la precariedad del trabajo en ¡a era de la glo-balización, Barcelona, Paidós, 2000
[7] Álvaro García Linera, Estructuras materiales y mentales del proletariado minero, op. cit
[8] Patricia Chávez, "Los límites estructurales de los partidos de poder como es­tructuras de mediación democrática: Acción Democrática Nacionalista en el Departamento de La Paz", Tesis de Licenciatura, Carrera de Sociología, UMSA, 2000.
[9] Stéphane Beaud y Michel Pialoux, Retour sur la condition ouvrière, op. cit.
[10] El concepto de forma multitud que ahora vamos a proponer difiere del propuesto por Zavaleta. Él, por lo general, trabajó este concepto en relación con el comportamiento del proletariado como sujeto espontáneo, como "plebe en acción y no como clase". Sobre esto, véase René Zavaleta, "Forma clase y forma multitud en el proletariado boliviano", en René Zavaleta (comp.), Bolivia hoy, México, Siglo XXI, 1983; también, del mismo autor, Las masas en noviembre, op. cit.
Nosotros en cambio, hemos de trabajar la multitud como bloque de acción colectiva, que articula estructuras organizadas autónomas de las clases subalternas en torno a construcciones discursivas y simbólicas de hegemonía, que tienen la particularidad de variar en su origen entre distintos segmentos de clases subal­ternas

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