martes, 9 de agosto de 2016

GUERRA ASIMÉTRICA Y CONVENCIONAL. LECCIONES PARA LA ACTUALIDAD (Presentación)




por Nicole Schuster (Lima, Perú)
Publicado el 24 junio, 2016

PRESENTACIÓN DE MI ÚLTIMO LIBRO

Los términos “soberanía” y “defensa” quedan, hoy en día, excluidos del vocabulario de la mayoría de los ciudadanos por la simple razón que han sido eclipsados por el concepto de “globalización”. Este se presenta como un proyecto de paz y de consenso que incitaría a los habitantes de nuestro planeta a convertirse en una hermandad que una cultura armónica, un mismo idioma y un mismo pensamiento unirían(1).

Desgraciadamente, la realidad contradice esta lógica discursiva. Lejos de vivir en un mundo de armonía, estamos inmersos en un proceso incesante de conflagraciones. Ello pone de relieve la vigencia de los planteamientos expuestos por el constitucionalista alemán Carl Schmitt, el cual vaticinaba un recrudecimiento de los conflictos bélicos que desembocaría en una situación de guerra civil mundial y en la “derrota del Estado ante las ‘potencias indirectas’ de la economía y de la sociedad”(2). En vista de este panorama schmittiano y de las guerras híbridas que se están dando a nivel planetario, surge la apremiante necesidad de reavivar las nociones de soberanía, defensa y patria. Es dentro de este contexto que toman importancia la historia de la consolidación militar que experimentó la Unión Soviética y el plan de defensa ideado por sus altos oficiales militares en los años 1920-1930 cuya puesta en práctica llevó, una década después, a la victoria de los soviéticos sobre el invasor nazi.

Uno se preguntará: ¿Por qué, entre todos los países del mundo, escoger a la Unión Soviética como referencia y no, por ejemplo, a los Estados Unidos de América, que se han distinguido, a lo largo de los siglos, por haber elaborado un programa de defensa nacional muy sofisticado?

La decisión que tomé de centrar mi nuevo libro “Guerra asimétrica y convencional. Lecciones para la actualidad”(3) en la Unión Soviética se debe a que la experiencia vivida por ese país se presta mejor al propósito que me fijé de revelar la indispensabilidad, para cada nación, de impulsar un plan de defensa de su soberanía. No se trataba de presentar a la metodología militar soviética como un ejemplo a seguir al pie de la letra: la Unión Soviética presentaba, en relación con otras naciones, diferencias radicales a nivel geográfico, económico, político y cultural. Por otra parte, la transformación de la naturaleza de la guerra en el siglo XXI ha ido a la par con un proceso de innovaciones tecnológicas y organizativas en las fuerzas armadas de numerosos países. Esos dos aspectos imposibilitan la trasplantación rígida del modelo militar soviético en otros países.

En cuanto a la Unión Soviética y Estados Unidos, existe entre ambas potencias una divergencia esencial de orden estratégico y militar que impedía que tomara el ejemplo de Estados Unidos. De hecho, optar por este último hubiera invalidado la tesis que se desprende de mi obra y que consiste en mostrar que todo país, si tiene la voluntad política y militar, puede organizar en la teoría y la práctica una estrategia de defensa activa en función de sus características propias. Sabemos que, desde su unificación, Estados Unidos ha seguido una evolución tendencial marcada por un espíritu de conquista. Este fue conceptualizado bajo el término de “destino manifiesto” que se confunde, hoy en día, con la misión de defender, a nivel mundial, el modelo de democracia occidental. Es en virtud de la protección de esos valores occidentales que ofensivas militares llamadas “preventivas” son lanzadas en países que representarían una amenaza. En otras palabras, Estados Unidos simboliza la línea ofensiva, propia al pensamiento pragmático del estratega suizo Jomini (1779-1869)(4), mientras que la Unión soviética de las décadas comprendidas entre los años 1930 y 1945 se acerca más a la posición del militar alemán Carl von Clausewitz (1780-1831) que apunta hacia una alternancia de las fases defensivas y ofensivas definida en función del estado de debilidad o de fuerza en que un país se halla(5). En efecto, la línea puesta en práctica por los soviéticos en la época que enfoca mi libro fue la de defenderse ante potencias externas, por lo que su evolución político-militar evidencia, en un primer tiempo, una estrategia de defensa que, ulteriormente, fue sucedida por una estrategia ofensiva. Recordamos que, cuando se realizó el paso de un régimen zarista a uno socialista, la ideología soviética chocó con los intereses de los países industrializados. Los cambios políticos, económicos, militares y sociales que experimentaba la URSS la colocaron en una situación de vulnerabilidad frente a sus adversarios ideológicos. En consecuencia, los altos políticos y mandos militares soviéticos se empeñaron en edificar una nueva estrategia militar global y en adquirir un armamento de guerra que permitiera garantizar la defensa de su país. Se apuntó para ello a una planificación económica destinada a fomentar el desarrollo de la industria bélica, una tarea que fue enfatizada por el Segundo y el Tercer Plan Quinquenal soviéticos (respectivamente de 1933-1938 y de 1938-1941).

Los oficiales militares soviéticos como Svechin, Frunze, Tukhachevsky, Triandafillov, Isserson, Varfolomeev analizaron qué sería más apropiado para la Unión Soviética dentro de este marco geopolítico(6). A la pregunta de si se debía adoptar una estrategia de defensa o de ofensiva para prepararse ante agresiones externas, Alexandr Svechin respondía argumentando a favor de una estrategia provisoria de defensa. Según él, la Unión Soviética debía mantener una estrategia de defensa hasta que el país fuera capaz de invertir la situación y de pasar de una defensa activa –y no solo reactiva– a una estrategia ofensiva.

Tukhachevsky, competidor de Svechin, abogaba al contrario por una estrategia ofensiva. Aseveraba que era preferible potenciar la tecnología nueva con principios de guerra innovadores y, para ello, reforzar sin tardar la economía y la industria pesada, a fin de lograr el nivel de armamento necesario para enfrentarse a los países vecinos.

También surgían interrogantes como: ¿Debía el pueblo participar en la defensa de la Patria, como lo hizo durante la Guerra civil entre 1918 y 1921?    Ante ello, Frunze proponía la intervención del pueblo dentro de una perspectiva político-ideológica que contemplaba la consolidación de un Estado proletario. Svechin apoyaba igualmente una participación del pueblo en el marco de la defensa del país, pero no aceptaba la idea de dar a la ideología del proletariado el monopolio sobre las formas de guerra a adoptar. Para él, la guerra procedía de una lógica universal y no de una ideología partidaria. Tukhachevsky, por su lado, creía más en la tecnología que en el pueblo.

Otra pregunta era: ¿Qué posición darles a las Fuerzas Armadas? ¿Debía la guerra ser una continuación de la política, como decía Clausewitz, con la predominancia de la política sobre lo militar o debía lo militar ser lo determinante?

Es basándose en esas reflexiones que se estableció una nueva visión de la guerra y de la forma de combatir de la que dependía la sobrevivencia de la Unión Soviética. Dentro de este contexto, se elaboraron los parámetros del Arte Operacional que constituyeron los pilares de la nueva forma de guerra soviética.

¿Qué es el Arte Operacional?

En primer lugar, tenemos que recordar que la masificación de la producción industrial, que empezó en el siglo XIX (o sea, en pleno auge de la Revolución industrial), iba acompañada de un aumento de la producción de armamento y de un incremento colosal –tanto a nivel de anchura como de la retaguardia– del tamaño de las tropas en el teatro de guerra. En vista de ello, los altos mandos militares determinaron que la guerra ya no podía ser la de frentes estancados en trincheras, como en la Primera Guerra Mundial, sino una guerra en que primaría la maniobra, por lo que sería considerada desde una perspectiva “operacional”. Ello significaba que sería planificada en función de operaciones, mas no de UNA batalla decisiva al estilo napoleónico, la cual determinaba el desenlace del conflicto.

Es Alexandr Svechin quien introdujo el término de “arte operacional” y lo define como “el puente que existe entre la táctica y la estrategia”. En otras palabras, la dimensión operacional es el momento en que los éxitos tácticos ligados entre sí son propulsados a nivel estratégico y, por ende, repercuten directamente en el objetivo político de la guerra.

Los axiomas del Arte Operacional, tal como se presentan en el corpus teórico militar soviético, son unos diez. Entre ellos se encuentra el concepto de “combinación interarmas”. Este principio siempre existió, pero de manera muy limitada. Lo nuevo en la historia de la guerra fue la forma sistemática en que los soviéticos previeron su aplicación, así como la magnitud del alcance operacional que se buscó lograr con su puesta en práctica. Su lógica consistía en articular de forma sincronizada las diferentes armas: artillería, infantería, aviación, caballería, unidades aerotransportadas, etc. para que se llevara a cabo una maniobra específica. Aplicado en apoyo de las operaciones en la retaguardia enemiga, su impacto en el proceso de desmantelamiento del dispositivo enemigo revelaba ser muy poderoso –particularmente gracias a la aviación y a los grupos móviles–. El principio de combinación de armas se vio altamente beneficiado por los avances en materia de tecnología a los que la Primera Guerra mundial contribuyó.

El principio de simultaneidad significa asignar a varias formaciones una misión táctico-operacional específica que se cumple de manera sincronizada. De ese modo, la suma de los resultados alcanzados por cada una de las formaciones converge hacia un mismo objetivo estratégico, lo cual era también un elemento nuevo, ya que, anteriormente, solo se libraba un combate a la vez, que, como lo mencionábamos, culminaba con una batalla “decisiva”.

El efecto sorpresa es un lugar común. Ya había sido uno de los axiomas predilectos de Sun Tsu, el estratega chino del siglo V antes de nuestra era.

La astucia, otro lugar común en la historia de la guerra, se caracteriza por el uso de subterfugios para desorientar al enemigo y estar así en posición de tomar/guardar la iniciativa a fin de ganar la superioridad sobre él.

El momentum, o sea el efecto de masa combinado con la velocidad, hace que los efectivos –vistos como sistema– y la maniobra que realizan adquieran una dinámica propia que va fortaleciéndose a medida que se concreta la operación. El objetivo es lograr que el ritmo que este proceso genera se vuelva imparable y supere aquel del enemigo.

Por supuesto, la aplicación de los principios operacionales no podía coadyuvar a la capitalización de los éxitos tácticos a nivel estratégico sin otro factor crucial que era el nexo y la clave del éxito de la operación, a saber: la capacidad del alto Comandante de coordinar en el momento y espacio oportunos las acciones y medios que llevarían a la victoria.

Pero el principio supremo del arte operacional que coadyuvó decididamente a la expulsión de los nazis fue aquel de las “operaciones en la profundidad”. Las operaciones en la profundidad son un concepto muy particular y propio a la teoría militar soviética porque se adaptaban, en ese entonces, no solo a la geografía de ese país, sino también a una tecnología de guerra de última generación y a una reorganización de la distribución de los dispositivos terrestres.

Se suele atribuir a Tukhachevsky el monopolio del descubrimiento de las operaciones en la profundidad, pero, en realidad, Triandafillov y los militares citados anteriormente brindaron un valioso aporte sin el cual la teoría de las operaciones en la profundidad no hubiera, sin duda, alcanzado el grado de profesionalismo que la caracterizó. Operar en la profundidad, o en la retaguardia del enemigo, significa remitirse a un pensamiento centrado en la espacialidad. Las ofensivas se realizan con la intención de tener efectos más allá de las líneas frontales del adversario. Dentro de ello, cada acción táctica tiene por propósito servir directamente de sustento a un objetivo estratégico mayor.

Este objetivo se alcanzaba mediante la concentración de varios cuerpos de combate distribuidos en escalones que intervenían de manera sucesiva a fin de abrir el frente adversario, cercarlo y romper la coherencia de su sistema organizativo en su retaguardia profunda. Cuando era necesario, y luego de haber cercado el enemigo en su retaguardia, se pasaba a una fase de persecución de los efectivos enemigos que buscaban huir del cercamiento a efectos de ultimar su desmantelamiento y forzarlos a que capitularan.

Las operaciones en la profundidad fueron aplicadas sistemáticamente a partir de 1943. Desde ese año, la estrategia de defensa que la Unión Soviética había adoptado a inicios de la guerra por su falta de preparación frente a los alemanes se convirtió en una estrategia ofensiva que llevó, con la Operación Bagration, a la expulsión de los nazis de la Unión Soviética.


Lo paradójico es que, en los años 1970 y 1980, en plena Guerra Fría, el concepto de operaciones en la profundidad y los demás principios del arte operacional soviético fueron integrados en la nueva Doctrina militar estadounidense. Esta Doctrina, denominada “Doctrina de la Batalla Aeroterrestre”, fue elaborada por Estados Unidos en el marco de las animosidades entre la OTAN y los miembros del Pacto de Varsovia y fue el sustento teórico de la Operación Tormenta del Desierto contra Irak, en 1991. Además, el principio de operaciones en la profundidad sigue sirviendo como referencia en las guerras contra el terrorismo conducidas por los gobiernos occidentales, como lo demuestra la Operación Serval en Malí liderada en 2013 por los franceses.

     Un punto importante para la actualidad es que la Unión soviética libró, durante la Segunda Guerra Mundial, una guerra llamada “híbrida”. Dado que hoy se recurre a esta modalidad de guerra para desestabilizar países en Medio Oriente, Asia, etc., el estudio de este episodio de la Segunda Guerra mundial mantiene toda su vigencia.

¿Cómo definir una guerra híbrida? En una guerra híbrida se combinan modalidades de guerra convencionales con no-convencionales. Las formas no-convencionales soviéticas implicaron emplear partisanos que fueron formados por las autoridades castrenses (entre las cuales se encontraba el ex KGB, llamado entonces el NKVD, o sea, el “Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos”), así como por Comités colocados en las diferentes regiones del país.

La formación de los partisanos soviéticos se parece mucho a la visión del pueblo en guerra que tenía Carl von Clausewitz. Cuando estudiaba la posición de debilidad de Prusia ante sus vecinos, Clausewitz recomendaba a las autoridades militares y políticas formar partisanos para que hostigaran al enemigo desde zonas caracterizadas por su difícil acceso. Por ello, Clausewitz insistía en la necesidad para el Gobierno de ganar el pueblo a la causa de la Patria. Es lo que pasó con la Unión Soviética donde, a inicios de la guerra, varios sectores de la población estuvieron en contra del régimen estalinista. Pero el deseo de sobrevivencia fue tal que el pueblo se unió, junto con las autoridades que lo gobernaban, en defensa de la “Rodina”, o sea de la madre patria.

En la actualidad, al mirar hacia Libia, Siria, Yemen, Irak, Ucrania, entre otros, nos damos cuenta de que cualquier nación puede ser destruida en un lapso de tiempo record a causa de ofensivas “híbridas” que lanzan terroristas con el apoyo de potencias hostiles al régimen que buscan derrocar(7). Según el analista político ruso Andrew Korybko, esas estrategias de desestabilización empiezan con las famosas “revoluciones de colores”, al igual que la que se dio en Ucrania. Si la reacción que provocan no es satisfactoria, son complementadas por operaciones militares ejecutadas por fuerzas “proxies”, tal como ocurre en Siria. Para Korybko, la combinación de los métodos inherentes a una revolución de color con aquellos acarreados por una intervención militar no-convencional desemboca en una “guerra híbrida”(8). Es en este contexto que resultan relevantes las enseñanzas sacadas de la manera como los soviéticos combatieron durante la Segunda Guerra mundial, puesto que, para expulsar al enemigo, supieron explotar formas de guerra convencionales y no-convencionales, así como optimizaron, a nivel operacional, el factor “profundidad”, o sea la dimensión que hoy constituye uno de los principales espacios de conflicto para los terroristas que invaden un país.

Concluiré –en concordancia con lo expuesto en las consideraciones finales de mi libro– insistiendo en que lo perentorio, en este momento de la historia, es concientizar a los ciudadanos de cada país en cuanto al peligro que implican para ellos la criminalidad y el belicismo globales. Un aspecto de esta concientización puede plasmarse en una educación que ponga el énfasis en la difusión de principios relativos a la defensa nacional, sin que ello signifique militarizar al país. Pero es necesario también que los gobiernos se fijen como objetivo primario el de satisfacer las necesidades básicas de su pueblo, lo cual fortalece el sentimiento de dignidad y de pertenencia a una nación. Solo bajo esas condiciones podrá forjarse un clima marcado por la confianza y por la voluntad de consolidar la capacidad de resiliencia de la población y de las autoridades que la representan frente a las adversidades.

Notas:
(1) Es interesante notar que, en plena era de la Revolución Industrial, los grandes constructores de vías ferroviarias esgrimían similares argumentos.
(2) Ver Carl Schmitt, La Guerre civile mondialeEssais (1943-1978),Collection Chercheurs d’ère, France, pp. 14 y 20.
(3) Nicole Schuster, Guerra asimétrica y convencional. Lecciones para la actualidad, Segunda edición, Lima, Perú, mayo 2016.
(4) Ver Bruno Colson (1993), La culture stratégique américaine. L’influence de Jomini, Paris, France : Editions Economica.
(5) Ver Carl von Clausewitz, De la Guerra, Madrid, España: Edición La Esfera de los Libros, 2005, p. 354.
(6) Las aserciones expuestas en esta presentación de mi libro y relativas al proceso de teorización y puesta en práctica de la metodología de guerra soviética se sustentan en el estudio de varios autores, cuyas referencias se encuentran consignadas en mi libro.
(7) Sobre este tema y la estrategia de dominación en Eurasia mediante la aplicación de una metodología de guerras híbridas, ver Andrew Korybko (2015), Hybrid Wars: The Indirect Adaptive Approach to Regime Change, Institute for Strategic Studies and Predictions, Moscow Peoples’ Friendship University of Russia.
(8) Ibíd.

Los lectores interesados en adquirir mi libro podrán acceder a su contenido en versión PDF si me contactan a mi correo electrónico:  nicole.schuster2013@gmail.com
Las personas residentes en Lima pueden igualmente obtenerlo a través de la Librería el Virrey, Bolognesi 510, Miraflores, Lima.
Muchos saludos
Nicole Schuster

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