lunes, 27 de marzo de 2017

SÍ, LA CIENCIA ES POLÍTICA




La idea de que la ciencia puede estar y permanecer a la orilla de la política es una muy extendida. Pero no, la ciencia y la política tienen una estrecha relación: la ciencia es la búsqueda del conocimiento, el conocimiento es poder y el poder es política.

El método científico se ocupa de la generación de hipótesis, de probar o invalidar esas hipótesis a través de los ensayos pertinentes, y luego, de reunir las válidas para generar conocimiento. Un método que contiene una ideología con nombre propio, empirismo. La llegada a la presidencia de Estados Unidos de un mandatario con una ideología conservadora y que de forma clara se apropia de hechos que se acomodan a su propia visión del mundo,  cambia una relación entre ciencia y cultura, que debería ser sana, en una en potencia destructiva.

Alrededor del método científico existe un campo aún más abiertamente político: el dinero. Mucha de la ciencia básica que se hace en Estados Unidos está financiada por el gobierno. Entidades como los Institutos Nacionales de Salud, el Departamento de Defensa, el Departamento de Energía, y la Fundación para la Ciencia son los grandes patrocinadores de la ciencia y todos usan dinero público. Las decisiones de a dónde va el dinero la toman los políticos. Se puede escoger si destinar más dinero en defensa que en cáncer o escoger financiar programas que estudien las adicciones a cambio de iniciar una nueva misión de la NASA. Decidir cuál ciencia tiene mayor valor no es una decisión científica, es una política.

También son políticas las decisiones sobre cuál investigación no se debe hacer porque, así aumente el conocimiento, es posible que ocasione daños. Por eso las instituciones tienen los comités con la idea de proteger a los pacientes de experimentos que no son éticos. Hubo un tiempo en que esta idea no se había implementado aún y llevó a la apropiación indebida de tejidos de pacientes de cáncer, como es el bien conocido caso de Henrietta Lacks y las famosas células HeLa1, que entre los infinitos usos que han tenido está el de haber facilitado el desarrollo de la vacuna del polio. Y cuando George W. Bush llegó al poder lo primero que hizo fue restringir el uso de células madre para la investigación2 prohibición que levantó Barack Obama tan pronto pudo3.

Y luego está el asunto del qué hacer con los resultados científicos, con frecuencia una decisión política. La Agencia de Protección Ambiental (EPA), casi siempre a la merced de los políticos, se creó en parte debido a una serie de conflictos sobre los usos del agua y la tierra. Las compañías se deshacían de los desperdicios en los ríos, contaminación que en sus días se cobró la vida de 168 personas en el área de Nueva York, en 1966. Una vez que los datos establecieron el nexo entre polución y baja calidad de vida, los políticos actuaron para proteger a los ciudadanos.

La primera impresión sobre las políticas de Trump en ciencia es que encajan en los postulados conservadores ya conocidos: negar el cambio climático (George W. Bush) y cuestionar la importancia de las vacunas. Las regulaciones ambientales siempre han sido mal vistas por las corporaciones. Reagan trató de acabar con la EPA aunque sin éxito. Ignorar a los epidemiólogos es uno de sus vergonzosos legados, con la devastadora epidemia de SIDA que pudo haberse detenido a tiempo si no se hubiera negado a aceptar y manejar el problema.

Son hechos políticos familiares, en un familiar sistema conservador. Pero Trump trae novedades: él y sus asesores han mostrado un deseo de no ponerle oídos a los hechos que no les gustan, la seguridad de las vacunas y el cambio climático. Para Trump el cambio climático es una trama de los chinos. Para el Departamento de Defensa, el cambio climático no solo es real sino que podría llevar en el futuro a conflictos entre las naciones. Criticar la ciencia del cambio climático es una cosa, para ello está el método científico. Pero negar la realidad real, medida por cientos de científicos independientes es otra.

Trump se ha reunido con Andrew Wakefield, el más que desacreditado médico que manufacturó el nexo entre vacunas y autismo, todo mediante una investigación fraudulenta que le valió perder la licencia y el repudio de sus colegas4. No contento con eso, Trump le ha pedido al conocido propagandista anti vacunas Robert F. Kennedy Jr. liderar una nueva comisión que ni es claro para qué es. Kennedy dice que es una comisión para supervisar la seguridad de las vacunas y la integridad científica (¿?), aunque Trump, con su característico tono nebuloso dice que todo llevará a la “posible creación de una comisión sobre el Autismo”.

El nexo entre vacunas y autismo4, ya ha sido declarado inexistente. Gastar más dinero y tiempo no solo hace que se desperdicien recursos que podrían financiar investigaciones serias y productivas sino que le da la idea al promedio de los ciudadanos que las vacunas no son seguras. De seguir Trump con esas asesorías enfermizas lo que resultará serán maniobras políticas con impactos nefastos.

Ya han ocurrido brotes de enfermedades erradicadas, gracias a los padres anti vacunas y es posible que más casos se den a medida que se le quita valor a los resultados incontrovertibles de la ciencia, producidos además con el dinero de los impuestos.

Pero los científicos algunas veces sacrifican la tarea moral debida a la ciencia y al público para poder seguir con sus trabajos de investigación. Wernher von Braun casi ha sido borrado de la NASA a pesar de su papel esencial, por sus nexos con los nazis para quienes construyó cohetes, usando esclavos de entre las víctimas de los campos de concentración. Y está Ivan Pavlov, el de los perros y la saliva, que se puso del lado de Stalin y así se salvó de las purgas y conservó su laboratorio.

Por estos días la administración de Trump premia a los leales y castiga a los que disienten. Él ya ha señalado el deseo de perseguir a investigadores en campos específicos, pidiéndole al Departamento de Energía una lista de los empleados que han trabajado en el cambio climático –el botón de la muestra.

La ciencia es una manera de ver que se alimenta de hechos. Lo que se hace con esos hechos es profundamente político.

Nadie puede predecir cómo va a lidiar Trump con la comunidad científica. Pero las señales que su administración ya ha enviado indican que la relación entre la ciencia y la política se volverá más controvertida, con consecuencias nefastas. Mayor razón para permanecer atentos a todos sus movimientos en lo que atañe a la ciencia.







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